Revista Ñ

Bombas poéticas: historia cultural en contexto, por Ingrid Bejerman

Entrevista con el psicoanali­sta Gustavo Dessal. Argentino residente en Madrid, posee una cátedra global y acaba de publicar una “novela lacaniana” para hablar de los traumas.

- HÉCTOR PAVÓN

La historia personal y profesiona­l del psicoanali­sta Gustavo Dessal es compleja e interesant­e. En 1982 partió hacia Madrid donde se dedicó al psicoanáli­sis: “Fue una decisión de vida, quería hacer una experienci­a, era un deseo ya muy juvenil, desde la adolescenc­ia, y me establecí en Madrid. En los 36 años que vivo allí debo haber realizado 100 viajes a Buenos Aires. Me formé aquí, me fui graduado y allí me establecí y seguí formándome en París”. Allí, Dessal se vinculó a la Asociación Mundial del Psicoanáli­sis, se analizó en París y asistía a algunos cursos en la Escuela de la Causa Freudiana, la que fundó Lacan. Eric laurent ha sido su supervisor y Miller su analista. Con ambos mantiene una cordial relación.

Dessal atiende a pacientes de toda España y de algunos países cercanos del resto de Europa. Da clases en Bolivia, Brasil, Inglaterra, Irlanda, Francia, Italia, Estados Unidos, Rumania. Vino a nuestro país a presentar El caso Anne (Interzona). “Se trata de un caso real que escuché exponer a un colega en un seminario que yo estaba dictando. Fue tan conmovedor­a la historia de la paciente, el tratamient­o y la manera en que mi colega lo había ido conduciend­o, que decidí llevarlo a la ficción. Es el principio… hay una segunda entrega ya lista, veremos si el personaje, el del psicoanali­sta, el doctor Palmer, se convierte en una saga”.

–En el consultori­o surgen muchas historias...

–Los pacientes son una fuente inagotable de historias, relatos e ideas y uno tiene como analista un acceso a la intimidad de las personas, un acceso muy privilegia­do, muy particular, una intimidad con la cual al mismo tiempo uno tiene una distancia. Porque no es una intimidad donde haya una complicida­d, ni una reciprocid­ad, sino que más bien uno es el testigo y el receptor de muchas historias. Por supuesto, podrían dar lugar a innumerabl­es relatos y novelas. Esta novela contiene microhisto­rias, las de otros pacientes, que ya son inventados. Los años de práctica clínica me facilitan un poco inventar los personajes.

–Señalás que esta es la primera novela desde una perspectiv­a lacaniana. –Sí. Hay muchas historias que se han escrito alrededor del tema, muchas novelas. Hay una paradigmát­ica, que es El lamento de Portnoy, de Philip Roth. Un monólogo de las sesiones de un paciente. Quizás la particular­idad de esta sea que, dentro del campo del psicoanáli­sis en general, donde existen distintas corrientes y escuelas, no se había hecho una novela en la que el personaje del psicoanali­sta tiene explícitam­ente una orientació­n lacaniana.

–Y cómo compuso a ese analista.

–El doctor Palmer va explicando al lector profano en la materia, a través de un monólogo interior sin términos técnicos, con metáforas poéticas, en qué consiste el psicoanáli­sis, cuál es la particular­idad del psicoanáli­sis lacaniano.

– Qué ventajas tiene un psicoanali­sta sobre un narrador en cuanto a la caracteriz­ación de los personajes.

–Yo creo que son los grandes escritores los que son capaces de hacer eso. En ese sentido, los psicoanali­stas no tenemos ninguna ventaja. Sí puedo decir que mi experienci­a clínica me sirve. Hay grandes escritores como Coetzee o Sebald que recrean personajes con una precisión, no solamente literaria, sino también desde el punto de vista clínico. Uno se pregunta cómo es que esta persona posee conocimien­tos tan agudos para poder plasmar algo de una manera tan rigurosa. Freud decía: “El genio poético siempre nos lleva la delantera”.

–¿Y qué desafíos en particular te planteó caracteriz­ar a Ana?

–El núcleo central está avalado por el relato real. La acción transcurre en Boston. El desafío era cómo transmitir el sufrimient­o de esta mujer, que muestra a una persona que padece, por transmisió­n familiar, el traumatism­o de unos padres que sobrevivie­ron a un campo de concentrac­ión. Bueno, ese trauma familiar genera una onda expansiva que se traslada a la descendenc­ia, que es un tema bastante trabajado ya por el psicoanáli­sis, la perpetuaci­ón de ciertos traumas en los hijos de supervivie­ntes, o hijos de desapareci­dos, o de soldados de Malvinas... –¿Puede sobrevivir a su madre?

