Flora y fauna
Este domingo a las nueve de la noche, cerrará con un aplauso de los presentes arteBA, que este año ha ofrecido obras de 400 artistas, 80 galerías y 14 países. Pero el show de los números continuará varios días más después del cierre. Porque algunas ventas se perfilan y hasta se deciden durante arteBA pero se concretan días después.
Los galeristas lo saben bien: la negociación dura a veces más de una semana. También es verdad que la cosa es distinta si hablamos de los coleccionistas y actores de peso en el sistema del arte que viajaron a Buenos Aires para visitar la feria: figuras como los Rubinstein, de Los Angeles; el chileno-mexicano Boris Hirmas; la española Mercedes Vilardell (miembro de los comités de compras de la Tate londinense y del Museo Reina Sofía) o la francesa residente en Londres Cathe- rine Petitgas; y los curadores internacionales vinculados al arte de América latina, como Gabriel Pérez-Barreiro, próximo curador de la Bienal de San Pablo, además de curador de la Colección Cisneros: esos expertos que van y vienen por el mundo buscando conocer nuevas obras, espacios y artistas compran durante los dos primeros días. Y aun antes, ya que el Programa VIP –guardado con bastante celo por las autoridades de arteBA– es previo a la inauguración. Sus invitados siguen un circuito cerrado de visitas a galerías, espacios y talleres de artistas muy calculados.
¿Pero es arteBA una feria importante a nivel mundial? ¿Se producen en ella ventas de muchos ceros en dólares? Es la feria más antigua de la región. Es también muy importante para los latinoamericanos y para los interesados en el arte de la región. Pero sobre todo, es fundamental el movimiento que genera dentro del sistema artístico local: una especie de remolino que todo lo alborota y hasta crea alrededor otras ferias satélite, como FACA (en el Hipódromo de Palermo), por ejemplo.
ArteBA significa, prácticamente, una semana incesante de cenas, fiestas y encuentros entre colegas, además de ventas. Y no da descanso a los protagonistas: se entra a la feria a las 14, todos los días. Se sale de la feria a las 21. Desde allí se va a la casa del coleccionista que desea mostrar sus obras y también, homenajear, recibir a alguno de los invitados internacionales, cena y brindis mediante. La actividad termina, con suerte, cerca de las 2 am. Se duerme unas horas. Y la rueda vuelve a girar desde temprano: las visitas a las colecciones de arte –privadas o estatales, para los invitados VIP y los más allegados al sistema– comienzan a las 8:30. La movida –agotadora para los socios del club del arte– no para hasta que cierra la feria.
Dice el filósofo francés JeanLuc Nancy que el arte contemporáneo le choca porque es como un campo de batalla que se juega en las revistas, en los libros, en los debates públicos y los medios relacionados con la institución del arte. ¿Qué es lo que queda, entonces, después de todo este frenesí, luego de intercambiar las credenciales y mercancías “del club”, se pregunta Nancy? Queda el wink, dice. ¿Y qué es el wink? Designa en alemán un gesto, una mueca, un guiño. Se trata de señalar el gesto artístico: el wink es el gesto mínimo que vuelve esencial una obra. El gesto que toca una médula.
Y dónde es más probable que esto ocurra: ¿en un museo, en un taller o en una feria? El wink estará allí donde haya misterio: es eso que sigue siendo interesante aun cuando no podamos identificar con claridad qué es, ni podamos definirlo.
Por eso, entre los stands de galerías, entre tantas reuniones sociales y tanto actor del club haciendo relaciones con coleccionistas, quizás esté bien preguntarse, por ejemplo, si en una feria de arte hay wink. Mientras, en las bolsas y revistas de arteBA puede leerse la famosa leyenda del poema de Susan Thenon: “¿Por qué gritan esas mujeres?”. Quizás esa mujer grita porque, además de la injusticia de género en la que vive, últimamente no puede encontrar el wink como consuelo. #MásShowQueWink. Parte del público aplaude.