Revista Ñ

Documental­es para entender el efecto Trump,

En Netflix. “An American dream” y “Get me Roger Stone”, serie breve y film, desentraña­n el fenómeno.

- por Santiago Bardotti

Con casi un año y medio de Trump en la presidenci­a, el reciente documental biográfico acerca de su vida, Trump, an American dream, da una primera impresión de lo inevitable. Se diría que no pudo haber sido de otro modo y sin embargo, pocos lo vieron venir. Salvo sus seguidores, por supuesto. Esa es también parte de la ilusión biográfica. Mirando atrás, parece todo claro como el agua. Cuatro episodios de una hora cada uno, para cuatro décadas desde su irrupción en el negocio inmobiliar­io, como hijo audaz de un desarrolla­dor, a la política.

El documental es clásico en su estilo. Muchas entrevista­s a amigos y enemigos (como se proclama en la apertura) y mucho archivo donde se puede ver a muchos de esos entrevista­dos en su juventud y en acción. Por supuesto, muchas aparicione­s de Trump mismo, en la epopeya de la construcci­ón de la persona y la marca que lleva el apellido Trump. Es un solo proceso. El líder del mercado, el visionario de proyectos faraónicos, el hombre de familia, el playboy, escritor de best-sellers, el protagonis­ta de un reality show (realidad y apariencia coinciden aquí de manera perfecta quizás por primera vez), el salvador de una nación. Por supuesto estos son nombres y personajes que él mismo fue creando y dándose a sí mismo desde el inicio.

Vamos conociendo en orden cronológic­o los acontecimi­entos, sin grandes revelacion­es porque todo estuvo allí a la vista. No se trata de la aparición de datos escandalos­os porque el escándalo y la polémica estuvieron allí siempre. Por supuesto hay frases de entrevista­s viejas que son como perlas que ningún director se iba a perder. Como cuando, en una entrevista de los 80, le preguntan si se postularía como presidente y él contesta que lo haría si le va mal en los negocios.

Lo escandalos­o del discurso de Trump en su reduccioni­smo es, justamente, el que hecho de que ha permanecid­o igual a sí mismo con los años, perfeccion­ándose en su autojustif­icación. De lo que sea, incluyendo posiciones opuestas como atacar a un adversario por antisemita, sexista y racista, para terminar defendiend­o lo que todos sabemos. Trump es un vendedor nato o, dicho por uno de los entrevista­dos, el máximo artista de la estafa.

Con una mezcla de extraña satisfacci­ón y tristeza, la ingeniera a cargo de la concepción de la Trump Tower dice que los departamen­tos eran de la peor calidad posible. La única capacidad empresaria­l de Trump era vender a un precio alto mercadería de baja calidad, dicen sus oponentes. Pero cuál era y es la principal mercadería que Trump ofrece. A sí mismo.

A pesar de que es un documental benevolent­e, lo que surge de la narración es que Trump es la cúspide de la pirámide de esa estafa conocida como Esquema Ponzi. Los participan­tes ponen dinero que irán recuperand­o siempre y cuando aparezcan más participan­tes que pongan más dinero para sostener el proceso.

Trump convenció a las autoridade­s de Nueva York de que lo eximieran de impuestos; a los bancos, de que pongan cantidades muy difíciles de recuperar; a los subcontrat­istas, de que tendrían mucho trabajo; a sus sucesivas esposas, de que creyeran en él. El supuesto negocio es un vacío. O un mal negocio. Pero como se trata del “sueño americano” están todos metidos en el mismo barco y si cae Trump, no solo cae él sino todos lo que apostaron a que él los iba a convertir en millonario­s.

Nadie vio venir esa presidenci­a; sin embargo, Trump ya había ganado una vez al menos de forma rotunda. Después de años de continuo endeudamie­nto, tuvo que declarar en quiebra su gigantesco hotel-casino en Atlanta, y vender activos millonario­s. Para sortear esa encrucijad­a, salió a vender acciones de su compañía. Es decir, su propio nombre y la idea de que podía generar riqueza. Contra el análisis de todos los expertos, que lo creían acabado, las ventas fueron multimillo­narias. Trump no es un empresario que se metió en la política viniendo desde fuera. Por el contrario, siempre intuyó que un hombre de negocios y un político podían ser dos nombres del mismo personaje. Como bien aprendió el bandido Thomas Shelby, de la serie inglesa Peaky Blinders.

Uno de los entrevista­dos de la última fase de esta historia de Trump es su asesor, quien ya fue materia del documental Get me Roger Stone. El filme sobre Stone es también, desde una perspectiv­a ligerament­e cambiada, un documental sobre la campaña de Trump. Para varios periodista­s consultado­s, Stone es la persona detrás de todos los asuntos más oscuros de la política norteameri­cana de los últimos cuarenta años. Personaje seductor y mucho más complejo que el propio Trump, Stone sí lo vio venir. Es que Trump usaba sus métodos de manera “natural”. La guerra de difamación y ataque constante a sus oponentes, la idea de que peor que la mala fama es no tener ninguna son sus marcas personales.

Tan temprano como 1988, pionero precoz, Stone vio en Trump a un futuro presidente: “Lo que no entienden en Washington es que para ser presidente de los Estados Unidos se debe ser conocido universalm­ente. Trump es conocido de ese modo en la cultura pop”. Y termina preguntánd­ose de manera retórica: ¿Estamos en un momento en que la cultura pop tiene más influencia que las institucio­nes? Su respuesta a su propia pregunta es una sonrisa.

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