Modos de ver La elegida del editor Perlas cultivadas Hashtag
Mi nombre es June Osborne y soy libre” , se repetirá muchas veces Elisabeth Moss en la piel de Defred, la protagonista de El cuento de la criada, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, que en los capítulos iniciales de su segunda temporada entusiasma con la ilusión de un escape de la república de Gilead.
El olor del miedo atraviesa la pantalla mientras la chica intenta llegar a Canadá, huyendo de esa versión teocrática y totalitaria de los Estados Unidos, que ante una crisis de natalidad ha reducido a las mujeres fértiles a servidumbre. Defender el nombre propio (ella es June y no “De-Fred”, el comandante al que ha sido asignada) se convierte en símbolo de la resistencia. En los primeros episodios, disponibles en Internet, June aprovecha una consulta al ginecólogo que confirma su embarazo para escabullirse. Pasa algunos días escondida en derruidas oficinas del Boston Globe. La lectura de diarios antiguos evidencia señales que bien interpretadas hubieran permitido reaccionar ante el avance del infierno autoritario. Todo estaba allí.
La serie, ganadora de dos Globos de Oro y ocho premios Emmy, sigue apelando a sus aciertos del primer ciclo. A las estupendas interpretaciones se suman la acertada musicalización de cada epi- sodio y el contraste entre la estética anacrónica y opresiva de Gilead, donde hasta los colores de la ropa son decididos por el Estado (rojo para las criadas, forzadas a la procreación; verde para las señoras, que educarán a esos niños como hijos propios...) y el free style del pasado perdido (muy parecido a nuestro presente) que se cuenta mediante flashbacks y que va enrareciéndose por el cercenamiento progresivo de los derechos civiles sin que nadie se oponga.
“Hay culturas del yo y culturas del nosotros. Las del yo son individualistas, como EE.UU.; Canadá es una cultura colectiva”, ha señalado Atwood, consciente de que el impacto de la serie se debe en parte a la presidencia de Trump. Diálogo e inclusión son el puente de una sociedad a otra, afirma la escritora.
Moss se luce poniéndole el cuerpo al cóctel de pesadillas que escala por el tironeo entre la venganza y la culpa, dos emociones arrasadoras que se disputan a June. Por venganza claman todas las criadas (es también el tema de la última shakespereana novela de Atwood: La semilla de la bruja). Pero hay quienes la concretan: “Cada mes inmovilizaste a una mujer mientras tu marido la violaba. Algunas cosas son imperdonables”, le escupe una de ellas a una esposa a la que acaba de envenenar. Entretanto, la culpa llevará a June a dudar de su derecho a rebelarse: por su “desobediencia” pagan otras con torturas y lesiones; su embarazo la protege. Mientras Mayday, una sociedad secreta de disidentes busca el modo de rescatarla, le promete al embrión que la come y la bebe: “No te dejaré crecer en este lugar. Voy a sacarte de aquí”.