La pintura que se piensa a sí misma, por María Carolina Baulo
La historia del arte, la técnica, la tensión entre lo figurativo y lo abstracto, en una muestra de Sergio Bazán.
Con un texto de sala bizarro a cargo de Eduardo Navarro –titulado “El cielo de las langostas que pintan”– donde una suerte de receta culinaria en su versión “pintura de autor”, establece un paralelo entre el hacer de una langosta y el de un humano, Sergio Bazán se presenta en la galería Miranda Bosch con la muestra Filosofía Física. Una decena de obras de mediano y gran formato que combinan óleos con esmaltes sintéticos, todas producto de la experimentación que ejerce el artista sobre un relato que funciona de excusa para interpelar a la tela.
Tomando algunos de los recursos plásticos y conceptuales del arte moderno, Bazán –que se destaca entre otras cosas por ser formador de artistas– propone abordar la muestra desde tres ángulos tan distintos como complementarios. Dice el mismo Bazán: “Una de las dimensiones es la musical, quizás la más abstracta de todas, la cual sigue un lenguaje circular. Luego aparece el paisaje de Venecia, la cárcel, la libertad, el Puente de los Suspiros. Finalmente, un gran homenaje a los girasoles de Vincent Van Gogh representados en los amarillos y los círculos, siguiendo un movimiento continuo”.
Es entonces cuando en esta búsqueda del ritmo y la armonía, las obras integran estos tres grandes grupos que se retroalimentan aun cuando sostienen un aire de familia pero claramente responden a pautas compositivas particulares. Agrupadas de a dos, tres o cuatro como máximo, algunas telas siguen las directivas de los patrones geométricos y los módulos que actúan como sellos y se repiten sistemática y rítmicamente, confirmando ese discurso melódico al cual hace referencia Bazán. Una estructura que por muy geométrica y abstracta que se presente, no logra tapar la pincelada, el empaste y el peso de la materia sobresaliendo del plano.
Pasando luego a la sala más figurativa, sorprenden dos telas en las que el paisaje oscuro de Venecia se ilumina gracias al concepto que las convoca: el paso a la libertad. Más allá de las luces interiores propias del contraste de la paleta, creando destellos brillantes en las obras, es el concepto el que toma la posta cuando enfatiza –mediante la representación clara y reconocible de un puente que atraviesa el camino entre una cárcel y un más allá incierto– el pasaje a la libertad, la situación de tránsito y vínculo que representa el puente. Es posible ligar este último concepto con aquellas obras que aluden al trabajo de Van Gogh con sus paisajes estrellados y sus campos eternos, la naturaleza manifestada en todo su esplendor desconociendo límites.
Los ecos del arte moderno se hacen presentes en el trabajo de Bazán, pero si no hubiera resuelto el artista correr el eje de la mirada centrada en la pincelada táctil, el cuerpo y la consistencia de la factura como resultado del ejercicio pensamiento sobre los elementos compositivos, Filosofía física sería una propuesta entre tantas. En cambio, Bazán genera con la pintura una respuesta orgánica a las dudas que se le presentan como artista, a las vacilaciones entre presentar y representar, entre la abstracción y la figuración, entre lo geométrico que contiene y lo expresionista de la pincelada descontrolada. El lenguaje del pensamiento moderno se reactualiza en esta muestra pero no ignora el camino ya trazado y sigue sus pasos. Una suerte de “revisión rockera de la artes”, al decir de Sergio Bazán.