Revista Ñ

El cuerpo como soporte político y poético, por María Carolina Baulo

Casi treinta artistas de once países abordan el tema desde distintas perspectiv­as, poniendo en tensión identidad y lugar de pertenenci­a.

- MARÍA CAROLINA BAULO

En su primera muestra de 2018, ArtexArte Fundación Alfonso y Luz Castillo propone un trabajo colectivo cuyo centro de atención es el cuerpo y todo lo que su presencia, acción y ausencia implican. Solamente un espacio de dimensione­s extraordin­arias como el de esta Fundación –la muestra se despliega en sus tres pisos– puede albergar una cantidad de informació­n como la que brinda Borrador de un cuerpo intervenid­o. Once países –Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, México y Venezuela– se ven representa­dos por 29 artistas –Antoine D’Agata, Antonio Lozano, Beto Gutiérrez, Carol Espíndola, Citlalli EB, Diego Moreno, Koral Carballo, Ernestina Anchorena, Fernanda Magalhaes, Fernando Montiel Klint, Gabriela Olivera, Gabriela Rivera Lucero, Giulia Iacolutti, Guadalupe Gómez Verdi, Guadalupe Miles, Jen Davis, Juan José Herrera, Lorena Fernández, Luana Navarro, Margarita García Faure, Mariana Bellone, Mariela Sancari, Nadia Del Pozo, Nelson Morales, Paul Kooiker, Paula López Droguett, Roberto Tondopó, Tania Franco Klein y Yael Martínez– que se abren a la propuesta curatorial de Gisela Volá y Ana Casas Broda, desnudándo­se tanto poética como literalmen­te, frente a todo aquel que quiera observarlo­s.

La referencia al desnudo consciente como elección creativa –en casi todos los casos son los propios artistas quienes exponen su intimidad– actuaría como la contracara de un voyeur oculto, ignorado por quien es observado. Mirada muchas veces prejuicios­a, violenta como un látigo que castiga y saca conclusion­es a partir de una visión anónima. En este caso, son los artistas quienes miran al espectador poniéndose bajo la luz de los reflectore­s y permitiend­o que se recorra su privacidad a través de su obra. Y si el espectador logra deshacerse de un punto de vista inquisitiv­o, se acercará a conectar con ese relato autorrefer­encial que plantea la muestra.

La propuesta de cada uno de los 29 artistas es homogénea y conforma un discurso coherente en sí mismo que se relaciona empáticame­nte con las obras del artista “vecino”. En este punto fue crucial el montaje; explica Gisela Volá: “Pensamos ese gran espacio de tres pisos en ambientes que generen atmósferas en las que se respiren texturas y se sienta la transpirac­ión. En lo que va de la expo, realizamos una visita guiada aprovechan­do la presencia de algunos de los artistas de fuera de la Argentina y de Ana Casas Broda –compañera de Volá en la curaduría y una de las fotógrafas referentes de México cuyos trabajos focalizan en el cuerpo–, porque si bien los artistas nos dieron la libertad de armar nuevos sentidos a partir de sus obras, es importante que estén presentes y que la voz sea la su- ya”.

En esa convivenci­a armónica pesa la calidad de los trabajos; la cantidad –aparenteme­nte desbordant­e– no abruma y la incomodida­d que puede afectar al espectador proviene básicament­e del contenido de las imágenes fotográfic­as, muchas de ellas trabajadas con una estética que impacta “sin anestesia”, en formatos y soportes poco convencion­ales. La fotografía es el vehículo elegido para atestiguar las experienci­as individual­es, ese mundo único, patrimonio de cada ser humano.

Los cuerpos muestran su fragilidad y su entereza, descubren defectos y virtudes y en cada exposición de esa intimidad se revela una forma de vincularse con el propio cuerpo, con el cuerpo del otro y con el territorio; el cuerpo como campo de batalla, mediador y herramient­a de comunicaci­ón con el entorno y con nosotros mismos, lugar desde donde se define gran parte de nuestra identidad y personalid­ad individual y colectiva, siempre dentro del tiempo y espacio histórico que vivimos. Como dice el texto de sala, aparecen allí cuestiones relacionad­as con la idea que se tiene de la belleza, el placer, el deseo, lo femenino y lo masculino, la sexualidad y la sensualida­d, la vida, la muerte y especialme­nte el tiempo como rector de nuestra transitori­edad. “Pensar esta exposición junto a Ana Casas Broda me resultaba muy tentador y un gran desafío porque sabía que podríamos armar un contundent­e relato coral sobre los temas que nos interesan: violencia, identidad, perspectiv­a de género y cuerpos contrahege­mónicos, es decir, aquellos que rompen con la construcci­ón socialment­e aceptada. A las dos nos apasionó pensar en un relato en el cual el cuerpo fuera un lienzo para plasmar varios temas y usarlo como soporte político y poético”, completa Gisela Volá.

Borrador de un cuerpo intervenid­o obliga a tomar partido, a hacerse cargo de la mirada que se ejerce frente a la presencia física del otro. Pero en este caso, poner el cuerpo no es solamente exponerse a ser observado, también representa un acto en el que se procede a soltar, a cortar amarras con los prejuicios propios que muchas veces son los más crueles; mostrarse sin ataduras protagoniz­ando el relato delante y detrás de cámara, ser autores, espejo y reflejo. Mostrarse, sin más. Se trata de una muestra que desafía con valentía los fantasmas que habitan las mentes, invita a mirar con ojos bien abiertos antes que condiciona­dos por estereotip­os obsoletos y reivindica el rol del cuerpo como lo que es: un templo que habitaremo­s hasta el fin de nuestros días y con el cual hay que aprender a negociar para transitar ese viaje.

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Carol Espíndola (México).
 ??  ?? Citlalli EB (México).
Citlalli EB (México).
 ??  ?? Giulia Iacolutti (Italia).
Giulia Iacolutti (Italia).
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Antonio Lozano (Méxco).

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