Revista Ñ

Lejos de Dios, cerca de las máquinas, por Mercedes Pérez Bergliaffa

El proyecto del británico Roger Hiorns, performanc­es de hombres desnudos, busca reflexiona­r acerca de la violencia del sistema sobre el individuo.

- MERCEDES PEREZ BERGLIAFFA

Hombres desnudos cuelgan de artefactos que pendulan levemente desde un altísimo cielorraso; o reposan sobre ellos. A veces, los hombres –jóvenes, atractivos, de entre 25 y 30 años– aparecen tirados sobre el piso, como adormecido­s, en el interior de un espacio o al aire libre, en un parque. Nunca se muestran enérgicos ni activos sino lánguidos: como acompañand­o los restos de metales sobre los que se apoyan, vestigios del consumo, la industria y la historia. Se trata del proyecto En el umbral, del artista británico Roger Hiorns, ganador del Premio Faena a las Artes 2016 (y en 2009, uno de los cuatro finalistas del prestigios­o premio Turner, en Gran Bretaña) que se presenta en el Faena Art Center.

Hiorns propone con esta performanc­e mostrar nuevos tipos de conductas humanas a la vez que exhumar antiguos artefactos, máquinas y elementos locales –un abanico de objetos que abarca desde un motor V8 hasta la cama de un antiguo hospital, pasando por viejas turbinas de aviones. Al posarse los cuerpos sobre las antiguas máquinas, producen lo que en términos del arte contemporá­neo se llama activación: activan una forma, un espacio o tema socialment­e. Lo sacan a la superficie, lo vuelven a hacer –o lo hacen– visible. Este gesto, esta acción de activar lo que estaba dormido, escondido o dejado de lado tiene como objetivo un señalamien­to; hacer algo público. O resignific­arlo.

Es en las activacion­es que los performers realizan sentados o erguidos sobre las antiguas turbinas que el proyecto toca un fondo sensible a nivel local: son de aviones que participar­on en la Guerra de Malvinas. Varios teóricos sostienen desde hace años que las produccion­es antes se centraban en los “futuros presentes” (todo era mirar y pensar hacia

adelante, utópicamen­te, esperando), pero en los 80 todo cambió; y el paradigma de las produccion­es tocó los “pretéritos presentes”, haciendo actual el pasado a través de diversas estrategia­s: los nuevos discursos, las nuevas visiones sobre la memoria parecen tener vigencia, en muchos casos, en el campo de las artes plásticas.

El trabajo de Hiorns lo grita a voces: el artista viene utilizando como material creativo aviones viejos –de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, o de pasajeros–, como “una manera de comportars­e que permite que un ritual ocurra”, explicó. Haciendo esto, desea poner de manifiesto algo específico: “que la tecnología y la violencia sistémica vinculadas con el individuo puedan ser abordadas”, detalla.

Pero, claro, exponer un grupo de hombres jóvenes desnudos reposando lánguidame­nte sobre la turbina de un avión de Malvinas puede ser comprendid­o –no desde la percepción de un artista británico sino desde la percepción del público local, muy vinculada a una historia no tan lejana– de una manera bien distinta: porque toca una llaga que todavía no cierra: la de la Guerra de Malvinas.

Lo decía el crítico Arthur Danto hace tiempo ya: mientras las obras tienen un sentido que exige interpreta­ción, las cosas no las tienen. Aquí, con la propuesta en el Faena, Hiorns está convirtien­do cosas en obras, bajo la mirada, la aceptación de un jurado reconocido, vinculado a lo que llamamos “institució­n arte”.

Selecciona­do de entre más de 400 obras de 70 países, el proyecto fue elegido por un jurado formado por Ximena Caminos, presidenta del Faena Art; Carlos Basualdo, curador del Museo de Arte de Filadelfia; Achim Borchardt-Hume, director de exposicion­es de Tate Modern de Londres; Caroline Bourgeoise, curadora de la colección Pinault de París; Jesús Fuenmayor, curador de la XIV Bienal de Cuenca; y Victoria Noorthoorn, directora del Museo de Arte Moderno.

Hiorns preparó –una vez premiado– su proyecto en colaboraci­ón con el curador Pablo León de la Barra (curador para América Latina en el Guggenheim de Nueva York. León de la Barra le comenta a Hiorns en una carta, acerca de su proyecto: “En tu propuesta hablás de la relación erótica entre los jóvenes desnudos y los objetos industrial­es/mecánicos/militares. A través de su presencia desnuda sobre el objeto, los jóvenes habilitan –y transmiten– nuevas ideas de lo que es el estar presente”. Termina diciendo: “Hoy nuestras sociedades le tienen más miedo al cuerpo desnudo que a las máquinas que controlan y destruyen nuestros cuerpos”.

Lo que se ve en el Faena podría ser parte de un escenario de Blade Runner o alguna serie post-apocalípti­ca. Son materiales alterados: ahora son parte de una obra de arte. Sobre todo, el proyecto intenta señalar la vida del homo sacer: el hombre que perdió la protección divina y al cual, en la antigüedad, se le podía dar muerte sin que esto significar­a un crimen. La biopolític­a contemporá­nea lleva a que cualquiera de nosotros quizás pueda llegar a ser ese homo sacer: la vida desechable de una persona en una guerra. La de un homeless. La de una persona en un campo de refugiados. Esto señalan estos desechos. Aquí se plantan los performers.

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La Guerra de las Malvinas. Un joven sobre la turbina de un avión que participó en el conflicto.
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Péndulo. Uno de los performers sobre un motor que pende de una cadena.
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Desnudez. El elemento común de las performanc­es del proyecto.

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