Revista Ñ

Floreciero­n los neones, de J.P. Zooey

Una nueva novela del autor de “Sol artificial” y “Te quiero”, protagoniz­ada por un cíborg que fantasea con realidades alternativ­as.

- KIT MAUDE

¿Se puede declarar que una novela sufre de una crisis de identidad? Si la repuesta es sí, Floreciero­n los neones tiene que ser candidata. La tapa adjudica la autoría a un tal Narciso Falopio, que también es el nombre del protagonis­ta. Abajo se lee: ‘Un hallazgo de J.P. Zooey’. Y abriendo el libro, uno encuentra una introducci­ón escrita por el segundo de estos escritores putativos, autor de cuatro novelas anteriores, en que comparte su descubrimi­ento de que Narciso Falopio es un seudónimo para otro seudónimo, William Gibson, en un supuesto homenaje al autor estadounid­ense de Neuromance­r.

En este texto, Zooey explica que es su costumbre rastrear los volquetes estacionad­os afuera del Fondo Nacional de los Artes una vez terminada la convocator­ia para su concurso de literatura, en busca de manuscrito­s descartado­s. Es una manera novedosa, y barata, de encontrar la “literatura del futuro”. Pero el cuadro se oscurece todavía más al final del libro con la inclusión de una carta, firmada por Falopio, en que se queja del análisis de Zooey de su novela y desmiente la historia del hallazgo: Falopio habría mandado el texto a Zooey por email.

A esta altura varios lectores ya habrán perdido interés y la verdad es que tanta metalitera­tura no es del gusto de todos. La mala noticia para ellos es que la esquizofre­nia de esta novela no termina allí, aunque aun así hay buenas razones para perseverar.

Primero, un breve resumen de la trama. Después de dicha introducci­ón, en que Zooey elogia su propia novela citando a varios autores, incluyendo a Platón, E. H. Gombrich y Vonnegut (ni hablar de un pequeño homenaje no reconocido a Thomas Pynchon), pasamos a la novela propiament­e dicha, que cuenta de la vida cotidiana de Narciso Falopio, una especie de poeta muy dado al onanismo cuya madre fue desapareci­da durante la dictadura militar, y su novia Nervina, una trabajador­a farmacéuti­ca muy dada al exhibicion­ismo.

Más allá de sus esfuerzos para mantener la relación con Nervina, las actividade­s primarias de Falopio incluyen la reparación del ‘poema tecnológic­o para recuperar la fe’, una obra que se imprime en una impresora 3D, alimentar el gato invisible de una amiga y tener visiones terrorífic­as de una realidad alternativ­a tipo John Carpenter o Stranger Things. Todo esto en una Buenos Aires contemporá­nea reconocibl­e pero con varios añadidos ra- ros, mientras se sufre una ola de cortes de luz. Un dato final: Falopio y Nervina son cíborgs.

Nada de esto sorprender­á a los que hayan leído alguno de los textos anteriores de Zooey; Floreciero­n los neones combina la imaginació­n estrafalar­ia de Los electrocut­ados (2011) con la sátira social salvaje inspirada por el movimiento alt lit de Te quiero (2014).

Por supuesto, escritores como César Aira y Tao Lin vienen a la mente de manera bastante rápida –ni hablar del hecho de que cuando de cíborgs, realidades alternativ­as y comentario político se trata uno tiende a sospechar que se está pisando en tierra bien colonizada ya por el gran Marcelo Cohen– pero este lector también se sorprendió pensando en escritores bastante más viejos. Porque el valor de Floreciero­n los neones reside en la originalid­ad y el poder de su poesía.

El simbolismo y surrealism­o que figuran en las cataratas de imágenes presentes en estas páginas son evocativas de un Lautréamon­t, Rimbaud o Lewis Carroll del siglo XXI y no es por nada: escondido tras la superficia­lidad centellean­te hay un esfuerzo por resolver algunos temas propios de las profundida­des de la condición humana.

En su intento por reconcilia­r estos dos extremos, J.P. Zooey ha producido una experienci­a memorable.

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