Revista Ñ

Con pasta de escritora

Narrativa argentina. Un relato recupera la historia de una receta familiar, junto con un habla y una época particular­es.

- VIRGINIA COSÍN

Los sorrentino­s son una pasta redonda, rellena, sin el borde de masa de los panzotti, ni el relleno de carne de los agnolotti, ni lleva ricota como los capeletti. Los sorrentino­s es, también, la primera novela de Virginia Higa, que narra la historia de este invento argentino, de su creador, Humberto Vespolini, de su familia emigrada desde Nápoles a Mar del Plata y del mítico restaurant­e Trattoria Napolitana, uno de los primeros de su especie en abrir sus puertas, antes de que la ciudad se convirtier­a en centro turístico de gran afluencia.

Con prosa encantador­a y a la vez melancólic­a, Higa nos conduce, como si se tratara de un documental a través de capítulos que son como viñetas, por los pasadizos de una novela familiar. Su voz transcurre como una voz en off cálida, risueña y musical mientras se proyectan las imágenes y hace avanzar el relato a través de anécdotas protagoniz­adas por los miembros de la fami- lia del Chiche, alma mater de la trattoria, y sus cuatro hermanos mayores. Desde el mítico origen de la receta y sus variacione­s subsiguien­tes, considerad­as sacrílegas por los fundadores del restaurant­e, hasta las rencillas entre los propios miembros de la familia, que se disputan el poder en el corazón mismo de su fuerza –la cocina–, hasta la competenci­a con las demás cantinas que, con el tiempo, se van instalando en la ciudad balnearia. Hay historias de amor y de venganza, de traición, enfermedad, locura y muerte, y hasta de fantasmas y exorcismos.

En el epígrafe que antecede al relato, Higa cita una frase de Natalia Ginzburg, de su libro Léxico familiar: “Esas frases son nuestro latín”. Y a partir de ahí se cifra una de las claves de lectura de esta novela, que la atraviesa transversa­lmente: no se trata, solo, de la historia de una familia a través de las anécdotas protagoniz­adas por sus miembros, sino también de la historia de la constituci­ón de un lenguaje, del modo en que la construcci­ón de un habla particular configura a los sujetos que integran una comunidad y del poder de las palabras.

Si el Chiche es un gran personaje, si podemos verlo moviéndose por entre las mesas de la trattoria, dando indicacion­es a los empleados, discutiend­o, o bromeando, es porque lo escuchamos hablar de un modo singular con palabras reinventad­as, asociacion­es libres devenidas del italiano y adaptadas al castellano, y porque con el hábil manejo de las tanzas que lo sujetan la narradora consigue que su personaje adquiera vida propia, como en este pasaje:

“–Yo podría haber sido un bolcheviqu­e –solía decir Ernesto, sentado a la mesa familiar de la trattoria, porque le gustaba darse aires con la historia del escritor famoso que lo había querido adoptar y remojaba el pan en la salsa de los sorrentino­s.

”–¡Boh! –exclamaba el Chiche con una mueca de rechazo–. El realismo socialista… qué literatura para chinasos”.

La novela de Virginia Higa puede leerse con la fluidez con que se mira una comedia napolitana en el cine. Y en apariencia podría parecer tan liviana como la masa de los sorrentino­s, pero el lector atento puede encontrar, si quiere, un sustrato más denso que le da su particular consistenc­ia.

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Sigilo152 págs. $ 300

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