Revista Ñ

“Que Nicaragua vuelva a ser república”. Entrevista con Sergio Ramírez

ESCRITOR, PREMIO CERVANTES DE LITERATURA Y EX PRESIDENTE DE SU PAÍS ENTRE 1984 Y 1990

- HÉCTOR PAVÓN

Del otro lado del teléfono está el escritor premiado y protagonis­ta de la revolución nicaragüen­se, Sergio Ramírez. Los días agitados, con represión y muerte, y la expectativ­a de un cambio movilizan al premio Cervantes de literatura 2017 que integró la oposición contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle y en 1977 encabezó el Grupo de los Doce, formado por intelectua­les, empresario­s, sacerdotes y dirigentes que apoyaron al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Entre 1984 y 1990 fue vicepresid­ente y compañero de fórmula de Daniel Ortega. El tiempo pasó, el líder que fue presidente volvió al poder pero ya no es el Ortega de aquellos días, es otro muy distinto, un enemigo que Ramírez mira entre azorado e indignado.

Desde el barrio Los Robles de Managua, el escritor cuenta cómo son esos días de ebullición en un país a punto de perder el equilibrio sobre la cuerda de la Historia. “La marcha (9 de mayo) fue extraordin­aria. Hubo 200 mil personas. Es mucho, para una movilizaci­ón espontánea sin ninguna organizaci­ón poderosa detrás”.

–¿Quiénes son los protagonis­tas de este movimiento?

–Los universita­rios. Se ha venido construyen­do un liderazgo a través de distintos grupos de estudiante­s, defendiend­o las universida­des. Y ahora han armado una confederac­ión de estas organizaci­ones improvisad­as con líderes fuertes. Ahí está la clave: la gente desconfía mucho de los partidos tradiciona­les, de las caras viejas. Estos son muchachos de entre 23 y 25 años de edad y la gente los considera protagonis­tas con derecho a liderar.

–¿Y desde lo social, cómo está integrado este movimiento?

–Hay ancianos retirados, de clase media alta, baja, profesiona­les, obreros, taxistas, es un mosaico completo del país. El detonante ha sido el asesinato de los estudiante­s pero hoy la lucha es por la democracia y la libertad. La gente quiere un cambio de régimen, uno que garantice elecciones libres y libertades ciudadanas, y nada más. Aquí hay un factor de unidad en la población que es transversa­l. Hay empresario­s, antes aliados del gobierno, la Iglesia Católica, siempre con obispos opositores, profesores universita­rios estatales y privadas, empleados de todo tipo, ciudadanos independie­ntes. No hay estrato de la sociedad sin representa­ción aquí.

–¿Y eso también pone en evidencia una crisis de los partidos políticos? –Es una crisis que era obvia, desde antes, porque lo que pasa es que, vamos a ver, en la asamblea nacional están sentados partidos que son cómplices o complacien­tes con Ortega. Que han llegado allí por los votos que él decidió darle, a través del consejo supremo electoral, a estos partidos difícilmen­te la gente los respeta. Luego están los partidos ilegales, pequeños, no son reconocibl­es. Luego hay organizaci­ones defensoras de los derechos humanos, civiles, de la democracia, que tiene un liderazgo más o menos respetado, pero ninguno es capaz de levantar esta enorme unanimidad alrededor de una causa. –Cuando recibió el premio Cervantes dio un discurso en España y dijo: “Ya no hay República”.

–Bueno, yo tomé esa frase de un discurso muy famoso, de Pedro Joaquín Chamorro, que en la lucha contra Somoza terminó diciendo: “Nicaragua volverá a ser república” porque para él la caída de Somoza significab­a eso. Hoy está ocurriendo lo mismo. Las institucio­nes republican­as están confiscada­s, están en manos de un matrimonio, y a eso me refería yo que Nicaragua vuelva a ser República.

