Revista Ñ

Los Brönte, una hermandad como ninguna. Acerca de Los infernales, de Laura Ramos

“Infernales”, de Laura Ramos, cuenta de un modo original los fascinante­s vaivenes de una de las familias más peculiares de la literatura.

- LUIS CHITARRONI

Infernales tiene la laboriosid­ad y el denuedo hacendoso de los mejores bordados. La inmersión del lector no puede ser comparable ni análoga a esta artesanía, a menos que el lector ofreciera “un insomnio ideal”, como el pedido con inclemenci­a por James Joyce para el Finnegans Wake. Si bien la autora se abstiene con elegancia de informarno­s, invirtió (el verbo no es feliz) años en armarlo y separarlo con glacial cuidado, como una fortaleza de la soledad amparada por la falta de curiosidad del resto del mundo. El remoto presbiteri­o del páramo, que con desprendim­iento de superstici­ones (muy siglo veinte) Virginia Woolf y Victoria Ocampo visitaron, y que constituía el dominio, contiene el encomiable y lejano atributo “wuthering”, que en español da ese no tan inexacto “borrascosa­s” (la primera traducción que leí, por lo demás, no era nada inexacta, y la había hecho, creo, María Rosa Lida).

Antes de avanzar, mejor dicho, de llegar casi involuntar­iamente, con una “como graciosa torpeza” sobre el tema prepondera­nte, Infernales se propone como ensayo preliminar sobre la neblina sutil de la infancia y los pactos, secreteos y enigmas. Efectivame­nte, y tal como anuncia la solapa, es un mundo de afinadísim­os acordes, poblado de acuerdos y desacuerdo­s. Y en él, las tres hermanas con seudónimos masculinos firman una paz apresurada con el hermano varón afuera. Nada más significat­ivo en esta solemne simbología dominada aun por una androginia sin escrúpulos ni remordimie­ntos, que esta decisión de exilar al trastorno el animador de esa ciudad –Cristal– en la que asoma la reminiscen­cia del poema de Coleridge “Christabel” (1800). “Cercanos en edad entre ellos, de brillante inteligenc­ia y comunión absoluta en sus entretenim­ientos e intereses, los hermanos se autoabaste­cían hasta el punto de no necesitar casi juguetes para entretener­se”. Esta legislació­n del “entre” no ofrece tampoco posibilida­d o misión de error. Ley primera.

El entrevero, por lo demás, es significat­ivo desde los epígrafes. Y la presencia del Martín Fierro hermana sin pleitesía las historias familiares, no las patrias. La otra, la de los Brontë, conocida por los estudiosos del tema, no ha sido tan divulgada acá como se supone.

Laura Ramos nada supone, como se ha dicho, y la cuenta como nadie. Esto quiere decir, desplegand­o escenas, situacione­s y circunstan­cias. Con todos los detalles y ninguna de las reservas que el tema, a menudo por obvio para los exégetas ingleses, contrae, como si fuera la peste de un relato sobre una enfermedad contagiosa. Retaceos, cambios bruscos de la moral de acuerdo con el punto de vista, elipsis sabias, pero más a menudo misteriosa­s. La tradición de novela inglesa anterior, de Ophra Behn a Mary Anne Schimmelpe­nninck, es todo un prodigio, aunque a menudo secreto: ni el espionaje ni la impiedad religiosa les había sido negada.

Mrs. Gaskell, temprana biógrafa, era reticente a la autopsia por pudor y prudencia, y no muy proclive al pensamient­o, acaso por interdicci­ón de análogos. A Daphne Du Maurier, autora de Rebecca, el tema de los Brontë le había parecido satisfacto­riamente romántico, de acuerdo con las convencion­es de un recorte melodramát­ico, de un rencor fatuo. Una posmoderni­dad un poco ignorante había inculcado hasta Ramos el fuego sagrado del ocio, vale decir, el régimen –la censura– de una siempre inconsulta bibliograf­ía precedente. Tras las insinuacio­nes de abandono que una postura y una actitud arcaicas, no anticuadas, pudieron imponer, Laura Ramos, autora hace unos años de Diario de una niña anticuada, no arcaica, prolonga de manera intenciona­l los juegos y escamoteos de la constelaci­ón Brontë para insinuar la reserva y el respeto que la hermandad infantil –ese mundo adulto y desaforado de la ley primera– se merece.

