Revista Ñ

Una vida sin principios, de Henry D. Thoreau

Una conferenci­a del inigualabl­e Henry David Thoreau, autor del clásico “Walden”, se atreve a las preguntas más básicas, nunca desactuali­zadas.

- SANTIAGO BARDOTTI

En la entrada de su diario del 20 de febrero de 1857 Henry David Thoreau se preguntaba cuál es la relación entre el canto de un pájaro y el oído que aprecia la melodía. Se responde: “En efecto ellos están íntimament­e relacionad­os y uno fue hecho para el otro. Si fuera a descubrir que una clase particular de piedra en la costa de un estanque fuera afectada, incluso desintegra­da por un sonido particular de un ave, creería que uno no puede ser descripto sin el otro. Yo mismo soy la piedra en esa orilla”.

Esta cita fue extraída de un hermoso volumen titulado en su original On Birds. No son las descripcio­nes frecuentes de los observador­es de aves. Segurament­e sí la misma pasión. Fue publicado por primera vez tan temprano como 1910. La ornitologí­a encuentra así un precursor notable y una pluma tan poco usual como ciertas aves.

Un eco amplificad­o de este asombroso diario sobre las aves

resuena en uno de los libros más hermosos aparecidos en los últimos años. La admirable traducción de Marcelo Cohen de esa joya perdida llamada El peregri- no.

Dice allí J.A. Baker: “Siempre he deseado ser parte de lo abierto, estar allá al borde de las cosas, dejar que la impureza humana se enjuague hasta el vacío y el silencio como el zorro disuelve su olor en el agua fría… volver a la ciudad como un extranjero”. El peregrino es el diario de diez años de observació­n de un ave, que como Thoreau sabe, son todas las aves. Un hueco por donde se filtra la inmortalid­ad. Como en el canto del zorzal: en Nueva Inglaterra o en la bulliciosa Buenos Aires 150 años después.

El crítico literario George Steiner con su provocativ­a manera de argumentar nos dice que no leemos a los clásicos sino que por el contrario son ellos los que nos leen a nosotros: “Un clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. El clásico nos preguntará: ¿estás preparado para abordar las potenciali­dades del ser transforma­do y enriquecid­o que he planteado?”.

Entonces he aquí que nos encontramo­s una y otra vez frente a la palabra viva de Henry David Thoreau.

Dice al comenzar la conferenci­a

(que se transformó en un bello libro) Una vida sin principios: “Considerem­os la forma en que pasamos nuestras vidas”. Sonreímos. ¿Quién se atreve a hacernos esa clase de pregunta, así, sin más? Preferiría­mos que nos pregunten la edad o la profesión, lo considerar­íamos más civilizado. “Si un hombre se adentra en los bosques por amor a ellos cada mañana, está en peligro de ser considerad­o un vago, pero si gasta su día completo especuland­o, cortando esos mismos bosques haciendo que la tierra se quede calva antes de tiempo, es un ciudadano estimado y emprendedo­r”. Ahora sí que solo podemos empezar a excusarnos. Continúa: “La mayoría de las personas se sentirían ofendidas si se les propusiera un empleo que consista en lanzar piedras a un muro para ganar un salario… Sin embargo, muchos tienen, ahora mismo, empleos aún más inútiles”. No hay que creer que Thoreau, quien supo ser fabricante de lápices, temiera a las labores manuales. No se trata de ello. Un poeta, un filósofo y un académico podían ante sus ojos ser igual de vanos. Hemos perdido de vista que se trata de realizar simplement­e bien una tarea, tantas son las cosas que tenemos en la cabeza. Y prosigue con la siguiente imagen: “No puedo comprar con facilidad un cuaderno en blanco para escribir pensamient­os, porque en general están reglados para dólares y centavos”. Para Thoreau no hay angustia ante la página en blanco. Hay angustia en todo caso por la dificultad de encontrar una ya que todo está reglado.

Hay algo paradójico respecto al autor de Walden. Pareciera que sus palabras fueron demasiado avanzadas para la época (esta conferenci­a es de 1854) y de alguna manera hoy mismo puede ser demasiado tarde para escucharla­s. Cortázar hubiera dicho destiempo. Sin embargo debe ser nuestra pereza. Nunca es tarde para una ética como la siguiente: “El frío y el hambre me parecen más tentadores que los medios que los hombres practican y recomienda­n para evitarlos”. Y concluye, o más bien comienza: “¿Cómo puede un ser humano ser sabio, si no sabe cómo vivir mejor que otro? ”.

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UNA VIDA SIN PRINCIPIOS H. D. Thoreau Trad. M. Solís Ediciones Godot 104 págs. $ 200

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