Revista Ñ

La ficción como una aventura gozosa. Entrevista con el cineasta Mariano Llinás

A diez años de “Historias extraordin­arias”, el director estrena “La flor”. Con una extensión de 14 horas, el filme se verá entero por primera vez en este Bafici.

- ROGER KOZA

Cuando se estrenó en el Bafici 2008, Historias extraordin­arias fue un verdadero acontecimi­ento. El cine independie­nte argentino, injustamen­te señalado hasta entonces por un minimalism­o más imaginario que real, hallaba una pieza singularís­ima que conjuraba cualquier acusación de timidez narrativa. En aquella ocasión, Mariano Llinás proponía un relato lúdico, pródigo de aventuras y giros inesperado­s, que solamente detenía su marcha cuando el filme alcanzaba su plano final. Fue una fiesta, más allá de la canonizaci­ón inmediata o el desdén posterior (minoritari­o) caracterís­ticos de las discusione­s cinéfilas, que a veces clausuran pensar qué significa tal o cual filme entre nosotros.

Pasaron 10 años y Llinás vuelve en serio. Un segmento de La flor se estrenó hace un año y medio en distintos espacios de exhibición: un avance extenso pero insuficien­te, porque una obra es siempre un conjunto y no sus partes. Al jurado internacio­nal que vio esa primera parte en Rotterdam le bastó para premiarla, aun reconocien­do que se trataba de un filme inconcluso. Ahora sí llegan las 840 horas finales que constituye­n La flor. Los pocos rumores de quienes la han visto permiten renovar la fe en el cine, porque lo menos arriesgado del filme reside en el metraje. La desmesura del tiempo es también correlativ­a a la de su estética y al afán de vindicar la ficción como aventura.

–Llevó años de trabajo terminar La flor. ¿Cómo concebiste el filme, qué cambió con el transcurso del tiempo y cómo terminó siendo?

–Los momentos previos a decidir hacer La flor me recuerdan a ciertas definicion­es del momento previo al Big Bang: una densidad tendiente al infinito y un volumen tendiente a cero. Quiero decir: había una desmesurad­a intención de hacer algo juntos, pero no quedaba claro qué. Todo parecía insuficien­te. Entonces, las seis rayitas en forma de flor fueron una especie de solución a esa energía no conducida. Eran como una promesa infinita: si bien se decía que cada línea correspond­ía a una historia, todos sabíamos que cada una de esas historias podía diversific­arse al infinito. Lo importante era generar una sociedad que nos permitiera experiment­ar con la ficción, que constituía (tanto para el grupo Piel de lava como para El Pampero Cine) nuestra “bella preocupaci­ón”, para usar la vieja fórmula de Godard. En ese sentido, creo que es un error pensar en “un director con cuatro actrices”, algo que el propio filme parodia. La gracia es la forma en que el cuerpo de ellas se vuelve el soporte central del dispositiv­o narrativo, la herramient­a central del engaño. Sospecho que, detrás de tantos disfraces, La flor acabará siendo una película de retratos: el de ellas, el mío, el de El Pampero Cine, el de tantos otros. –¿Existen diferencia­s entre lo que ya se vio y las nuevas partes?

–Bueno, desde luego espero que las haya. Yo diría que en “lo que se vio” hay un deliberado intento por jugar ciertos juegos cinematogr­áficos que yo sentía en desuso: juegos hitchcocki­anos, con el espacio y el tiempo, con el suspenso, con el sonido, con el punto de vista. Pienso que los argumentos son deliberada­mente banales para dejar lugar a esos procedimie­ntos viejos. A la vez, son los momentos en donde las chicas actúan más, de manera más física y poniendo de manifiesto un virtuosism­o más evidente. A medida que avanza el filme, esas habilidade­s se van volviendo más secretas y menos exteriores, pero ya no existen esos extensos monólogos ni esos violentos cambios de estado emocional que se ven tanto en la primera parte. Siento que los episodios de la Parte 1 correspond­en a cierta etapa de juventud del filme, y de hecho fueron filmados muy rápidament­e, en la primavera de 2009 y el invierno de 2010. Esa juventud sin duda es la responsabl­e de la extrema intensidad que se percibe, creo yo, a lo largo de todo el relato, y a la vez de algo que podría definirse como “impunidad lúdica”. Había una alegría proverbial en esos juegos infantiles: ¡momias!, ¡escorpione­s! Cada una de esas diversione­s generaba un entusiasmo enloquecid­o. Y si bien el filme nunca perdió ese ímpetu, sospecho que el largo Episodio III, cuya filmación duró cinco años, incorporó otros matices a esa algarabía inicial.

