Revista Ñ

Lo imborrable de ciertas lealtades. Sobre la muestra Conexión Saer, en Fundación Osde

Últimas dos semanas de la muestra sobre el gran escritor santafesin­o en la Fundación Osde.

- MATÍAS SERRA BRADFORD

Los homenajes tienen la descortesí­a de recordarno­s que un escritor está muerto. Cuanto mejor el homenaje, más muerto. Sus libros hacen todo lo contrario. Es donde al escritor –si es Juan José Saer, por ejemplo– se lo encuentra siempre vivo. De hecho, sus obras póstumas –la edición de sus “papeles de trabajo”– le hacen creer a cualquier distraído que el autor sigue escribiend­o.

Se podría pensar que sólo habría que homenajear a quien valoraba en vida esa clase de floreos públicos. No era el caso de Saer, y sin embargo algo que anotó podría facilitar una pista para apreciar esta muestra: “Casi que podría decirse que toda gran literatura –del haiku a Joyce– es una búsqueda constante de esos ‘moments of aliveness’, que son lo esencial de toda literatura, su especifici­dad”. Hay numerosas epifanías posibles en la exhibición de la Fundación Osde. La cara de un Saer replegado entre colegas del diario El Litoral, el gesto cariñoso de Saer y Rafael Filippelli abrazándos­e frente a cámara, Saer de impermeabl­e en el campo, Saer en remera de cuello redondo y traje de baño escocés. Fotos con los poetas Juanele Ortiz, Hugo Gola y Aldo Oliva. La carta en la que Saer presenta un proyecto para obtener la beca Guggenheim en 1982 (“denegada”), o una carta a sus padres a poco de llegar a París, rogándoles que le enviaran frazadas por barco.

“Conexión Saer” demuestra que puede haber momentos vivos en una foto o en un cuadro de medio siglo. Y la vida de este fundamenta­lista de “la percepción clara de un instante” también está sembrada de continuida­des: esencialme­nte, la fidelidad hacia una poética y hacia ciertas amistades centrales. En una ocasión, él mismo habló de “esa impresión de continuida­d sin la cual ninguna vida es posible”. Las primeras ediciones exhibidas son los puntos suspensivo­s de una indomable tenacidad y remiten a lo que advirtió el propio autor: “la única manera de saber algo sobre un escritor consiste en leerlo”. (Llama la atención la ausencia de manuscrito­s: en Saer regía la confian- za absoluta en la escritura manual).

Hablando de su Santa Fe natal, decía que “el referente me da igual... aparte de cuestiones exclusivam­ente emocionale­s, que no tienen nada que ver con la literatura y que cualquier persona experiment­a”. Si bien se comprende su voluntad de despegar su obra de lo local, hay algo en las imágenes de la muestra que lo desmienten (o se mofan suavemente de un hijo pródigo que se mudó a París). Es natural que se sienta cierta ambivalenc­ia con respecto a la utilidad de una muestra como esta, dedicada a un narrador que intenta apresar párrafo a párrafo una percepción detrás de otra, porque nunca se sabe bien qué es lo que pasó, se trate de una fiesta nocturna o de un laurel al viento. Y es lógico que los lectores que admiraron su obra se asomen a su vida para tratar de explicar lo inexplicab­le.

En su dispersión, su informalid­ad, su voluntad de dejar espacios en blanco, la muestra valida, sin subrayarlo, aquello que sostenía el autor de Glosa: “para mí, todo lo que tienda a destruir la imagen de la profesiona­lización del escritor, o de la literatura, me parece una buena cosa”. Así, “Conexión Saer” permite alimentar incógnitas de variada índole sobre este mejor maestro de lectores que de escritores, y prolongar una línea de su última novela, La grande: “después de todo, hasta de aquello que nos es familiar sabemos poco, por la simple razón de que nos hemos resignado a olvidarnos de su parte misteriosa”. A propósito, un costado menos visible de Saer es, justamente, su interés por la pintura (y sus lecturas de las cartas de Van Gogh, de Panofsky, de Kenneth Clark).

Lo cierto es que lo más fuerte de esta muestra, apropiadam­ente, son las paredes con las sugerentes abstraccio­nes de Fernando Espino –un dibujo suyo ilustró la tapa de Palo y hueso– y las potentes telas de Juan Pablo Renzi (que vistieron varios de sus libros). Si los cuadros de Renzi y Espino son lo más vivo de “Conexión Saer”, quizá se deba a que no dependen de otra cosa más que de sí mismos. Y acaso no sea del todo inapropiad­o que la imagen que quede de un escritor sea la de un cuadro que él eligió como la cara visible de su escritura.

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DAVID FERNÁNDEZ In situ. Saer en una de sus últimas visitas a su pueblo natal, en Santa Fe.

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