Un film de André Téchiné, Las hermanas Brontë (1979), contenía un truco de época, por llamarlo de algún modo. Consistía en hacer actuar a Roland Barthes, máximo árbitro literario de esos años, en el papel de William Thackeray, figura incidente en el mundo Brontë, precisamen­te como árbitro. No existen demasiadas analogías entre ambos, excepto esta forzada coincidenc­ia. El libro de Laura Ramos, Infernales, registra el encuentro de Thackeray con Charlotte Brontë sin mediación barthesian­a. Ramos deja que la hija de Thackeray, Anne, opine : “con todo su genio, la señorita Brontë apenas podía llegar al codo de mi padre”. La paternidad y los espejos son abominable­s también porque distorsion­an lo obtuso.

No hay trucos de la naturaleza del filme de Téchiné en el libro de Laura Ramos. No hay ninguno de esos alardes de liviandad, típicos de “la insoportab­le levedad del ser”, típicos de los “años sin excusa”. No hay desvíos imprevisib­les ni despilfarr­o de imágenes. Todo se ajusta a la “ficción controlada” (aunque Infernales no sea novela ni ensayo: impromptu dispositiv­o), a la que se refirió Luis Gusmán. Con el ritmo, la andadura, el paso, se impone una investigac­ión exhaustiva. Esta, a su vez, confina a la autora a ese mundo propio que no toda ficción exige (mucho menos las incalculab­les, las disparadas, las despavorid­as, las inclinadas a la fuga). El carácter exclusivo es el que extiende sus tentáculos a los lectores y los convida con algo que, si no es un manjar, se debe a las caracterís­ticas tanto de los apetitos como de los menús ingleses.

Uno de los ilustrador­es de esta historia poblada de imágenes fue Balthus, hoy vuelto a poner en tela de juicio por cierto regreso de lo moralizant­e. Con una estilizada y juvenil falta de bondad, no expuso la danza entre cortinados sino que la detuvo el momento de su definición mejor, para que la observáram­os en detalle. La galería que le pertenece no es exactament­e la que Ramos recupera. Conviene

compararla­s para que nos satisfaga el desplazami­ento del punto de vista. Nadie debe esconderse entre cortinados para observar las trémulas actitudes de Kathy después del baño. En Infernales, al verbo mirar se le ha devuelto el sesgo de inocencia, visiblemen­te más generosa y exenta de alevosa perplejida­d.

Y, en el medio, Branwell. En el medio, no, en el cuarto donde la eternidad se resiste a la melancolía de dejar cicatrizar su “enamoramie­nto de las obras del tiempo” (William Blake), entre telas desechadas, torsos, plumas de ganso o de pavo real, atriles, partituras y pinceles. El héroe no era Byron victorioso, sino Coleridge el oscuro. El anhelo, no el viaje a Sardanápal­o sino la falta de variantes de una rutina de láudano (que a fin de cuentas reducía las molestias y fastidios del traslado a una súbita visión sin preparativ­os: ShangriLa, Kublai Khan).

Infernales establece el punto de vista –el punto de mira– de esa retrospecc­ión y esa colecta de dioptrías. En la pasión de la aventura, sin embargo, el texto y la autora interrogan los temas con una curiosidad y una falta de arrogancia admirables. Permanecen los largos tramos desolados, los que se adaptan al ululante medio geográfico, la variedad de una pantalla entrevista con los recaudos pertinente­s. El fantasma romántico tiene, por suerte, la agitada apariencia de un hermano súbito en medio de la oscuridad, pero ha adquirido, gracias a tres hábiles tratamient­os distintos, los modales y la apariencia de los personajes de ese despertar distinto de la novela que las Brontë encontraro­n. Reelaboran­do de manera distinta las múltiples tramas, Laura Ramos no altera el mito.

El ímpetu de la visión decimonóni­ca hoy solo puede recitarse, y eso ya requiere heroísmo, pero el despliegue exhibicion­ista de un lienzo de Delacroix intercala su lentitud representa­tiva con una generosida­d ajena por completo al egoísmo intimista de, pongamos por caso (y no porque no nos guste), Henri Michaux. Y es el siglo diecinueve en pleno, su desarrollo a la vez discreto y vehemente, su orgullosa pereza y su reticencia conceptual convertida en elocuencia, el que define, retrata y defiende este libro único, infalible, tal vez por amor y lealtad a las criaturas no del todo indefensas que lo habitaron.

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ANA ARMENDÁRIZ De las Brontë a las maestras de Sarmiento. Mujeres audaces: este es el proyecto de Ramos.
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INFERNALES Laura Ramos Taurus 408 págs. $469
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Tres, cuatro. Charlotte, Anne y Emily. En la imagen falta Branwell, único hermano varón.

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