El remordimiento del motochorro. Entrevista con el cineasta Agustín Toscano
Acción, conciencia y orden social se unen en el nuevo filme de Agustín Toscano, que se inicia con un robo y arma una historia con la culpa del ladrón.
Si Miguel no fuera un personaje de ficción, una gran mayoría no le dispensaría atención alguna como un hombre; sería una amenaza, un delincuente sin rostro que puede arrebatar una cartera o un portafolio, e incluso poner en riesgo lo que no tiene precio: la vida. Las noticias como estas no faltan en los informativos y en la sección de policiales de los diarios. La noticia periodística, acosada por la endeble duración que la caracteriza, suele universalizar el contenido que comunica y desdeña la singularidad de cada caso.
Que El motoarrebatador empiece con la escena más temida, la de un robo con consecuencias graves para la damnificada, es una decisión precisa. Toda noticia comienza y termina ahí; un robo más para la estadística, dato que cimienta una lectura sociológica minimalista de la inseguridad. El cine trabaja en la dirección opuesta. No universaliza, sino que singulariza. Detrás del casco está Miguel: tiene un hijo, está separado, no tiene una casa fija para dormir y su familia reside en una zona rural, un poco lejos de la capital de Tucumán. Si bien todo robo implica una decisión y un acto de conciencia, existe siempre un contexto que influye, y Agustín Toscano se ocupa cuidadosamente de señalar el cruce entre acción, conciencia y orden social.
Lo que pone en movimiento el relato es el remordimiento de Miguel. ¿Qué habrá pasado con la señora a la que le robó? Lo único que sabe es que, tras resistir y ser arrastrada unos metros por la moto, la víctima quedó en el suelo. El encuentro entre el ladrón y la mujer tendrá giros inesperados, los suficientes para que El motoarrebatador cuente una historia sin desatender la complejidad del caso. El relato prodiga pasajes de violencia y ternura, y la trama revela decisiones que requieren un pulso firme y un equilibrio lúcido para no hacer concesiones demagógicas ni mucho menos reaccionarias.
–El ladrón es antes que nada una persona y es por eso que usted trata de entender todas las variables que lo han empujado al robo subido a una moto. ¿Qué lo llevó a tomar como punto de partida ese punto de vista?
–Así como usted lo dijo, Miguel, el protagonista de la película, es antes que nada una persona. Armé la trama como si pintara el retrato de este sujeto imaginario. Me aferré al punto de vista de este Miguel desde la primera escena que escribí. Fue una decisión formal tomada el primer día de trabajo. Esta idea venía también sugerida en el título que había elegido desde el comienzo; “motoarrebatador” es un concepto que me orientó siempre. Es la forma elegante de decir ladrón que usa cierta prensa tucumana. Es un rebusque que me encanta. Hasta el sonido de las dos palabras juntas me suena a una onomatopeya que representa el arranque de esta historia. El punto de vista es ese, el de una persona, que ha robado y ha abusado de la fuerza de una motocicleta para arrastrar a una mujer por la vereda, y encima casi la mata. Esa es la óptica de nuestro protagonista. No se puede sacar de encima esa motocicleta y ese casco, los tiene adheridos como tiene pelo y tiene orejas. Es un Daft Punk.
–¿En qué sentido?
–Un Daft Punk, solo que tucumano y un poco excedido de peso. En Electroma, una de las películas hermosas que hizo el dúo Daft Punk, hay un pueblo entero donde toda la gente tiene cabeza de casco; y dos de esos tristes semirrobots se hacen una cabeza humana falsa arriba del casco, para tener algún tipo de expresión. Es así también este Miguel Ángel que protago- niza mi película. Quiere hacerse una cara nueva, quisiera dejar esa vida de casco, pero no le es fácil sacarse esa piel y meterse en una nueva.
–En Los dueños y en El motoarrebatador a usted le interesa especialmente la interacción de clases y la relación de sus personajes con la propiedad. ¿Qué desea descubrir en sus relatos con esa zona de contraste y asimetría? El uso de lo ajeno tiene una fascinante relevancia en las dos películas.
–Los dueños iba a llamarse La desgracia y la propiedad privada. Ese nombre largo y poco vendible es para mí un enunciado temático sobre lo que me interesó explorar en las dos películas. Es lamentable la división de bienes que respetamos en la sociedad contemporánea. Una larga historia de usurpaciones ha construido la noción de país y la de terrateniente. Alguien dice ser dueño de algo, una ley lo protege, unos expedientes lo avalan y unas escrituras lo certifican. Todos los derechos del que tiene están protegidos pero ningún derecho ayuda al que no tiene territorio, al que no tiene nada. La sociedad hunde cada vez más a los no propietarios, los alquileres son cada vez más caros, las leyes más duras. El sueño de la casa propia es un fantasma que cada vez más personas persiguen sin atraparlo. No creo poder cambiar esas asimetrías, pero sé que haciendo películas uno está principalmente hablándoles a los que sí tienen techo. Hacemos cine desde el poder adquisitivo.
–¿A qué momento específico se refiere el filme y por qué eligió el saqueo y no otro modo de desborde social en el que se perciba el malestar social? –Empecé a escribir El motoarrebatador pocos meses después de estrenar Los dueños en 2013. Fue un año muy singular, ya que la Policía de Tucumán estuvo en conflicto con el Gobierno y tras una larga negociación salarial entraron en huelga. Ese era el clima que se vivía. La primera versión de guion de esta película no se ambientaba todavía en ese contexto pero estaba siendo escrita durante ese periodo. Daba por sentado un estado de las cosas relacionado con el caos social que se estaba viviendo sin todavía querer narrarlo. Cuando el guion se fue consolidando descubrí que la historia se potenciaba si la ambientaba en los días de la sedición policial y los saqueos. Podría ser cualquier fecha, pero es ese el año inspirador y son esas situaciones colectivas las que marcan el contexto para toda la historia.
–Usted vuelve a trabajar con Sergio Prina y Liliana Juárez. Supongo que no es una casualidad. Además, el filme depende muchísimo de cada uno de ellos. El trabajo interpretativo era muy laborioso en Los dueños y acá todos los personajes encuentran el punto justo en sus caracterizaciones. –Elegí un modo de trabajo en el que ya no me hace falta hacer casting. Directamente escribí la película imaginando a esos actores en el rol que les asigné. La mejor decisión que tomé en este proyecto fue hacerla así, dependiendo de ellos, trabajando para ellos, con ellos y sobre ellos. Como grupo nos conocemos mucho. Somos realmente muy amigos todos y tenemos una sensación de familia o de tropa. El deseo de verla actuar a Liliana me hizo pensar un personaje de su edad, el deseo de verlo actuar a Sergio me hizo pensar un personaje con las características del motoarrebatador. La pareja que hacen es para mí genial. Una referencia que opera en mi cabeza para querer siempre a Prina y a Suárez es la pareja de La angustia corroe el alma de Fassbinder. Sin esa película no sé si hubiera pensado en ellos dos actuando como dupla.