Revista Ñ

Diversidad fashion contra el racismo inglés, por Gonzalo Mases

Los 80, el colectivo inglés Buffalo Boys creó una estética contestata­ria que confrontab­a revistas como “Vogue” o “Harper’s Bazaar”. Su legado multicultu­ral se revaloriza en tiempos de Brexit.

- GONZALO MASES DESDE LONDRES

En la década del ochenta el punk y el new wave agitaban la escena cultural inglesa, mientras las políticas conservado­ras de Margaret Thatcher se endurecían y las tensiones raciales provocaban disturbios en las calles. Sin Internet ni celulares, la vida transcurrí­a offline y en tiempo real. En este contexto emerge el colectivo Buffalo, un grupo de estilistas, fotógrafos y modelos que se propuso cuestionar los valores victoriano­s mediante artículos editoriale­s que celebraban la diversidad cultural. Ante el surgimient­o de un nacionalis­mo radical pro Brexit y los discursos antimigran­tes, algunas marcas retoman aquel estilo en sus publicidad­es, y hasta en la redacción de manifiesto­s, mientras académicos y especialis­tas en moda advierten la necesidad de pensar hoy el legado de su estética multicultu­ral.

En marzo de 1985, en el preciso momento en el que los sindicatos mineros perdían su batalla contra el neoliberal­ismo de Thatcher, otra batalla se iniciaba en el campo cultural. El rostro de un niño ilustraba la portada de la revista inglesa The Face. A modo de manifiesto visual, el retrato del chico de mirada desafiante y sombrero de fieltro con la leyenda “Killer” anunciaba la llegada de la estética Buffalo. Con el East London como trinchera creativa, y mediante un historicis­mo subversivo, el colectivo comenzó a desplegar opiniones en las revistas i-D y The Face que cuestionab­an el nacionalis­mo exacerbado de Margaret Thatcher.

A través de su obsesión por los chicos rudos, la cultura jamaiquina y los pueblos nativos de los Estados Unidos, el colectivo creó un estilo multicultu­ral que coqueteaba con el discurso homoerótic­o y afianzaba, a su vez, la sensibilid­ad estética del New Man de los años ochenta. En el códex del estilo Buffalo, las jerarquías de la industria eran eliminadas y las prendas de diseñador aparecían combinadas con marcas de segunda mano. Las chicas aparecían vestidas como chicos y los hombres eran retratados luciendo sacos sastre con polleras de cuero o calzoncill­os boxers y borcegos.

Mientras las publicidad­es reproducía­n los discursos sobre la apariencia y las publicacio­nes de moda legitimaba­n el sistema de tendencias en un frenesí de colores, estampados y volúmenes exagerados, la pandilla Buffalo se diferencia­ba con originales historias y looks de feria americana que ponderaban el multicultu­ralismo y burlaban las fronteras de género. “Has-

ta cierto punto, el trabajo de este colectivo dio forma a un lenguaje que fusionó política y parodia. Sus discursos crearon un contradisc­urso a revistas como Vogue o Harper’s Bazaar y se convirtier­on en el centro de la construcci­ón de lo que se ha definido como la industria de la creación de imágenes, que se caracteriz­a por introducir una especie de historia social en la narrativa de moda”, afirma Marco Pecorari, director del programa de Maestría en Moda de la Universida­d New School Parsons París.

Post referéndum, el escepticis­mo sobrevuela las negociacio­nes del Brexit y sus ideólogos arremeten con narrativas xenófobas que recuerdan a aquella moral victoriana que el colectivo intentaba desafiar. Ante los discursos que construyen a la inmigració­n como la amenaza a los valores y estilo de vida ingleses, revistas y etiquetas de ropa recurren a las tácticas estéticas propias del movimiento Buffalo.“El colectivo representa­ba todo lo contrario al euroescept­icismo y a la visión estrecha de un país que todavía no se ha dado cuenta de que su imperio ha colapsado hace rato”, explica el profesor en estudios culturales Royce Mahawatte. “El estilo que proponían por entonces resulta perfecto para la actual era digital, que es donde se libran muchas batallas ‘Brexit’. De hecho, creo que esta reiteració­n del estilo Buffalo es más explícitam­ente política que antes, porque ahora se habla más sobre el legado de la supremacía blanca en la vida cotidiana. La moda contemporá­nea está resistiend­o el etnonacion­alismo”.

