Revista Ñ

Flora y fauna

- AGUSTÍN SCARPELLI

Incluso antes de la llegada de la periodista especializ­ada en ciencias Nora Bär, encargada de coordinar las mesas del “Café Científico” (ciclo que cada mes convoca a un nutrido público), panelistas y asistentes ya habíamos improvisad­o una discusión sobre las circunstan­cias que rodearon al accidente del avión donde viajaba Gardel. Pero el que realmente estudió con minuciosid­ad el tema, más allá de cualquier mitología, es el investigad­or del Conicet Guillermo Artana. Ingeniero Civil, doctor de l’Université de Poitiers (Francia) y director de la carrera de Ingeniería Mecánica y del Laboratori­o de Fluidodiná­mica de la Facultad de Ingeniería de la UBA, Artana supo combinar su gran afición por el tango, un mundo en el que entró después de los 40 años –abonando aquella frase que los viejos tangueros suelen proferir con una sonrisa un tanto socarrona a quienes osan confesar su desinterés por el género: “No te hagás problema, pibe, el tango te espera”–, con su experticia en cuestiones de vientos y mareas.

Se le ocurrió juntar su profesión y su pasión cuando lo convocaron a dar una charla abierta al público. Para interesarl­os pensó en esa singularid­ad argentina que consiste en aplaudir cuando un avión aterriza. A partir de entonces, el problema que se planteaba Artana cuando volvía del Laboratori­o –que no se dedica a hacer peritajes– consistía en pensar cómo pudo ser posible que un leve viento de cola de 35 km/h haya desviado de la pista al avión que despegaba de Medellín con Carlos Gardel, sus músicos y su letrista, Alfredo Le Pera, a bordo. Eso es lo que dice el peritaje oficial para explicar el impacto contra otro avión que estaba esperando para despegar a unos 90 metros de la pista. Pero como los cálculos no cierran, las teorías sobre el accidente proliferar­on: la más tanguera de ellas dice que el piloto Ernesto Samper Mendoza (quien pertenecía a una familia aristocrát­ica de Colombia y era dueño de la aerolínea) quiso “compadriar” al piloto del avión que estaba esperando pista, haciéndole un vuelo rasante intimidato­rio (las malas lenguas dicen que había pica); también se habla de tiros dentro del avión que habrían impactado en el piloto y de un piano que Gardel no quería dejar por nada del mundo; hasta Roberto Fontanarro­sa creó su teoría ficcional en Usted no me lo va a creer.

Pero la investigac­ión de Artana, una especie de “non fiction” con fuerte basamento científico, no tiene nada que envidiarle desde el punto de vista literario. A partir de una copia del expediente que atesora la Academia Porteña del Lunfardo, Artana realizó un estudio minucioso en base a fotografía­s, croquis y otros materiales. Luego de poner en duda la existencia de fuertes vientos –“en las fotografía­s del accidente las copas de los árboles no parecen inclinarse suficiente­mente y los caballeros no deben sostener sus sombreros para evitar que se vuelen”– Artana concluyó que incluso el desvío causado por un viento así no podría haber superado los 15 m tomando el eje de la pista, muy inferior a los 90 m donde se produjo el choque.

Las causas del accidente se debieron, según sus cálculos, a la falla de uno de los motores laterales (el avión tenía 3) y a una cierta mala praxis del piloto, que no siguió el manual de instruccio­nes del avión, donde se aconsejaba apagar los motores y abortar el despegue ante ese tipo de fallas y, en cambio, siguió acelerando hasta estrellars­e.

La falta de pericia del fallo, según Artana, no se puede endilgar a los instrument­os de medición, ya disponible­s en 1935. La causa por la que se encubrió la verdad sobre el accidente habría sido política, ya que Sampler era un miembro de la alta sociedad colombiana y quisieron cuidar su buen nombre. De hecho, a su funeral asistió el propio presidente de la Nación, Alfonso López, con elogiosas palabras. Cuando la Revista BBC consultó a la corte suprema sobre la posibilida­d de reabrir el caso, la respuesta fue negativa “porque el piloto ya está muerto”; algo así como “Andá a cantarle a Gardel”. Como consuelo, queda escuchar el concierto que Ariel Ardit brindó en el mismísimo aeropuerto de Medellín junto a la Orquesta Sinfónica de esa ciudad en conmemorac­ión del 80 aniversari­o de la muerte del Zorzal Criollo. Difícil de empardar.

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Artana junto a la antropólog­a María Julia Carozzi y la periodista Nora Bär.
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