Revista Ñ

Lecturas: Versos que dialogan Poemas de Claudia Melnik y Ariel Schettini.

Poesía. En los textos de Claudia Melnik y Ariel Schettini, apoyados en distintas referencia­s y elegidos de manera recíproca, es el llanto el que otorga forma al amor y a la tristeza, como el fuego al dragón.

- ILUSTRACIÓ­N: DANIEL ROLDÁN

La Maquinaria del amor

En la primera carta medieval de amor de que se tiene constancia, G desde Pisa le escribe a I.

“Tu afecto, amiga mía dulcísima, sabe que por el perfume de tu amor no me negaría a escalar montes o a atravesar a nado mares, e incluso afrontar peligros de muerte”. La altisonanc­ia es el aliento que requiere el héroe.

El héroe, todo aquel que se aventure sin pliegues ni falsos tropos, sin cobardía moral, ni a sabiendas de que el dolor será inevitable, el acero hirviente, el moledor de sueños, la calada, profunda calada del océano. Nada lo detendrá. Nada. Será suya la caída. Será suyo el vuelo. Honores le rindo al héroe, con sus fastos y floripondi­os, su caramelism­o encendido, la materia climática que no cede hasta que estalla. O se extingue. Más bien estalla.

Porque el aliento ya es de dragón y la batida de alas la de un flamenco. Ya no vuela sólo duda, sólo posee el paraíso perdido, esa altura tan inflamada. Lejano el precipicio por la falta de agrimensur­a o por la apuesta a la suspensión. Y remonta al son de un mensaje sorpresivo. El cuerpo tan encendido no pesa, vuela, se incendia, pero no pesa. Vive la flotación pues el héroe no sabe de gravedad. El héroe no tiene inocencia ni falta de memoria. Es su desastre ilimitado, un escandalis­ta, ese creyente moderno.

Solo tiene una moral: el suicidio en lo civil, el exilio con país, la íntima desdicha de la felicidad. ¿Es acaso que guarda una idea de triunfo, una esperanza de nuevo mundo? Todo para recomenzar. Otra vez.

Y otra vez. En el músculo de ese espasmo, la gloria.

La

Gloria.

Claudia Melnik

La muerte en Venecia

Y Lo amo de un modo destructiv­o

Como La Muerte en Venecia:

Me hundo un centímetro por año.

Y el colapso, del todo inminente, se anuncia

Pero no se desata.

Como la muerte en Venecia:

Construí sobre el agua, y lo tomé por tierra firme.

Siento un derecho teóricamen­te establecid­o a usufructua­r de su cuerpo Como si estuviéram­os en la naturaleza,

Ya del todo sumergidos y yo fuera el pez grande. Y como es un derecho natural, no precisa argumento; Voy a declarar su felonía, su delito menor: no se entrega.

Y lloro un poco, solito, a las 7 de la tarde

Pero no porque sufra, ni porque tenga ganas.

Sino para hacer al llanto mismo; por el gesto que ya viene contenido en la lágrima y que precisa de mi caso para ser algo y no expresa nada.

Lloro como el arquitecto de un palacio veneciano que Conoce de la solidez de la estructura mientras sabe De la fuerza persistent­e que socava el lecho.

Y como el fracaso es también una emoción, lloro como en los 100 metros libres:

La largada es un rush y el esfuerzo de salir del unánime reposo y hacerse a la carrera. El tramo de los 100 es cálculo, medida, y se parece a un instinto, a una fiera en la cumbre de la pirámide alimentici­a.

El sprint final me sobrecoge: el atleta

Que alcanza y embolsa lo espeso del aire que a esa altura de la técnica lo roza y lo detiene. Y todo ese esfuerzo, todo el pique,

No va muy lejos.

Así nos abrazamos, siempre.

Lo amo como la Muerte en Venecia.

Es todo lindo, pero vivir en un terreno decorativa­mente cenagoso... Es pura incomodida­d.

Ariel Schettini

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