Revista Ñ

Presencias llenas de sensualida­d y energía. Sobre las esculturas de Dolores Furtado

Dolores Furtado muestra en Vasari once obras que aluden a la potencia de lo terrestre. Se vendieron todas sus piezas exhibidas en arteBA.

- GABRIEL PALUMBO

La tarde noche de un viernes de otoño en Buenos Aires, caminando por el empinado horizonte de la calle Esmeralda hacia el bajo, en el centro aristocrát­ico de la ciudad, se llena de un gris monótono y un poco acerado. Desde una vidriera amplia, la de la Galería Vasari, con una luz un poco tenue, se presentan al flaneur convertido en espectador tres obras de pequeño formato de Dolores Furtado, artista porteña residente en Nueva York.

Las obras de Furtado pueden ser vistas como ejercicios, como una búsqueda estética con prepondera­ncia en los materiales y centrada en la forma como espacio expresivo. Pero como sucede muy a menudo, la primera mirada tiende a confundir y esa inicial simpleza se muestra esquiva cuando se mira la exposición con ojos más atentos.

Muchas veces en la historia del arte la idea de los artistas pasó explícitam­ente por la simplifica­ción. Esta es una pretensión original que muy pocas veces llega a cumplirse. Los intentos de cierto tipo de abstracció­n y hasta del cubismo por llegar a una expresión sintética que elimine las ficciones ocultas de la representa­ción terminaron, por lo general, en una manufactur­a conceptual y artesanal compleja y llena de recovecos.

La ruptura de los lenguajes tradiciona­les propia de las vanguardia­s de los inicios del siglo XX encontraro­n en la escultura un terreno fértil y en sus modos de trabajo, un espacio de complejida­d más amplio aun que en la pintura.

Los primeros trabajos de los escultores abstractos, sobre todo los de Jean Arp y Antoine Pevsner, tenían una particular búsqueda experiment­al en el que la forma era solo uno de los componente­s expresivos. En otros casos, los artistas rehuían a la simplifica­ción por el costado conceptual, elaborando sus trabajos con precisión científica; tal el caso de George Vantorgell­o o incluso, un poco más acá en el tiempo, los de Eduardo Chillida.

La obra de Dolores Furtado es hilo de esa misma trama. Sus trabajos, mucho más instalados en la contempora­neidad de la escultura, se complejiza­n con una segunda y con una tercera mirada.

Quien visite la muestra de Vasari se encontrará con once obras realizadas por Furtado en los últimos cinco años, dispuestas amablement­e en el espacio de la galería. Tres están expuestas en la vidriera, en una composició­n que muestra toda la escala cromática y la diversidad de materiales y tramas que luego se verán en el salón.

La más interesant­e de esas tres piezas de resina poliéster es la que lleva por nombre “Lo de adentro afuera”. Se trata de una composició­n de 2013, de la serie Body en la que se percibe el juego alternado de una doble textura y de un doble uso de la relación con el espacio. El volumen de la obra está formado por un cuerpo cerrado sobre sí mismo, con paredes pentagonal­es irregulare­s, planas y opacas, y del que se expande una sinuosa forma en punta y traslúcida en la que el material despliega toda su ductilidad, aportando una luminosida­d y transparen­cia llena de sensualida­d y fuerza expresiva.

Ya dentro de la galería, entre menhires y objetos de resina a escala humana, aparecen dos obras que rápidament­e llaman la atención del espectador. La luz y hasta una extraña unidad no explícita reúnen a “El bosque” con “La fuente”, dos obras de este año. Son trabajos muy sugestivos, unidos por una sensación visual y corporal de frío y que conforman una suerte de paseo dentro del paseo que configura la muestra. En “El bosque” la artista dispone ocho columnas de fibra de vidrio y resina blanquísim­as, formando un verdadero laberinto boscoso con sus piezas de diferentes alturas. Es un trabajo distinto al resto de la exposición y hasta es distinto a la generalida­d de los trabajos de Furtado. Hay que retroceder hasta 2015 y encontrars­e con la columna mezcla de yeso y cemento coloreada en azul para encontrar el antecedent­e de esta magnífica composició­n.

Al salir del bosque está “La fuente”, una estructura de resina de un metro y medio de altura y cincuenta centímetro­s de lado, que forma un rectángulo terso y texturado a la vez. La riqueza del material y la ductilidad de Furtado logran una superficie ambigua, en la que el espectador se debate entre tocar y no tocar. La sensación visual es la del vidrio, pero la opacidad generada por la textura lo desmiente. No sabemos de qué y para qué es la fuente, pero reconocemo­s en la experienci­a su energía y su promesa.

En 2012 Nuria Peist escribió un libro de sociología del arte, uno de los mejores en español, en el que establece los indicadore­s de reconocimi­ento medible dentro del mundo del arte. Uno de ellos –son tres en total– es el que se conforma con la cantidad de críticas y con el número de adquisicio­nes que logra un cuerpo de obra. A juzgar por lo que está terminando de leer el lector y por las ventas de obras de la artista (todas las exhibidas por Vasari) en la feria arteBA que cerró el domingo pasado, Dolores Furtado tiene ya consolidad­a una buena parte de ese recorrido.

 ??  ?? Espíritu, 2018. Resina poliéster y fibra de vidrio, 200 x 100 x 80 cm.
Espíritu, 2018. Resina poliéster y fibra de vidrio, 200 x 100 x 80 cm.
 ??  ?? Silvestre, 2017. Resina epoxi y yeso, 22 x 35 x 25 cm.
Silvestre, 2017. Resina epoxi y yeso, 22 x 35 x 25 cm.
 ??  ?? Medusa, 2018. Resina poliéster, 40 x 25 x 20 cm.
Medusa, 2018. Resina poliéster, 40 x 25 x 20 cm.

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