Revista Ñ

Familias disfuncion­ales, mundos extraños. Entrevista con el escritor español José Ovejero

Entrevista con el escritor español -autor de “Los ángeles feroces” y “La seducción”- que visitó este año la Feria del Libro.

- VIRGINIA COSIN

Hombres que se hacen pasar por otros o persiguen la fama a cualquier precio, juegos de seducción y de poder, familias disfuncion­ales, son algunos de los asuntos que pueblan los mundos extraños de José Ovejero. Prolífico escritor, autor de novelas, libros de cuentos, poesía y ensayo, Ovejero nació en España, pero vivió durante gran parte de su vida en Bonn y Bruselas. Esa condición de extranjerí­a, quizás, lo haya provisto de una mirada capaz de percibir a la distancia los detalles extraordin­arios, a veces perversos, que se entreveran en las vidas cotidianas. De visita en la Feria del Libro de Buenos Aires, conversó sobre su ecléctica obra. –Escribe narrativa, poesía, ensayo, teatro e incluso dirigió un documental en cine. ¿Qué lo lleva a decidirse por un género determinad­o?

–A menudo tiene que ver con algo que se me ocurre e inmediatam­ente me encamina hacia un género u otro. Se me ocurre una idea y me doy cuenta –no sabría decirte cómo– de que eso va a ser un relato, o que va a ser un inicio de una novela. Lo que sucede con poesía y cuento es que, por ejemplo, se me ocurren un par de cuentos y los escribo y ahí puede quedarse todo o puede que encamine un libro. –Su libro Mujer lenta está narrado por una mujer. En Mundo extraño también hay cuentos en los que se pone en la piel de una mujer, o un niño, o algún otro personaje que pareciera tener vidas muy distintas de la suya.

–Es una parte de la escritura que me interesa mucho; la suplantaci­ón de otras vidas, que en definitiva es lo que haces cuando creas un personaje, es decir, intentar imaginar a esa otra persona, suponiendo que podría ser real e imaginar cómo sería ser él o ella. Mis personajes dicen cosas que no pienso, pero que pienso que pensarían ellos. Entonces tu mirada se abre. Y además es entretenid­o. Te crea otro ritmo.

–Los relatos Mundo extraño son raros en muchos sentidos. Hay una mirada corrida de lo que podríamos llamar “lo normal” pero además es muy heterogéne­o, muy libre en su estructura, no obedece a ningún patrón.

–Es algo que me importaba mucho, no porque pretenda renovar el género, no tenía ese afán, pero sí pretendía un poco escapar a mis propias expectativ­as de lo que debe ser un cuento, porque hay un montón de teorías de cómo debe ser un cuento, un montón de decálogos del perfecto cuentista, como decía Quiroga. Pero además de él, ha habido muchos escritores que se han parado a decir cuáles son los diez mandamient­os del cuento. ¿Y por qué? ¿Por qué no jugar? Jugar no sólo en un sentido experiment­al, sino en el de ver cuántas cosas puedo hacer, adónde puedo llegar. Por eso hay cuentos más clásicos con final sorprenden­te, o cuentos más a la Carver, que toman un trozo de una vida y relatan ese pequeño trozo, de modo que nos haga sentir cómo es esa vida, o ya un poco más lejanos de los modelos, cuentos que en lugar de atenerse al canon que dice que un cuento corto tiene que tener una sola acción principal, muy pocos personajes, y un final contundent­e, hacen todo lo contrario.

–Lo que sucede en esos cuentos es extraño, pero a la vez familiar. Por eso son inquietant­es.

–Sí, tienen lugar en la vida cotidiana. Me llamaba la atención cuando era joven y leía a Lovecraft que él siempre buscaba lo tenebroso en cosas completame­nte extraordin­arias, en seres que ni siquiera se podían describir. Me parece que lo tenebroso está mucho más cerca, no hace falta crear esos monstruos indescript­ibles. –En el documental que dirigió, Vida y ficción, dice que cada escritor tiene sus propias obsesiones. ¿Cuáles son las suyas?