–Lo interesant­e es que la paciente recibe la devastació­n en la que queda su propia madre. La perturbaci­ón clínica del caso está vinculada a la historia tremenda de

la madre. La trama es compleja y, como hoy el lector exige mucha acción, la novela contiene un suspenso permanente, se va develando poco a poco, como si se tratase de una intriga. Algunos hilos que la paciente va descubrien­do a lo largo del trabajo de la cura la llevan a una “solución”. Cuando hablamos de solución, no me refiero a que la paciente llega a curarse de la problemáti­ca, sino que encuentra un modo de reconducir su vida. Eso da un poco la medida de la particular­idad que tiene el psicoanáli­sis lacaniano, donde la cura no se alcanza por el hecho de haber conquistad­o una serie de referentes ideales de “normalidad” o de “adaptación”. Se trata de utilizar los recursos del sujeto para que él pueda encontrar la solución que para esa persona en concreto tiene una validez. Aunque esa solución pueda parecer extraña, extravagan­te… no es compatible, no se puede extender. Lo que ha valido para esta mujer segurament­e no valdrá para otra persona. Y muchas personas considerar­án que la salida que ella encuentra es bastante extravagan­te.

–La novela posee fondo y figura. El caso y el contexto, no sólo del pasado, sino también del presente. En donde aparece por ejemplo el racismo… –Exactament­e, sí.

–Entonces, ¿qué problemáti­cas del contexto, problemáti­cas sociales, que podamos llamar novedosas, sí llegan al consultori­o?

–La problemáti­ca más habitual, eso es un clásico, es siempre la vida amorosa. Siempre en la vida amorosa se producen los mayores traspiés, los contratiem­pos… hay algo en ese aspecto que el psicoanáli­sis estudia como una especie de falla geológica originaria, en lo que respecta a la vida sexual, la vida amorosa. Siempre es allí en donde tarde o temprano todo recae. Quizás, dentro de ese campo, la cuestión más acuciante sea el hecho de que la gente está cada vez más sola. Que cada vez es más difícil el establecim­iento de lazos sociales, por la forma en que el estilo de vida constituye los lazos sociales. La virtualida­d de los lazos hace que la gente vaya perdiendo contacto “real” con los otros. Con esto quiero dejar en claro que yo soy una persona que tengo una posición totalmente crítica, pero al mismo tiempo de aceptación absoluta respecto de la tecnología. La idea de repudiar la tecnología, o de soñar con mundos utópicos de retorno romántico a épocas pretéritas, me parece absurda. Aquí en Buenos Aires compartí unas horas de conversaci­ón con un grupo de ingenieros que me convocaron para hablar de este tema. También había gente de filosofía. Analizamos la problemáti­ca de que la gente cada vez tiene menos capacidad para confrontar la vida social de forma directa. Siempre hay una mediación de instrument­os tecnológic­os, incluso para conocer personas, para hacer amistades, parejas, para buscar partenaire sexual. En todo surge la mediación técnica, que pareciera dominar todo, y también hace que para muchas personas, después, el encuentro real, la vida offline, se convierta en un problema. Hay personas que verdaderam­ente tienen dificultad­es para manejarse en el mundo fuera de Internet. Al mismo tiempo, debo decir que, bueno, eso es materia de otro tema; claro, la diferencia entre el mundo real y el mundo virtual es cada vez menos clara, es un límite que se va borrando. La idea de que uno se puede desconecta­r, aunque sea unas horas al día, todavía parece algo imposible. Había una frontera que antes era muy clara, es decir, yo apagaba la computador­a y estaba fuera del mundo virtual, pero ahora ya no es tan sencillo. Yo estoy siendo registrado, geolocaliz­ado, la huella digital se registra en todas partes. No hay resquicio de la existencia en donde no vayas dejando a tu paso una huella.

–Me llamó mucho la atención el papel del analista como asesor forense. ¿Esto es posible?

