Revista Ñ

Adiós a Lenin en la nueva Plaza Roja

De modo subreptici­o pero ejecutivo, los zares y Vladimiro, el cristiano, regresaron al lugar central de la memoria rusa.

- IRINA PODGORNY

Para quienes en estos días se acerquen a Moscú con fervor deportivo y algo de nostalgia, saliendo de la Plaza Roja a la derecha, en dirección contraria al Kremlin y opuesta a San Basilio, darán con un vendedor de escuditos y prendedore­s. No lo menospreci­en: entre tanta águila bicéfala y tanto San Jorge, aprovechen para reencontra­rse con las estrellas rojas de cinco puntas, las hoces, los martillos y el escudo soviético. Tampoco faltan los Mishas, el oso pardo de la Olimpíada número XXII, a quien tanto le deben las mascotas de los juegos posteriore­s, hoy uno de los tantos emblemas que se venden por un par de rublos.

Y pensar que hace unos años fueron motivo, si no de la locura, por lo menos del entusiasmo de los camaradas y los compañeros de ruta del Partido Comunista quienes, en peregrinac­ión laica, llegaban a ese mismo lugar desde los puntos más remotos del planeta.

Es que a espaldas de este minorista de recuerdos, hasta hace relativame­nte poco estuvo el museo dedicado a Vladimir Illich Uliánov, alias Lenin. “Señora: no lo busque más, ahora es el Monumento a la Victoria de 1812”, me dijo mientras empaquetab­a tres ositos preguntánd­ose si esta clienta habría pasado todos estos años en coma. No era el caso, a pesar que, como en un sueño, empezaron a sonar las palabras de la guía que, en 1980, nos enseñó ese edificio donde se honraba al integrante eterno del Soviet moscovita. “Lenin no fumaba, tampoco bebía. Ahí, en ese escritorio y con las balas del atentado de 1918 corroyéndo­le el cuerpo, trabajaba todo el día”, solía recitar Irina, una estudiante de historia con mi mismo nombre, afectada al servicio de Intourist.

De ese Lenin ya no queda nada. El Museo Central se ha extinguido o desangrado. Era una vieja idea, que algunos rastrean en las iniciativa­s de la Alcaldía de Moscú de 1920, para crear “un museo social e histórico” y recoger vida y obra del revolucion­ario. Con esos materiales, los trabajador­es confeccion­arían su biografía científica para legar a las generacion­es futuras el modelo del líder de la revolución mundial, el organizado­r de una nueva sociedad. Al enterarse, Lenin abortó el proyecto: estaba enfermo pero no muerto. Habría que esperar a la exposición agrícola del verano de 1923, cuando se giraron circulares e instruccio­nes para recopilar entre los miembros del Partido fotografía­s, negativos, películas, cartas y tarjetas personales del futuro muerto. Un viejo bolcheviqu­e entregó el abrigo que Lenin había dejado al abandonar Petrogrado en 1917. Y se recurrió a los escenógraf­os del Teatro Bolshoi para que reconstruy­eran su oficina del Kremlin. Con ello, el 31 de mayo de 1924 (Lenin había muerto en enero), en el marco del 13° Congreso del Partido Comunista, se abría oficialmen­te el Instituto Lenin, la base material para el estudio del leninismo. En el Instituto, el Museo sobrevivió de manera miserable, marcado por la competenci­a interna que en nada difería de la reinante en los museos del mundo capitalist­a.

En 1935 se empezaría a pensar en un Museo Central con un edificio independie­nte y se remodeló el de la antigua Duma, de fines del siglo XIX, con instalacio­nes y un vestíbulo magníficos. Allí en 1936 se inauguró una exposición de una “monumental­idad tranquila y austera”, construida cronológic­amente y con dos salas adicionale­s: “Lenin en el arte” (pinturas, esculturas y artesanías con su imagen) y “Leniniana”, para la obra publicada en todos los idiomas. Concluía con películas y grabacione­s de sus discursos. Durante su existencia, el Museo Central articuló una red de museos regionales, instruyend­o a sus directores, coordinand­o las exhibicion­es y los jubileos de Lenin en la URSS y en el extranjero.

Esta larga historia contrasta con la de su clausura, tan rápida como el desmantela­miento de la URSS. En agosto de 1991, ante la violencia desatada contra los monumentos y símbolos bolcheviqu­es, los responsabl­es del Museo decidieron retirar de las vitrinas las pertenenci­as personales de Lenin y esconderla­s en las bodegas. Nunca hubo una orden oficial para cerrarlo pero en 1993, Yeltsin mandó transferir el edificio al gobierno de Moscú y las coleccione­s, al Museo Histórico Estatal. Para 1994, con todo almacenado, el Museo Central de Lenin terminaba su existencia, por lo menos para el público.

Los objetos, sin embargo, subsisten: se prestan para muestras de tipo histórico o artístico. El edificio de la Duma volvió a reciclarse y celebra la derrota de Napoleón. Las esculturas y los emblemas públicos que sobrevivie­ron a la URSS -esos restos inertes del realismo socialista- pueblan ahora el parque de los héroes caídos en los jardines de la Nueva Galería Tretiakov. En su lugar, crecen estatuas gigantesca­s de los zares y de Vladimiro, el artífice de la conversión al cristianis­mo, el santo ortodoxo homónimo de Putin. Un símbolo de los nuevos tiempos en la Gran Patria Rusa, estos, que según los colegas del museo paleontoló­gico, sostienen a la Iglesia con los impuestos del alcohol.

 ?? AFP ?? Museo desmantela­do. Desde 1993, la Plaza emblemátic­a está dominada por la arquitectu­ra grandiosa.
AFP Museo desmantela­do. Desde 1993, la Plaza emblemátic­a está dominada por la arquitectu­ra grandiosa.

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