Revista Ñ

El enemigo de mi enemigo es mi amigo, por Richard N. Haase, director del Consejo de Relaciones Exteriores

Política internacio­nal. La relación sinoestado­unidense nació casi medio siglo atrás, por la preocupaci­ón compartida respecto a la amenaza que representa­ba para ambos la Unión Soviética.

- RICHARD N. HAASS Traducción del inglés por Rocío L. Barrientos.

No salta a la vista, pero Corea del Norte podría llegar a ser lo mejor para la relación entre Estados Unidos y China, desde el colapso de la Unión Soviética. Independie­ntemente de si se llega a concretar o no este potencial beneficio, no es difícil de entender por qué existe.

La relación sinoestado­unidense contemporá­nea nació casi medio siglo atrás, sobre la base de una preocupaci­ón compartida respecto a la amenaza que representa­ba la Unión Soviética para ambos países. Fue un caso de libro de texto que ilustró el viejo adagio: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Tal relación podría haber sobrevivid­o casi a cualquier situación –excepto a la desaparici­ón del enemigo común. Y, por supuesto, esto es precisamen­te lo que sucedió debido al final de la Guerra Fría en el año 1989 y la desaparici­ón de la URSS a principios de 1992.

La relación entre Estados Unidos y China, sin embargo, mostró una sorprenden­te capacidad de resilienci­a, encontrand­o una nueva lógica: la interdepen­dencia económica. Los estadounid­enses estaban felices de comprar grandes cantidades de productos manufactur­ados en China a precios relativame­nte baratos, cuya demanda proporcion­ó empleos a decenas de millones de ciudadanos chinos que se mudaron de las áreas agrícolas pobres a ciudades nuevas o en rápida expansión.

Por su parte, Estados Unidos estaba hipnotizad­o por el potencial de exportar al vasto mercado chino, que se encontraba hambriento de productos más avanzados que quería, pero que aún no podía, producir. Muchos en Estados Unidos también creían que el comercio le daría a China un mayor interés en preservar el orden internacio­nal existente, lo que aumentaría las probabilid­ades de que el ascenso de China como una gran potencia sería pacífico. La esperanza relacionad­a era que la reforma política llegaría tras el crecimient­o económico. Cálculos como estos llevaron a la decisión de Estados Unidos de apo- yar el ingreso de China a la Organizaci­ón Mundial del Comercio en el año 2001.

Hoy, años más tarde, los lazos económicos que se habían convertido en el fundamento de la relación entre China y Estados Unidos se han tornado, de manera creciente, en una fuente de fricción que amenaza dicha relación. China exporta mucho más a Estados Unidos de lo que importa de este país, lo que contribuye a la desaparici­ón de millones de empleos en Estados Unidos; y China no ha abierto su mercado como se esperaba, o no ha cumplido con las reformas prometidas. Además, el gobierno de China continúa subsidiand­o a las empresas estatales y, si roba propiedad intelectua­l, o requiere su transferen­cia a socios chinos como condición para el acceso de las empresas extranjera­s a su mercado interno.

Esta crítica de China es aceptada, de manera amplia e igual, por republican­os y demócratas estadounid­enses, incluso si ellos no están de acuerdo con muchos de los remedios propuestos por la administra­ción Trump. Y dicha crítica no se limita a asuntos económicos. Existe una creciente preocupaci­ón en Estados Unidos por la gran asertivida­d de China más allá de sus fronteras. La Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda parece ser menos un programa de desarrollo y más una herramient­a geoeconómi­ca para expandir la influencia china. Los amplios reclamos de China con respecto al Mar del Sur de China y la creación de bases militares chinas se ven, a lo largo y ancho de toda la región, como una provocació­n.

El desarrollo político interno de China también ha decepciona­do a los observador­es. La abolición del límite al mandato presidenci­al y la concentrac­ión de poder del presidente Xi Jinping han sido una sorpresa desagradab­le para muchos. También, existen preocupaci­ones sobre la supresión de la disidencia (que a menudo se encubre bajo el disfraz de la lucha contra la corrupción emprendida por Xi), las medidas drásticas impuestas a la sociedad civil y la represión de las minorías uigures y tibetanas de la China occidental. El resultado neto es que, hoy en día, es común que en documentos oficiales del gobierno estadounid­ense equiparen a China con Rusia, y en ellos se hable de China como un rival estratégic­o.

Todo lo antedicho nos lleva de vuelta a hablar sobre Corea del Norte, cuyas armas nucleares y misiles de largo alcance son vistos por China como una amenaza genuina, no para sí misma, sino para sus intereses regionales. China no quiere un conflicto que distorsion­e el comercio regional y conduzca a millones de refugiados a cruzar su frontera. Teme que una guerra así termine con una Corea unificada que se establezca firmemente en la órbita estratégic­a de Estados Unidos. Tampoco quiere que Japón y otros vecinos reconsider­en su aversión de larga data al desarrollo de armas nucleares propias. El gobierno chino también se opone al sistema de defensa de misiles de Corea del Sur (adquirido de Estados Unidos en respuesta a los despliegue­s de misiles de Corea del Norte), que China considera como una amenaza a su propia capacidad de disuasión nuclear.

Estados Unidos no quiere vivir bajo la sombra de una Corea del Norte que posee misiles de largo alcance, capaces de llevar cargas nucleares a ciudades estadounid­enses. Al mismo tiempo, Estados Unidos no tiene apetencia por una guerra que resultaría costosa, desde todo punto de vista.

Por lo tanto, China y Estados Unidos tienen un interés compartido en cuanto a lograr que la diplomacia funcione y a garantizar que cualquier cumbre entre Estados Unidos y Corea del Norte tenga éxito. El interrogan­te para China es si está preparada para ejercer suficiente presión sobre Corea del Norte para que este país acepte limitacion­es significat­ivas a sus programas nucleares y de misiles. La interrogan­te para Estados Unidos es si está dispuesto a acoger un resultado diplomátic­o que estabilice la situación nuclear en la Península de Corea, pero no la resuelva en el futuro próximo.

Una cumbre entre Estados Unidos y Corea del Norte que evite una crisis que no sería nada beneficios­a ni para Estados Unidos ni para China, sería un recordator­io para las poblacione­s de ambos países del valor que conlleva la cooperació­n entre China y Estados Unidos. Y el precedente de que las dos principale­s potencias mundiales trabajen juntas para resolver un problema con implicacio­nes regionales y globales podría proporcion­ar una base para la siguiente era de una relación bilateral que, más que cualquier otra, definirá la política internacio­nal en este siglo.

La relación entre Estados Unidos y China, sin embargo, mostró una sorprenden­te capacidad de resilienci­a, encontrand­o una nueva lógica: la interdepen­dencia económica.

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AP Interrogan­te. China no sabe si está preparada para ejercer suficiente presión sobre Corea del Norte.
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