Entre tazas de té, tarareando, por Ezequiel Alemian Un viaje en círculos, de Federico Monjeau
La caja de los deseos es una selección de textos en prosa de Sylvia Plath (1932-1963) descubiertos en la biblioteca de su madre o editados por primera vez años después de su muerte. Es un libro de 1978, armado por quien fuera su marido y albacea, Ted Hughes (1930-1998). Incluye relatos, ensayos y diarios escritos entre 1952 y 1962, que Plath no llegó a publicar. En el epílogo Hughes señala que una clave esencial en el plan de vida de Plath era la de convertirse en una escritora de prosa periodística “de alto nivel, popular, práctica y estadounidense, cuyos relatos apareciesen en las grandes cabeceras y le valiesen grandes sumas de dinero, y le diesen la sensación de ser una profesional con un trabajo de verdad en el mundo de verdad”. Su mayor ambición: publicar en el New Yorker o en el Ladies’ Home Journal.
Refiriéndose puntualmente a los diarios, Hughes recuerda que en un momento, para ejercitar su observación, al estilo de Flaubert, Plath “se propuso hacer un archivo de toda la gente que iba conociendo, y de su trato con ella, acumulando detalles para futuros cuentos”. En los relatos es muy visible la voluntad de construir una situación, una escena que dé cuenta de una mirada. Es una mirada prolija, obediente, pero con poca agilidad para el relato. En “El oso número cincuenta y nueve”, que describe el tedioso campamento de una pareja en el Parque Yelloswstone, se agradece el gozo inocultable del final, cuando un oso se come al marido.
La novelista, para Plath, lo dice en “Comparación”, ensayo breve en que relaciona la novela con la poesía, es una mujer que “podando un rosal, entre tazas de té, tarareando, arreglando ceniceros o bebés”, con una “hermosa, modesta visión de rayos X, penetra en los interiores psíquicos de sus vecinos: en trenes, en la sala de espera del dentista. ¡Qué no es relevante para ella, afortunada!”.
Los diarios, breves, dedicados a sus vecinos, pierden continuidad en la descripción minuciosa de la vida doméstica. Es una descripción indiscriminada, una enumeración de acciones más que una narración. Plath no parece muy segura de su percepción, de su deseo. Como si no supiese qué observar. Son textos sin arquitectura, muy monótonos estilísticamente: sujeto, verbo, predicado, oración tras oración.
Es “la basura de la vida”, como subraya en “Comparación”: “sube y baja a nuestro alrededor: escritorios, dedales, gatos, todo el catálogo muy manoseado de lo misceláneo que el novelista desea que compartamos”. Pero en la poesía todo cambia en un minuto. Nunca es igual: “ni los abetos, ni los tejados, ni las caras”. El poema es concentrado, un puño cerrado, dice, mientras que la novela es relajada y expansiva. “Nunca he puesto un cepillo de dientes en un poema”.
Hugues dice que la reputación de su mujer proviene de los poemas que escribió durante sus seis últimos meses de vida, mientras que casi toda la prosa incluida (en La caja de los deseos) fue escrita antes de que su primer libro de poemas, El coloso, estuviese acabado, tres años antes de su muerte. “En otras palabras”, dice, “esta recopilación no es representativa de la prosa de la poeta”. Unos párrafos antes, sin hallar una justificación para la publicación de estos papeles, a duras penas había admitido su conservación, “aunque solo sea como notas de una autobiografía interior”.
Y es que quizás lo más significativo de este libro no sean los textos de Plath en sí, ni los textos como marcas de su derrotero íntimo, sino la casi insoportable relación de convivencia entre las palabras de Hughes y las de su mujer.