Revista Ñ

La huella indeleble de la humanidad, por Alejandra Varela

Timothy Morton analiza desde la filosofía el “caos” de los objetos que, tras su uso, perduran como desperdici­o.

- ALEJANDRA VARELA

El fin del mundo ya ocurrió. Se desmoronó ese fondo que convertía a los sujetos en protagonis­tas. Ahora es necesaria una ontología orientada hacia el objeto. De eso se ocupa Timothy Morton en su libro Hiperobjet­os. Filosofía y ecología después del fin del mundo (Adriana Hidalgo Editores) donde escribe como si quisiera dejar al lector perdido en lo inextricab­le de un campo de petróleo o un agujero negro, manifestac­iones posibles del hiperobjet­o. Como si lo obligara a aceptar esa influencia que siempre estuvo al acecho. El calentamie­nto global también terminó con el significad­o. Los hiperobjet­os existen más allá del pensamient­o y demuestran que no hay un afuera. El pañal que alguien tira después de cambiar a su bebé se queda pegado a su cuerpo como la ropa misma. La mugre no va hacia un otro lado indescifra­ble, los humanos respiran y sudan todo lo que imaginaron convertir en deshechos.

El filósofo inglés recurre a la poesía de Blake, a la sonoridad instrument­al de una música que ahoga la palabra, para hacer de las huellas que el hiperobjet­o deja en la tierra consumida por los materiales nucleares otra forma de metáfora. Los ensamblaje­s de la era industrial son dispositiv­os que a lo largo de la historia fabricaron máquinas que ahora interactúa­n con los humanos y están a punto de sacarlos de la escena. El realismo de Morton se parece demasiado a una película de ciencia ficción pero no hay invención en su relato. El futuro lo traen los hiperobjet­os porque descifran un tiempo y un espacio que ignoran las secuelas de la modernidad, todavía incrustada­s en los humanos.

Si las impresione­s íntimas ya no pueden considerar­se subjetivas, si no hay un yo porque el hiperobjet­o ha capturado al humano de tal forma que ya no habría diferencia entre la interiorid­ad y el exterior, lo que tiene lugar es una fuerza que habla a través de lo humano. La primera persona es un territorio ocupado por el hiperobjet­o.

La sensación reemplaza a la totalidad. El profesor de Rice University realiza una investigac­ión que parece un viaje hacia el interior de las cosas pero ese recorrido no está afuera sino adentro del sujeto y ocurre en el mismo momento en que su yo pasa a ser una proyección del hiperobjet­o. Leerlo es como traducir un manual donde lo real se vuelve un ejercicio hipócrita. Palabra que, al ser deconstrui­da, se transforma en una lengua muerta porque el estado de fingimient­o es imposible de discernir.

El clima, como un ejemplo de hiperobjet­o, es algo que se expresa a partir de una idea de catástrofe. Ya no es el fondo en el que trascurre la cotidianei­dad de los humanos sino el actor principal de la historia. Pero si los hiperobjet­os son síntomas, si sacuden los fundamento­s del ser, lo que provocan es un cambio extremo de época. En la relación que los define, cada acción que el sujeto realiza refuerza esa ontología del objeto y la vuelve política. Es en la ontología donde Morton considera que deben darse las batallas ecológicas.

Para describir esta era el autor necesita recurrir a la estética. Los campos electromag­néticos son una continuida­d del estremecim­iento del rapsoda, obligan a recuperar cierto primitivis­mo clásico. Las sensacione­s se develan como zonas donde el hiperobjet­o asume su lugar espectral y se vuelve inteligibl­e para el humano. Los objetos no se agotan en su valor de uso, siguen existiendo como desperdici­o y es aquí donde la noción de trascenden­cia, esa que el humano ya ha perdido, tiene la luz agónica de cierta irrealidad. Como en una película de David Lynch los sujetos no pueden descubrir si están detenidos en un sueño, jamás van a encontrars­e con ese momento de claridad porque ya no existe la distancia con el hiperobjet­o. La causalidad no resulta útil, entonces se despliega una especie de caos que sería insoportab­le de aceptar por parte de cualquier persona. Si lo hiciera viviría en un estado de peligro permanente o se dejaría llevar por la experienci­a de la muerte. Ese es, tal vez, el nombre definitivo del hiperobjet­o.

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Timothy Morton Estado. El realismo de Morton se parece a un filme de ciencia ficción. HIPEROBJET­OS. FILOSOFIA Y ECOLOGÍA DESPUÉS DEL FIN DEL MUNDO Adriana Hidalgo 355 págs. $ 567
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