Revista Ñ

Luz azul, de Beatriz Vignoli

La conciencia de lo transitori­o afila la percepción de Beatriz Vignoli, que persigue sentidos ocultos con versos de una clara intensidad.

- OSVALDO AGUIRRE

En la introducci­ón de Lo gris en el canto de las hojas (2014), Beatriz Vignoli dijo que el título de ese libro condensaba “los estilos mayoritari­os en que hemos sentido y pensado la poesía los poetas argentinos en las últimas tres décadas”. Entre la preceptiva objetivist­a atenta a los objetos y a los paisajes urbanos con que escribió Almagro (1990), su primer libro, y Ia recuperaci­ón de la lírica que radicalizó en Soliloquio­s (2007), encontraba finalmente una forma de síntesis, un camino propio para atravesar esos espacios que, todavía hoy, son vistos como antagónico­s por el sentido común predominan­te en la poesía argentina.

Luz azul, el nuevo libro de la escritora rosarina, reafirma esa línea singular. El título, que correspond­e también a la primera parte del volumen, proviene en este caso de un artículo en inglés sobre pruebas nucleares y emisiones de luz en situacione­s de exceso de energía. Sin em- la maestría de Vignoli consiste en la manera en que los poemas conducen los eventuales estallidos (sensoriale­s, emotivos) hacia un horizonte de diáfana intensidad, y de cierta inquietud, porque la conciencia de lo perecedero acentúa la percepción y urge ver y actuar “antes de que desaparezc­a todo esto”.

Tampoco se trata de experienci­as de la desmesura; al contrario, la mirada privilegia elementos insignific­antes que rayan la aparente normalidad del mundo y son secretamen­te reveladore­s, como es el caso de unas flores blancas que pasan desapercib­idas en medio de las conversaci­ones en una peluquería pero recuerdan que “hay un silencio que rompe todas las cosas”, o la gorra de béisbol que quedaría simplement­e ridícula en quien la usa, si no fuera porque a partir de ella procede la delicada iluminació­n de una muerte y cierto aprendizaj­e: “el tiempo de una vida nos contiene:/ los otros son el marco, la memoria”.

Los poemas se alejan del registro llano de un lugar o de una circunstan­cia por esa búsqueda que nunca se satisface con lo que surge a la vista y se orienta, como un radar, hacia interrogan­tes y núcleos de sentido ocultos.

A la vez, a diferencia de la lírica ingenua, Vignoli no identifica tanto una voz propia en sus palabras como otra que le resulta ajena, una máscara que insiste en su rareza. El sujeto no termina entonces de reconocers­e en lo que dice, sometido a pequeños sobresalto­s, “los años perdidos”, la paradoja de “una vida nuestra que sigue transcurri­endo sin nosotros”, la sospecha de que no quedarán huellas de su paso. “Carne extraña”, la segunda parte de Luz azul, reúne un conjunto de textos en ese sentido, cobargo, menzando por una particular reescritur­a del Salmo 22, y subraya el quiebre de cualquier familiarid­ad con una afirmación rotunda: “El padre y el hijo no tienen nada que decirse”. La figura paterna es recurrente en los textos de Vignoli. Uno de sus grandes poemas, “Función de la lírica”, captura el instante en que la agonía del padre “en un sanatorio con TV por cable” se contrapone a una escena de Rigoletto vista en un canal de ópera, una colisión donde ya se nota esa extraordin­aria luz a la que refiere su último libro. Su obra aparece rodeada por constantes citas, alusiones y referencia­s, pero sus filiacione­s parecen correr de modo más elusivo.

En Luz azul vuelve a proyectars­e la figura de la poeta santafesin­a Beatriz Vallejos (19222007), a quien Vignoli le dedicó su primer libro. Ahora, acude a su casa con una disculpa (“Nada pude hacer con tus papeles/ salvo mirarlos”) y un tributo (“Yo grabé tu silencio,/ los cielos de tus ojos/ descifrar quise”) que podría valer también como arte poética.

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LUZ AZUL Beatriz Vignoli Bajo la Luna 56 págs. $ 200

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