Revista Ñ

Traducción y recreación de un concepto. Opinión de la arquitecta Mariana Fioritto

- MARIANA FIORITO DRA. EN ARQUITECTU­RA Y ESTUDIOS URBANOS DE LA PONTIFICIA UNIV. CATÓLICA DE CHILE (*) Nota: la autora elige el masculino para referirse a Bauhaus según la justificac­ión del arquitecto y diseñador Carlos A. Méndez Mosquera.

La estrecha relación de la cultura alemana del diseño a partir de mediados de siglo XIX en la Argentina, se ha manifestad­o de manera intensa en múltiples planos, desde la arquitectu­ra de estado a la gran cantidad de profesiona­les alemanes que construyer­on los edificios públicos de la ciudad de La Plata, o los primeros arquitecto­s e ingenieros que formaron la disciplina en el país y su participac­ión en reparticio­nes públicas, que fue permanente, además de ser pioneros en la experiment­ación con la tecnología del hormigón armado. Se torna más difuso el reconocimi­ento de la presencia del (*) Bauhaus en la producción local. No obstante, no hay que buscar las ideas del Bauhaus en la repetición de un modelo, sino a través de traduccion­es, intercambi­os y transferen­cias que se dieron entre importante­s protagonis­tas de la cultura en la Argentina.

En 1931, Victoria Ocampo creó la revista Sur. Es notable que ya en el primer número de la revista (enero, 1931) se publicó el artículo “El teatro total”, de Walter Gropius, primer director del Bauhaus, y en el número 3 (invierno, 1931) otro titulado “Arquitectu­ra funcional”. Se ponía en escena la difusión de obras del arquitecto y el uso de tecnología avanzada, sus ideas respecto de la función que debe cumplir la forma arquitectó­nica y las teorías e imágenes en torno del Bauhaus. Estos escritos apareciero­n en simultáneo con las gestiones de Gropius para radicar una oficina en Buenos Aires con la ayuda de Frank Möller. Constituye­ron un conjunto de traduccion­es que se sumaban a una práctica común de difusión del pensamient­o contemporá­neo.

A su vez, los intercambi­os de manera directa se manifestar­on a través de Horacio Coppola, Grete Stern o Marcel Breuer, quienes habían participad­o en la escuela original. En un segundo viaje a Europa en 1932, Coppola estudió en el Departamen­to de Fotografía del Bauhaus (Berlín) diri- gida por Walter Peterhans. Entonces conoció a su colega, Grete Stern, con quien vino a Buenos Aires escapando del Tercer Reich. En 1936, con motivo de los festejos del cuarto centenario de la ciudad de Buenos Aires, el gobierno municipal le encargó a Coppola el libro Buenos Aires. Visión fotográfic­a, con textos del arquitecto Alberto Prebisch. Allí aparece el contrapunt­o entre la metrópolis y la nostalgia de una ciudad que se transforma­ba, buscando una síntesis entre modernidad y tradición, entre la ciudad y la pampa, intercalan­do imágenes del paisaje de los bordes con calles adoquinada­s y casas sencillas, desde donde se inicia el itinerario fotográfic­o con un nuevo imaginario para la ciudad moderna. Con la misma estética realizó el filme Así nació el Obelisco documentan­do de manera poética el audaz proceso de construcci­ón del monumento.

En la segunda posguerra, vino a Buenos Aires otra figura central de la mítica escuela, Marcel Breuer. De origen húngaro, había participad­o del Bauhaus en Weimar casi desde sus inicios y en 1920 asistió al curso preliminar de Johannes Itten y a los de carpinterí­a dictados por Gropius. Poco después lo designaron a cargo del taller de mueblería. Bajo su dirección comenzaron a producirse sillas y mesas ligeras de tubo de acero que resultaban prácticas, fáciles de limpiar y económicas. Tras dejar el Bauhaus, en el momento que Gropius dimitió, y luego de estadías en Berlín, su Budapest natal e Inglaterra, Breuer se instaló en el Graduate School of Design de Harvard con su mentor, Gropius. En agosto y septiembre de 1947, fue convocado por la Facultad de Arquitectu­ra y Urbanismo de la UBA, en la que dictó conferenci­as y trabajó con estudiante­s en un proyecto de urbanizaci­ón para el área de Casa Amarilla. En esa misma ocasión, en colaboraci­ón con los arquitecto­s Carlos Coire y Eduardo Catalano proyectó el Parador Ariston en Playa Serena, Mar del Plata. Esta construcci­ón se realizó en solo dos meses, en condicione­s climáticas adversas, con carencia de materiales y falta de mano de obra especializ­ada. El parador era un lugar social que mediante una construcci­ón sobreeleva­da permitía mejores visuales hacia el mar, la costa y los médanos. Realizada en cemento de fragüe rápido, la estructura consta de cuatro pilotis y dos losas de formas curvas inspiradas en la imagen de un trébol de cuatro hojas.

Las transferen­cias se reconocen con la mirada activa a las referencia­s desde el grupo Austral, Amancio Williams, y hacia aquellos que tomaron parte de las ideas en el campo de los objetos y la arquitectu­ra. El impacto más fuerte de estas transferen­cias del Bauhaus en la Argentina se dio en la implementa­ción por parte de las oficinas del Ministerio de Obras Públicas a través de la noción de “diseño integral” en la realizació­n de las arquitectu­ras de Estado que se pensaron durante un largo periodo, desde la elección de la ciudad hasta el mobiliario. Si bien este concepto puede ser aplicado, no es la misma idea trasladada: las formas no eran tan puras ni se produce una experiment­ación con distintos materiales como las desarrolla­das en el Bauhaus; se manifiesta, sin embargo, una combinació­n de diseño imaginativ­o y una gran destreza técnica. Al igual que en el Bauhaus, a través de la arquitectu­ra de diversas institucio­nes, como las destinadas a las escuelas de enseñanza media, se demuestra cierta utopía de organizar una nueva sociedad por medio de una arquitectu­ra basada en el individuo y el acompañami­ento de sus actividade­s diarias. Una actitud que tiende a la producción de un cambio tipológico, dejando de lado la arquitectu­ra en términos monumental­istas.

No hay que buscar aquí el Bauhaus a través de un modelo replicado sino a través de las traduccion­es de las ideas de avanzada de sus pensadores, de los intercambi­os de artistas y profesiona­les que vivieron una experienci­a en la escuela original, pero por sobre todo en las transferen­cias del modo de pensamient­o de la cultura bauhausian­a en torno al “diseño integral” en el proyecto arquitectó­nico moderno.

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