–Como escribo tantos géneros y utilizo tantas voces, pensaba que no había una repetición, pero es mentira, claro que la hay. Uno tiene sus obsesiones, temas que vuelven una y otra vez. Durante muchos años he pensado que uno de mis temas recurrente­s era el viaje. Mis personajes eran individuos que estaban en otro lugar, que no era el suyo. Pero eso ha ido desapareci­endo. Ahora creo que lo que me interesa es la identidad. Qué máscaras utilizamos, cómo pretendemo­s ser otros, cómo pretendemo­s ocultar lo que somos. Ahora que lo pienso, creo que eso ha estado siempre. Porque la primera novela que escribí era sobre alguien que se hacía pasar por otro y luego eso ha vuelto de alguna forma en La invención del amor. Entonces ese tema de la identidad está ahí con frecuencia. El éxito, la fama, es algo más de este último libro, pero en mi novela La seducción también es un tema. –Y está presente también el tema de las relaciones de poder y dominación entre hombres y mujeres.

–Eso está muy presente, ese juego de poder, establecer los papeles, subvertir los papeles. Creo que en toda relación está ese juego de poder. Que puede ser una relación más bien constructi­va o puede ser destructiv­a, en muchísimos casos es destructiv­a. Está esa pelea por los límites, en definitiva por defender tu territorio. En un principio, en las relaciones de pareja, parece que uno no tiene nada que defender. Uno está abierto, hace lo que el otro quiere, pero poco a poco, tú no puedes satisfacer continuame­nte al otro, y a medida que esa relación se va fijando, uno empieza a establecer límites y ahí es donde está el juego de poder. Luego está ese otro juego de poder que es la seducción, que es sobre lo que hablo en mi novela. Un juego de poder a veces pactado y a veces no, y es ahí cuando el juego se vuelve peligroso. Es lo que pasa con Don Juan. El problema con Don Juan no es que él seduzca mujeres o que tenga sexo con ellas, sino que las engaña, les está ofreciendo amor para jugar con ellas y luego las abandona.

–¿Es un Don Juan el narrador de La invención del amor?

–Creo que en un punto sí, porque él engaña. Pero luego hay una transforma­ción, porque se va dando cuenta de que todo eso que él está inventando en realidad le está sirviendo para vivirlo. Y da la impresión de que podría, al final, decidirse a vivir, en lugar de jugar sus juegos de poder.

–Es un poco lo que hace el escritor cuando inventa sus personajes.

–La invención del amor es un libro sobre el poder de la ficción, lo que pasa es que si lo dices así no vendes ni un ejemplar. No es un libro solo sobre el amor, sino que es un libro sobre cómo inventamos la realidad, cómo nos inventamos a nosotros mismos, y sobre todo, y eso es lo que más me interesa, cómo a través de la ficción llegamos a la vida. No creo en una ficción que sea un sustituto de la vida, sino en una ficción que nos lleva a vivir. Por ejemplo, cuando nos enamoramos, estamos creando una ficción: creamos un personaje que es la mejor versión de nosotros mismos, nos transforma­mos para enamorar, pero gracias a esa ficción empezamos a vivir el amor. Entonces yo creo que ese es el poder fundamenta­l de la novela, del cuento, que crean esos mundos que no existen, pero que nos llevan al mundo, que sí existe.

–Da talleres de escritura. ¿Cómo le transmite a los alumnos esta búsqueda personal, que va más allá de lo que esperan otros?

–Les insisto mucho en que eliminen las prisas. Porque muchas veces me doy cuenta de que no es que quieren escribir, sino que quieren haber escrito. Entonces, eso es letal para la literatura. Lo más importante, les digo siempre, es que disfruten del hecho de escribir.

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EFE Reconocido. El madrileño recibió el Premio Anagrama de Ensayo en 2012 y el Premio Alfaguara en 2013 por su novela “La invención del amor”.

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