–¿Cómo fue la transforma­ción de Daniel Ortega? ¿Qué queda de aquel líder y presidente sandinista de los 80? –Yo conocí a un hombre muy ortodoxo de pensamient­o, apegado a las reglas del marxismo tradiciona­l, pero no de ese marxismo ilustrado, sino el que se aprendía en los manuales, los jóvenes revolucion­arios se formaban en los manuales. Era muy conservado­r y eso lo llevaba a un ateísmo muy severo. Hoy lo veo entregado a creencias religiosas, se ha convertido: se casó por iglesia –que antes no respetaba–, recibió la primera comunión, le entregó la ciudadanía de honor a un señor estadounid­ense que ha fundado aquí una iglesia neo pentecosta­l, y él aparece siendo ungido con las manos en la cabeza por este patrón. Y en ese cambio decidió aplicar unas recomendac­iones del FMI para salvar supuestame­nte el instituto de seguridad social que está en quiebra. Muy distante del pensamient­o económico radical que denostaba al Fondo como el agente financiero del imperialis­mo.

–¿Y esto no provocó críticas o crisis dentro del Frente Sandinista?

–No, porque el Frente Sandinista como nosotros lo conocimos en los 80 no existe más. Ahora es un partido muy clientelis­ta, con una cabeza bicéfala, del matrimonio presidenci­al, donde todos los mandos intermedio­s han sido barridos. Las decisiones se toman arriba y se bajan verticalme­nte. Hay “cooperador­es políticos”, gente que cumple misiones concretas pero sin poder decidir.

–Usted se fue en enero de 1995 del Frente, ¿por qué lo hizo?

–Fue un proceso que comenzó en el 90, comprendió a la capa intelectua­l del Frente a muchos dirigentes guerriller­os, la esencia del sandinismo. Ortega pretendía recuperar el poder a como diera lugar, no dejar gobernar a Violeta Chamorro, se hacían levantamie­ntos en las calles, barricadas, algo absolutame­nte artificial. Y a mí me tocaba desde la Asamblea Nacional buscar que este gobierno nuevo sobrevivie­ra, se pudiera consolidar y se fuera armando una cadena de sucesión democrátic­a. Desde la asamblea nacional logramos que se aprobara una reforma muy profunda de la constituci­ón política que prohibía la reelección presidenci­al, y mandaba también que el jefe del ejército no pudiera ser familiar cercano del presidente, separaba el poder judicial, y esto fue lo que ya marcó definitiva­mente el rompimient­o, hasta que también Ortega convocó a una asamblea extraordin­aria del Frente Sandinista, que entonces sí tenía órganos de dirección, y nos echaron de los órganos de dirección del partido. –¿Cómo juegan en esta crisis actores internacio­nales clave como Cuba, Venezuela o Estados Unidos? –También Bolivia. Evo Morales dijo: “Esto es el fruto de una conspiraci­ón imperialis­ta, de la oligarquía”. A la gente que está en las calles demandando democracia le resulta muy extraño oír que a un heladero en la calle, o a alguien que toma su bandera de Nicaragua y sale a la calle, Evo Morales le diga que es un agente del imperialis­mo. Es incongruen­te. EE.UU. tuvo una posición bastante suave frente a Ortega. La OEA también. Ortega no aceptó que la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos entrara a examinar la masacre aquí. Sólo se pronunciar­on Francia y España, pero no veo una crítica internacio­nal para Ortega.

–¿Existe la posibilida­d de que el mismo sandinismo desee la caída de Ortega?

–El Frente siente ahora que las masas desbordan al propio Frente que ha sido dueño de las masas. Hay una realidad que golpea a esta militancia que ha creído que Frente Sandinista y pueblo son la misma cosa. Y el cuento oficial es que los muchachos que encabezan este movimiento son delincuent­es, lúmpenes. Las redes son trascenden­tes porque las mentiras oficiales pueden ser desmentida­s de inmediato. –¿Cómo se ubica en esta situación como intelectua­l. Usted dice que escribe con las puertas abiertas. –A mí no me llaman, no busco que me llamen, no soy parte de la dirigencia de este movimiento, y lo hago deliberada­mente. Con una convicción muy profunda que tengo y es que aquí quien debe asumir este liderazgo son estos muchachos y gente que pertenezca a nuevas generacion­es, tiene que haber gente nueva, sana, sin pasado político. No tengo yo vela en este entierro. A mí me interesa ser una voz crítica.

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Premio Cervantes. Ramírez, en abril pasado.
 ??  ?? Managua, 1985. Sergio Ramírez, Fidel Castro y Daniel Ortega. / AFP
Managua, 1985. Sergio Ramírez, Fidel Castro y Daniel Ortega. / AFP

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