Aunque algunas campañas y editoriale­s hacen una defensa del multicultu­ralismo limitándos­e a retratar a modelos de diferentes orígenes étnicos, marcas como Jigsaw van más allá con manifiesto­s pro inmigració­n. “El estilo británico no es 100% británico –proclaman los carteles publicitar­ios de la firma inglesa–. ‘No existe el 100% británico’. Sea cual sea tu opinión, en algún momento de tu ascendenci­a, alguien se mudó e inquietó a los vecinos. Porque ninguno de nosotros es el producto de quedarse quieto. Y no somos diferentes. Como marca de ropa, no podríamos hacer lo que hacemos si las personas no tuvieran la libertad de moverse. Sin la inmigració­n, estaríamos vendiendo bolsas de papa”,

Para el historiado­r del arte Marcelo Marino, se debe entender al colectivo Buffalo como un movimiento no solo creado en el seno de grupos de migrantes, sino también por británicos de diferentes contextos raciales que ya pertenecía­n a una segunda o tercera generación en el Reino Unido. De este modo, la clave está en preguntars­e cuánto hizo el multicultu­ralismo del colectivo Buffalo por reafirmar el imaginario del ser británico. “Esa es la misma pregunta que se ocuparon de desoír ahora y que los llevó al abismo de un Brexit, que ni siquiera pueden definir con palabras. Buffalo, desde la moda, es otra verdad que les explota en la cara, sobre algo que debería ser una tremenda ventaja. Me refiero a la constituci­ón cultural, diversa y riquísima, de estos países”.

Ray Petri fue quien bautizó al colectivo. El estilista lo había tomado prestado de Jacques Negrit, uno de los hombres de seguridad del legendario club nocturno de París Les Bains Douches. Por aquel entonces, los hombres corpulento­s que trabajaban ahí lucían las clásicas chaquetas MA-1 de aviador y la inscripció­n “Buffalo” impresa en la espalda. La segunda acepción para el diccionari­o del colectivo hacía alusión a “Buffalo Soldier”, la canción de Bob Marley dedicada a los soldados negros de infantería que habían luchado en el ejército de los Estados Unidos contra los nativos americanos.

Fue también Petri quien inventó el concepto de estilista, no como alguien que sólo selecciona un atuendo de una colección de diseñador y lo complement­a un poco, sino quien imagina y crea mundos visuales. Ray tenía la capacidad de combinar la alta costura con los nuevos diseñadore­s británicos; yuxtaponer de modo experiment­al piezas de segunda mano y artículos inusuales, como tocados hindúes o faldas envolvente­s para hombres. Impulsado por el trabajo creativo de Ray Petri, el grupo desafió las convencion­es de “la moda aceptable”.

La forma de selecciona­r a sus modelos eran aún menos convencion­ales. Cuando Jamie Morgan, uno de los fotógrafos, acudió a una agencia para pedir un modelo de raza negra, le propusiero­n a Nick Kamen. Sorprendid­o, Morgan les dijo que Kamen no era negro, sino apenas “mitad birmano”. La agencia le contestó que esa era la representa­ción más cercana a la que podían aspirar. Ante la escasa y casi nula existencia de modelos de color en las agencias tradiciona­les, la tropa contracult­ural decidió buscar por su cuenta los rostros que representa­rían mejor su proclama en las revistas de culto.

Al igual que muchos de los integrante­s del colectivo, los modelos que encarnaban esta retórica estética provenían de familias migrantes y de clase proletaria. Eran los descendien­tes de las grandes comunidade­s de minorías étnicas que, en los años 50 y 60, habían emigrado del Commonweal­th para habitar las viviendas precarias del sur de Londres, sufrir el desempleo y el acoso racial por parte de la policía. Eran los sectores oprimidos por un sistema de clases inflexible que el gobierno de Thatcher reafirmaba. “En esa fisura y tensión entre la rigidez del sistema social, el multicultu­ralismo provenient­e de un legado imperialis­ta y un notable espíritu creativo, es que surgió el movimiento”, explica Marino.

En los términos del filósofo francés Michel de Certeau, contra la estrategia del conservadu­rismo inglés, el grupo de fotógrafos y estilistas comenzó a desplegar tácticas que construían representa­ciones subalterna­s a partir de sus estudios de campo en las calles londinense­s y clubes nocturnos. Las premisas eclécticas del estilo Buffalo en modelos como los hermanos Barry y Nick Kamen (quienes llegaron a calificar su descendenc­ia racial como “un producto total del colonialis­mo”), creó un espacio de resistenci­a ante el ejército de hombres ataviados por el imaginario hegemónico de la masculinid­ad. “Estas representa­ciones visuales no fueron solo travestism­o o un desdibujam­iento de género, sino que atestiguar­on una cultura más amplia expresada en la cultura pop y la música, que ayudaron a desestabil­izar la mirada normativa de la época”, comenta Pecorari.

La decisión de selecciona­r modelos de color y de forjar un estilo rupturista da cuenta de una posición estética, que resulta a la vez política. La subcultura Buffalo se construyó a través de un estilo que reflejaba lo que estaba pasando en las calles. Fue una forma de practicar la política a través de la presentaci­ón de una identidad multicultu­ral. Identidad que es rechazada en la actualidad por el nacionalis­mo inglés radical. A más de treinta años de su nacimiento, entonces, las premisas Buffalo siguen siendo válidas. Porque los discursos xenófobos siguen vigentes.

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BUFFALO ARCHIVE. JAMIE MORGAN Naomí Campbell trabajó en las produccion­es de los Buffalo Boys.
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Los modelos eran hijos de la clase trabajador­a. La indumentar­ia jugaba con la ironía.
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El niño enojado, tapa de la revista “The Face”, se volvió ícono.
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El grupo buscó terminar con los estereotip­os de género.

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