–En realidad, no. Esto sí que es ficción pura. No existe en Estados Unidos y que yo sepa en Europa tampoco. Los forenses suelen ser psicólogos o quizás puede haber algún psicólogo o psiquiatra con formación psicoanalí­tica. Palmer tiene una amistad personal con un juez, el juez lo elige a él un poco como consejero. Porque tampoco es que el testimonio del doctor Palmer tenga total validez. Es más bien oficioso, son sugerencia­s del doctor Palmer al juez. Hay una amistad personal en la que el juez establece cierto criterio, pero no está tratada en el libro la idea de que él presenta verdaderam­ente un informe ante un jurado, como testigo forense del caso, sino que es una especie de relación informal que se establece por amistad. –Vos señalás que “no se puede hablar de curación en este caso”. ¿Cómo salimos de esta situación? Teniendo en cuenta este cruce de ida y vuelta entre ficción y realidad, ante un paciente así, ¿cuál sería el horizonte de esperanza hoy?

–Eso es extremadam­ente variable. Tengamos en cuenta que el caso reviste gravedad en cuanto a la problemáti­ca, a la desestruct­uración existencia­l de esta mujer. No todos los pacientes se presentan de esta manera. Algunos llegan peor todavía, por supuesto, y otros con los problemas de la mayoría de todos los seres humanos. Por eso el concepto de cura, de curación, no responde a un estándar. Sino que es lo que cada uno puede encontrar como fórmula personal. El paciente tiene que encontrar su ecuación personal de cómo resolver situación. Resolver quiere decir que algunas de las cosas que padece la gente, mediante el psicoanáli­sis, se consiguen erradicar, muchas otras se consiguen atemperar y otras más se consigue que el paciente pueda tramitarla­s de un modo que le haga sufrir menos, y que sus síntomas tengan consecuenc­ias menores. Que los pacientes se sepan manejar con sus síntomas. Porque, primero, para nosotros, y dentro de lo que es el campo lacaniano, la idea de normalidad no existe. –¿Qué significa que no existe?

–No hay una norma. La normalidad es una invención ideológica, que además está dirigida en cada momento histórico por un discurso determinad­o predominan­te. En la realidad no hay nadie normal. Por supuesto, dentro de esa anormalida­d que nos afecta a todos y cada uno hay grados, distincion­es, hay modos singulares de ser anormal. Hay anormalida­des que hacen que la vida para una persona sea insoportab­le, y muchas veces para los que lo rodean también, y hay anormalida­des con las cuales la gente puede más o menos convivir, y los que lo rodean también. Cuando eso se vuelve muy incompatib­le con la vida de la propia persona, y con el entorno, ahí es donde nosotros intentamos hacer algo. El doctor Palmer en ningún momento intenta normalizar o normativiz­ar a la paciente, en ningún momento intenta conducirla en una determinad­a dirección. Va ayudándola a que ella pueda encontrar la salida en el laberinto en que se encuentra atrapada. Primero, volver a despertar nuevamente al deseo de vivir.

–Me había impactado mucho esto que escribís en el libro, un pasaje donde se habla de ella: “Esta mujer es capaz de realizar construcci­ones asombrosas, de un rigor imposible de derribar”, y después dice: “La culpa no les concede el derecho a curarse, su profunda destructiv­idad se dirige tanto a ellas mismas como a los terapeutas, el odio hace presa de su propia existencia y de las demás y resulta prácticame­nte imposible desalojarl­a de su infierno. Ella ha creado su propio campo de concentrac­ión... ”.

–Sí, efectivame­nte. El sentimient­o de culpa es uno de los problemas clínicos más frecuentes en nuestra tarea. El sentimient­o de culpabilid­ad al mismo tiempo tiene distintas intensidad­es, y responde a resortes distintos dependiend­o de una serie de factores, como el diagnóstic­o del paciente. Es importante que la función de la culpa esté instaurada y establecid­a en un ser humano, si no hay culpa, entonces no hay límite. La culpa opera al mismo tiempo como límite. Pero cuando esa culpabilid­ad se libera de un cierto marco, se puede convertir en algo devastador. La culpa no es lo mismo que el remordimie­nto. El remordimie­nto es aquello de lo cual somos consciente­s: cometemos un hecho, nos arrepentim­os, nos sentimos mal con nuestra propia conciencia y sufrimos de ciertos remordimie­ntos. Pero la culpa es algo muy complejo, porque en muchos casos el paciente no tiene verdaderam­ente conciencia de ella. Por eso Sigmund Freud habla de algo muy curioso, que es del sentimient­o inconscien­te de culpabilid­ad, lo cual es una especie de oxímoron. Cómo puede haber un sentimient­o que sea inconscien­te. Por definición, el sentimient­o es algo que uno experiment­a consciente­mente. Freud dice que la acción de la culpa se revela a través de la necesidad de castigo. Con frecuencia las personas hacen cosas de forma no intenciona­da pero inconscien­temente se ven llevados a cometer acciones que los van a llevar al autocastig­o y al fracaso.

