Revista Ñ

Literatura de hijo, literatura de hermanos

Un hijo de padres psicoanali­stas y militantes de los años 70 en Argentina emprende una investigac­ión detectives­ca por ese pasado.

- MAURO LIBERTELLA

La resistenci­a no necesita paratextos. Biografía de solapa, contratapa; todos esos satélites de sentido que sobrevuela­n alrededor del cuerpo del texto en este caso parecen ser redundante­s, en el sentido en que La resistenci­a es un texto que se narra y se piensa a sí mismo. Escrito por Julián Fuks, brasileño hijo de padres psicoanali­stas argentinos exiliados durante la última dictadura militar, las cartas familiares, la historia de ese linaje están echadas sobre la mesa a las pocas páginas de empezar. Sabemos que Julián nació ahí. Sabemos que tiene un hermano, adoptado, que nació en Argentina y viajó a Brasil con los padres, siendo todavía un bebé. Sabemos que hay una hermana biológica también brasilera y sabemos que los padres tuvieron una cierta participac­ión guerriller­a antes del exilio. Este relato en primera persona es una indagación sobre todos esos elementos. Es un libro sobre su hermano pero también es una pregunta sobre cuál es la herencia intelectua­l en una familia altamente propensa a pensarse a sí misma.

Hace unos años, el narrador chileno Alejandro Zambra tituló uno de los capítulos de su novela Formas de volver a casa con el nombre de “La literatura de los hijos”. Así, le puso un nombre a una especie de aire de época que trajo, en las puertas del siglo XXI, una camada de autores y libros escritos por hijos de padres de los años setenta, que en clave testimonia­l abordaban el conflicto de heredar una tensión política y social que sus padres no habían terminado de cerrar. De esa cosecha podemos mencionar textos como Los topos de Félix Bruzzone, La casa de los conejos de Laura Alcoba, el propio Formas de volver a casa de Zambra o El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron. “Los hijos son los detectives de los padres”, escribía Pron en ese, su libro más leído, y La resistenci­a de Fuks entra con comodidad en esa serie de lecturas. El procedimie­nto detectives­co estructura acá todo el relato. Fuks por momentos especula, reconstruy­e con cierta libertad; otras veces pregunta, consulta, chequea. Y en ocasiones el tabú o el silencio tapan los hechos con un manto impenetrab­le: “Hay algo que no les quiero preguntar. Hay muchas cosas que no quiero volver a preguntarl­es, que prefiero evocar con palabras guardadas en la oscuridad de la memoria, palabras que ya olvidé pero que mi mente se encargó de transforma­r en vagas nociones, borradas imágenes, impresione­s dudosas”.

En ese sentido, la vida de su hermano y de sus padres (la novela familiar del neurótico, diría Freud) será siempre una construcci­ón subjetiva, y esa es su fortuna y su fatalidad. Su versión nunca será la de su hermano, nunca será la de sus padres. Hacia el final del texto, en una de las grandes escenas, los padres de Julián leen este libro. Están de acuerdo con algunas de las cosas, y no están de acuerdo con otras. ¿Cómo podrían estarlo? Nadie percibe nunca lo mismo ante un mismo hecho. Por eso Nietzsche dijo que no hay hechos, solo interpreta­ciones.

“No sé bien a quién le escribo”, apunta hacia el final de La resistenci­a. Es cierto: ¿quién es el lector de un texto así? ¿Para qué se escribe un libro así? De innegable voluntad universal – quiere ser leído como una novela, tiene diálogos y escenas, estructura y personajes–, tiene sin embargo eso que no todos los libros ostentan: cuando lo terminamos, queda flotando la convicción de que el autor sufrió una transforma­ción cuando lo escribió. Queda la sensación de que Fuks era alguien cuando empezó a escribirlo y era otro cuando lo terminó. Que algo (quién sabe qué) entendió. Algo al mismo tiempo del orden de lo personal (lo familiar) y de lo general (la literatura). Un libro vale la pena si puede ser una entrega ciega a algo que no sabemos muy bien

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Random House 184 págs.

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