El estilo frívolo para disimular la afasia de contenidos,
A los ojos de Claudio Magris. El ensayista italiano describió tempranamente las tretas y ética del político pop.
Hace nueve años, en tiempos de Silvio Berlusconi (empresario mediático, presidente del Consejo de Ministros en tres ocasiones y pope durante casi dos décadas de la derecha italiana), el escritor Claudio Magris fue uno de los primeros en caracterizar la “política pop” como uno de los males de la democracia contemporánea. La definió como un estilo de liderazgo emparentado con el espectáculo, cuya clave es lo indistinto, que convierte la política en su caricatura. El hecho de que Berlusconi, protagonista de varios escándalos sexuales, que fue condenado a cuatro años de cárcel en 2013 por fraude fiscal, haya sido rehabilitado hace pocos días por la Justicia para volver a ocupar cargos parlamentarios, subraya la vigencia de ese diagnóstico.
Magris, ganador entre otros del Premio Príncipe de Asturias y ex senador por una coalición de centroizquierda, precisó el concepto en 2014, en una entrevista con Ñ: “En la cultura pop no hay diferencia entre una verdadera obra de arte y su imitación; no hay diferencia entre una cosa que es vivida a fondo –ciertos valores– o una cosa superficial –la mera imagen. No hay distinción entre la realidad y su parodia. Hoy la realidad, también la política, algunas veces parece ser su propia caricatura. Como si ya no hubiese distancia entre la política y la sátira que los cómicos hacen de la política. Como si la política fuese ya una sátira de sí misma”.
La categoría empezó a ser usada por los medios como herramienta de análisis. Uno de los blogs del diario italiano La Repubblica, escrito por el periodista Mario Bracconi, tomó el nombre “Política Pop” para comentar en tiempo real los acontecimientos. Por ejemplo, “el nuevo vocabulario del liderazgo”, poblado de anglicismos como cool, que pasó a ser la contraseña de un lenguaje político anclado en el “deseo de hablar el mismo idioma que se supone que hablan las personas comunes”, bajo la sospecha de que esa práctica “funciona como una coartada para ocultar la afasia de los contenidos”.
Bracconi es también uno de los autores del volumen colectivo Alfabeto Grillo, publicado en 2014, que reflexiona sobre la política italiana 2.0 a partir del surgimiento del movimiento antisistema 5 Estrellas (M5E), fundado en 2009 por el cómico Beppe Grillo, como una “libre asociación de ciudadanos”. Autodefiniéndose “más allá de la derecha y la izquierda”, móvil y adaptable a las circunstancias, 5 Estrellas “representó el prototipo de la pospolítica en la era de las democracias líquidas”.
Las olas de ese cambio arrecian. Hoy, tras casi 90 días de crisis, Italia se encamina a nuevas elecciones generales mientras el riesgo país sube y caen la Bolsa y las acciones. Las recientes afrentas en Facebook de Matteo Salvini, líder xenófobo de la alianza populista ganadora de las elecciones del 4 de marzo, contra el presidente italiano, Sergio Matarella, por negarse a ungir a un ministro de Economía eurofóbico, y la renuncia tras la imposibilidad de formar gobierno del primer ministro Guiseppe Conte, un abogado sin experiencia política y acusado de falsear sus antecedentes académicos (caso que recuerda al de Daniel Reposo, fallido candidato presentado en 2012 por el kirchnerismo para ser jefe de todos los fiscales) evidencian el descalabro que vive la octava economía del mundo.
Un duelo de hashtags en Twitter enfrenta hoy a quienes apoyan al presidente Matterella (# yoestoyconMattarella) con los seguidores de la alianza populista que obtuvo el 53% de los sufragios en marzo. Uno de sus líderes, Luigi di Maio del M5E, llamó el 28 de mayo a embanderar las ventanas tras la consigna #mivotocuenta. Los socios de la Unión Europea, entretanto, cruzan los dedos: “Esperamos que Italia tenga pronto un gobierno estable y proeuropeo”, sintetizó la canciller alemana Angela Merkel.