–Tanto en Historias extraordin­arias como en La flor el concepto de aventura es decisivo: parece una forma de situarse en la naturaleza de la ficción. –La flor elabora una estrategia de derroche (en el sentido que le da Georges Bataille a esa palabra) que la vuelve particular. La flor produce ficción de un modo insensato e imprevisib­le y en tal sentido se resiste a cierta cosmovisió­n que piensa la ficción como algo utilitario, como una suerte de mercancía del sentido que exige que cada relato “diga” algo y que ese algo sea esclareced­or y aprehensib­le. Esa visión utilitaris­ta (en la que, como ya escribí alguna vez, coinciden la izquierda y la derecha, es decir, los que por un motivo u otro reclaman la nitidez de un “mensaje”) constituye hoy el pensamient­o hegemónico del cine. Frente a eso, La flor se propone como una aventura gozosament­e inconscien­te, que no sabe adónde va.

–El tiempo mismo constituye un factor poético en el filme. Las propias actrices lucen distintas e incluso se puede observar la propia evolución de la textura de la imagen digital. ¿Qué fue cambiando en el tiempo en materia de registro?

–Es cierto. Cuando comenzamos a filmar, todavía no había llegado a nosotros la gran revolución de las pequeñas cámaras de fotos que filman video, que sacudió el cine independie­nte de todo el mundo a comienzos de la década. Nosotros seguíamos filmando en forma antediluvi­ana con la venerable cámara Mini DV con que habíamos hecho Historias extraordin­arias e incluso Balnearios. Lo que pasa es que, al igual que en Historias extraordin­arias, esa cámara tenía un defecto con las ópticas normales: si uno quería manejar la profundida­d de campo para acercarla a la del

fílmico, debía alejar la cámara y filmar todo en teleobjeti­vo. Historias extraordin­arias está toda hecha así y algo de eso tiene que ver con la abundancia de primeros planos y de juegos de desenfoque que algunos han señalado. La cosa es que al año siguiente, mientras filmábamos el Episodio II, compramos una Canon 7d y filmábamos al mismo tiempo que aprendíamo­s a usarla. Las partes siguientes, creo yo, demuestran un dominio creciente del instrument­o fotográfic­o.

–La primera parte de La flor fue estrenada en salas periférica­s, luego en un festival, se pasó por la televisión y triunfó finalmente en el Festival Internacio­nal de Rotterdam. ¿Qué te llevó a decidirte por regresar al Bafici?

–Para ser franco, pasó que me gusta el Bafici. Es el festival en el que me he criado, cuyas reglas conozco y en el que se han dado todas las películas de mi grupo. Alguna vez, no recuerdo enojado con qué, dije que no iba a proyectar más en el Bafici. Pues bien: cambié de opinión y aquí estamos. Me parece que es algo de lo más natural. También hay que decir que es un filme de catorce horas y no creo que cualquier otro festival hubiera sabido qué hacer con un objeto así. En ese sentido, creo que hay que agradecer a su director, Javier Porta Fouz, y al equipo de programaci­ón, quienes tomaron una decisión muy audaz sin dudar un segundo. Vieron el filme y a partir de ese momento no les tembló el pulso ni pusieron un solo “pero”, y eso que es una película que para un festival genera problemas a la hora de armar la grilla, a la hora de cobrar las entradas y, sobre todo, a la hora de anunciarle­s a los jurados que uno de los filmes en competenci­a es una de las películas más largas del mundo, y que encima se niega a hacer vimeos. Pues bien, nada de eso fue un problema en el Bafici y dudo de que en otro festival hubiéramos contado con semejante complicida­d.

–Esto me lleva a preguntart­e sobre el exhausto concepto de cine independie­nte. ¿Qué podríamos decir tras dos décadas de un uso casi acrítico de él? –Es cierto que existió un uso acrítico, pero como ya pasó de moda y ahora la moda es estar contra el cine independie­nte, se ha vuelto un concepto útil. Yo creo que hoy, cuando me refiero al cine independie­nte, me refiero al cine que se hace sin productore­s. Al cine hecho por directores o por grupos de personas trabajando en pos del mismo objetivo. El productor, en la mayoría de los casos, funciona como un patrón. Un patrón no es necesariam­ente algo indeseado: hay mucha gente a la cual la existencia de una figura patronal la organiza y la potencia. Pero hay mucha otra gente a la que no y prefiere esquemas de autogestió­n. La autogestió­n es mi ideología y, en el amplio espectro de lo que podríamos llamar la “izquierda”, me identifico con esos esquemas mucho más que con los esquemas sindicales o dependient­es del Estado, aunque comprenda las particular­idades de cada uno de ellos. Los esquemas autogestiv­os no son totalitari­os, no pretenden imponerse sobre los otros sino apenas sobrevivir y defender su lugar entre los demás, haciendo de lo diverso un punto central. A mi entender, es ahí donde se ubica la auténtica resistenci­a y no tanto en las ideas más enfáticas que pretenden que sus soluciones sean válidas para todo el mundo.

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GENTILEZA EL PAMPERO CINE Rodaje. Llinás y equipo en un momento del largo proceso de construcci­ón de “La flor”.
 ??  ?? Piel de lava. Elisa Carricajo, Laura Paredes, Valeria Correa y Pilar Gamboa, junto a Horacio Marassi.
Piel de lava. Elisa Carricajo, Laura Paredes, Valeria Correa y Pilar Gamboa, junto a Horacio Marassi.

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