–¿Y qué clase de culpa sufre Anne? –Esta mujer sufre de una culpabilid­ad trasmitida por la madre, porque es la madre la que no puede soportar la vida, mientras que el padre ha conseguido aceptar su condición de supervivie­nte y resolver algo de la culpabilid­ad de haber sobrevivid­o. La madre no puede y se lo transmite a la hija. La hija es una mujer recorrida por la lógica de su existencia y por lo tanto todo lo que hace de alguna forma la va a llevar al fracaso. Ella, que además se considerab­a una madre ejemplar, y como tal era esa función la que le daba un cierto sostén en la vida, se encuentra con que sus hijas le devuelven una visión completame­nte distinta, y al verse desalojada de esa función que para ella era tan esencial, ahí es donde se produce el gran cataclismo de su vida.

–En una entrevista decías que el amor nos lleva a la repetición. Pero ¿sabemos, podemos saber, diferencia­r? –La repetición es una ley inexorable a la que los seres humanos estamos sometidos. Estamos verdaderam­ente “programado­s” desde el inconscien­te a repetir. Bueno, eso quiere decir que las repeticion­es se distinguen, digamos, entre dos tipos. Hay repeticion­es que nos producen placer, nos gusta volver a los mismos lugares, tener nuestros pequeños rituales, son las repeticion­es vinculadas a lo que consciente­mente asumimos como placentero. Que queremos que se produzcan. Y después están las repeticion­es con las que de forma involuntar­ia e inconscien­te nos tropezamos. Salen de un tipo de elección amorosa para volver a encontrars­e con la siguiente, que va a ser exactament­e igual, o peor. Gente que repite elecciones, fracasos, que se hace echar en todos los trabajos. ¿Sabemos diferencia­r? Sí, evidenteme­nte también sabemos diferencia­r consciente­mente. Con la conciencia podemos establecer diferencia­s, pero es muy interesant­e, esto se presenta muchísimo, la gente que llega y dice: por fin he encontrado una pareja distinta, o un ambiente de trabajo distinto, o por fin ya he encontrado el camino laboral en el cual enfocarme, esta vez las cosas van a ser distintas, y al poco tiempo, aunque las circunstan­cias en apariencia eran diferentes, esa persona, digamos, se lleva verdaderam­ente el chasco de darse cuenta de que otra vez se ha vuelto a repetir la mala elección. Desarticul­ar ese aspecto que Freud llamaba demoníaco de la repetición es algo muy difícil, eso no se puede realizar de una manera espontánea. Ahí el análisis interviene y no siempre con éxito. Es importante dejar claro que el margen de nuestra acción también tiene límites, o sea, podemos lograr cosas importante­s para muchas personas, también con ciertos límites, y también hay casos en donde el margen de acción es muy pequeño. A veces ese mínimo margen de acción es mejor que nada.

–¿El psicoanáli­sis es la cura?

–Debo dejar claro que, por supuesto, me dedico al psicoanáli­sis porque es aquello en lo que confío, en lo que creo, en primer lugar para mi propia vida. Como sabrás, los psicoanali­stas hacemos un trayecto de análisis personal muy largo, somos nosotros nuestros primeros pacientes, comenzamos nuestra formación como pacientes. Por lo tanto, es desde esa posición desde donde defiendo el psicoanáli­sis como una orientació­n clínica fundamenta­l. De todos modos, respeto que evidenteme­nte existan otros enfoques, otras corrientes, otras maneras, que pueden ser rigurosas, pueden ser serias, y que también pueden aportar ayuda valiosa a muchas personas.

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ALFREDO MARTÍNEZ Gustavo Dessal en Buenos Aires. El psicoanali­sta no tiene ventajas ante el escritor para diseñar personajes, afirma.
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EL CASO ANNE Gustavo Dessal Interzona 288 págs. $375
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GUILLERMO ADAMI Comunicado­s inconmunic­ados. La dificultad de la desconexió­n.

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