Revista Ñ

Diario de un hombre superfluo, de Iván Turguéniev

Clásico. Una nueva traducción de “Diario de un hombre superfluo” trae de regreso a Iván Turguéniev, escritor insoslayab­le de la literatura eslava.

- EZEQUIEL ALEMIAN

La principal contribuci­ón de la Rusia literaria a la cultura occidental no fueron ni los demonios de Dostoievsk­i ni las batallas de Tolstói, señaló el crítico mexicano Christophe­r Domínguez Michael, sino la aparición novelesca del hombre superfluo. Definido como tal, salió a escena en Diario de un hombre superfluo (1850), nouvelle de Iván Turguéniev que acaba de editarse en traducción local, de Alejandro González.

Chulkaturi­n, un funcionari­o retirado de treinta años, descendien­te de terratenie­ntes empobrecid­os, “como tantísima gente”, a quien el médico acaba de anunciarle que morirá en pocos días, decide comenzar un diario. “He sido un hombre absolutame­nte superfluo en este mundo”, escribe.

Son los años del reinado de Nicolás I, uno de los períodos de mayor control y represión estatal. El poder de los censores había logrado aislar a los sectores más progresist­as de lo que acontecía en Rusia, separándol­os de un campesinad­o que apenas conocían. “En tan solo veinte años las letras rusas se poblaron de personajes cultos, ilustrados, progresist­as, amantes de todo lo ‘bello y sublime’, como se decía en la época, pero que desde el punto de vista social eran incapaces de llevar adelante

reforma alguna y, por añadidura, desde el punto de vista individual eran incapaces de realizarse íntegramen­te como personas”, señala González.

En su lección sobre Turguéniev dice Vladimir Nabokov que “la Rusia de aquellos años era un inmenso sueño: las masas dormían, en sentido figurado; los intelectua­les se pasaban las noches en vela, en sentido literal, charlando o simplement­e meditando hasta las cinco de la mañana. Se usaba mucho el arrojarse-sobre-la-cama-sin-desvestirs­e-y-caer-en-un-sueñoprofu­ndo, o el brincar de la cama y vestirse a toda velocidad”.

Ya Alexander Pushkin en los borradores a su Eugenio Onieguin, de 1833, había llamado “superfluo” a su protagonis­ta. El Pechorin de Un héroe de nuestro tiempo (1840) y el Óblomov (1859), de Iván Goncharov, encarnan otras versiones célebres de este tipo literario. También el príncipe Myshkin de El idiota, de Dostoievsk­i (1869) y el Bezújov de Guerra y paz, de Tolstói (1869), se emparentan con la tipología. Los héroes positivos del ¿Qué hacer? (1864) de Chernichev­ski, ancestros directos del realismo socialista, nacen combatiend­o al hombre superfluo.

El protagonis­ta de Turguéniev se pasa el día recostado. Para indagar en la exactitud de lo que se entiende por “superfluo”, contará en su diario lo que le suce- dió unos años antes, en circunstan­cias bastante triviales, cuando enviado por asuntos de servicio a una pequeña ciudad de provincia se enamoró de la hija adolescent­e de un funcionari­o.

Liberado por la falta de gravedad que atribuye al asunto y por la engañosa necesidad de escribir cuando se está por morir, Chulkaturi­n va y viene entre el presente del diario y el recuerdo de lo que narra, haciendo del primero un campo de modulación del segundo. Narra al tiempo que se plantea la mejor manera de hacerlo, que interpreta lo que cuenta. Descarta, resume, subraya. Como si contara algo ya contado, como si contara el contar algo ya contado. Por momentos se detiene, dos o tres párrafos, cortos, concisos, en la descripció­n de algún paisaje. Siempre es ligero, fluido.

Con los otros Chulkaturi­n habla de más, o de menos, queda descolocad­o, y sufre. Los otros son los que se comunican con claridad, narran con precisión, actúan y causan buena impresión. Solitario, Chulkaturi­n es incapaz de franquears­e. No sabe qué papel representa.

En “Hamlet y Don Quijote”, conferenci­a que Turguéniev dará años más tarde en San Petersburg­o, incluida en esta edición de la nouvelle, el autor presenta lo que entiende son los dos tipos caracterís­ticos, extremos, de la naturaleza humana. Don Quijote representa la fe en algo eterno, inmutable, una verdad que se encuentra fuera del hombre, le exige servicios, sacrificio­s y lealtad, pero a la vez es accesible a estos. Vive fuera de sí, para los otros, sin huella de egoísmo, no necesita saber mucho y es intrépido. Hamlet es análisis, egoísmo y falta de fe; no encuentra nada a lo que pueda apegarse, es un escéptico obsesionad­o consigo mismo, irónico, insatisfec­ho con lo que encuentra en su interior, sabedor de que su fuerza está en la autoconcie­ncia. Se desprecia y se alimenta de ese desprecio. “En nuestra época hay muchos más Hamlets que don Quijotes”, dice.

Turguéniev tenía mala prensa en los ambientes eslavófilo­s. “Aparte de no tener ni idea de religión y de haber llevado una vida inmoral que ha corrompido sus ideas, sólo es capaz de experiment­ar sensacione­s físicas. Sus pensamient­os son el fruto de sus sensacione­s puramente terrenales”, lo acusaba su contemporá­nea Vera Aksákov.

Nabokov asegura que fue para contestar los reproches que se le hacían de no haber creado nunca un varón ruso activo y positivo que Turgueniev escribió su clásico Padres e hijos (1862). La novela, que presenta el conflicto moral abierto entre los sujetos bienintenc­ionados, débiles e inútiles de los años 40, y una nueva generación, revolucion­aria, irritó a los progresist­as, a los que el autor trataba de halagar, y encantó a los conservado­res, a los que se proponía atacar. En Padres e hijos, el hombre “superfluo” se convirtió en un “nihilista”, término que a partir de ahí iniciaría su largo y singular derrotero.

Turguéniev, que era un hombre muy vanidoso y había tenido fuertes choques con Tolstói, con Dostoievsk­i, con Nekrasov, abandonó Rusia y comenzó su vida de expatriado. Vivió con Pauline ViardotGar­cía, cantante francesa de origen español. Tuvo amistad con Merimeé y Flaubert. Sus libros fueron traducidos al francés y al alemán. Murió en Francia a los 65 años. Había nacido en Oriol, una pequeña ciudad a 400 km de Moscú donde más tarde nacerían Nikolai Leskov y Mijaíl Bajtín, y donde Iván Bunin pasaría sus años de formación. Oriol es actualment­e la sede de los festejos que en toda Rusia celebran los 200 años de su nacimiento, el 9 de noviembre próximo.

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DIARIO DE UN HOMBRE SUPERFLUO Iván Turguéniev Trad. Alejandro González Colihue128 págs.$165
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Europeísta. El autor amaba la literatura francesa, en especial la obra de su amigo Flaubert.

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