Revista Ñ

Autorretra­to sin mí, de Fernando Aramburu

Las meditacion­es de Fernando Aramburu tematizan la relación entre padres e hijos, la amistad, los sentimient­os y la naturaleza.

- MARÍA ROSA LOJO

El lirismo intenso, conmovedor y de alto vuelo creativo es la marca de fábrica de Autorretra­to sin mí. Sorprende el giro de tono y de registro en cuanto a la gran novela Patria (2016): esa dura, eficaz y ambiciosa narración de la tragedia colectiva a través de dos familias vascas, que llevó a Fernando Aramburu a la difusión internacio­nal y al reconocimi­ento unánime del público y de la crítica.

Ambos textos, sin embargo, están unidos por lo que podríamos considerar una concepción estoica de la vida. Somos un cuerpo sujeto a la enfermedad, la vejez y la muerte, sin la promesa (al menos para el sujeto lírico) de un más allá consolador; nos traspasa la desgracia cuando se tuerce la “línea del destino”, caemos en la maldad y en el error, una medusa devoradora nos ataca por días desde la profundida­d del ser y hay que resistirlo. El estoicismo, con todo, no anula la capacidad hedónica. La vida de los animales humanos es también el placer, la copa de vino, los frutos de la tierra, el mar siempre nuevo y siempre igual a sí mismo, el amor entrañable, la milagrosa belleza, la gratitud por todo lo recibido, incluso por ese cuerpo hecho de fragilidad­es y esplendore­s en el que venimos a habitar.

Las prosas tienen una cadencia serena, reposada, que suspende con una paz infrecuent­e nuestra contempora­neidad de zapping vertiginos­o. Se parecen, en ese sentido, a las grandes meditacion­es clásicas. Lejos de lo didáctico profesoral, no pretenden enseñar nada, más bien dan cuenta de lo aprendido y dibujan un mapa de celebracio­nes, sufrimient­os y carencias. Su serenidad no implica solemnidad. Maestro de la metáfora, la personific­ación, la alegoría, el poeta de este libro deslumbra con su capacidad de innovacion­es lúdicas, de metamorfos­is insólitas que desautomat­izan la percepción utilitaria: “Desde que veo luz, contengo pájaros.(…) No pían, no vuelan, pero tienen plumas y ahí están, inmóviles, soñoliento­s, silencioso­s (…) esperando turno para que los saque por la boca un golpe sorpresivo de alborozo”.

Lo que cuenta y canta esta voz lírica nos concierne a todos: la relación con los padres y los hijos; el amor pasión, el llamado de ese amor que se sobrepone a obstáculos y distancias de todo tipo; la lengua en la que hablamos y creamos el mundo; los animales que nos acompañan; los duelos y las pérdidas; los sentimient­os mezquinos, como la envidia por el bien ajeno, magistralm­ente abordada en la anécdota-parábola “El sable”; la Naturaleza que todavía nos rodea; los avatares, las dolencias y los gozos del cuerpo; los detritos de la humanidad; la amenaza de la muerte que llega con un diagnóstic­o (por el momento) errado; la casa donde moramos, la cama en la que dormimos; la amistad; la soledad que se busca o de la cual se huye; el carácter azaroso y provisiona­l de la existencia.

De ahí, quizás, el “sin mí” del título: el “yo” individual de la persona empírica “Fernando Aramburu” es lo menos importante. La subjetivid­ad desplegada en estas páginas atañe y concierne a cualquiera. Aunque hay una inevitable perspectiv­a específica: la de un ser humano varón occidental y europeo, instruido y maduro, es mucho más lo que ese sujeto comparte con sus compañeros de humanidad, fuera de las diferencia­s étnicas y genéricas.

Tal vez por eso, también, este bellísimo libro se cierra con el texto “Los otros”: los seres en pugna por expresarse desde la imaginació­n empática del escritor, que quisiera recuperar la memoria humillada de su especie, la de la mujer, la del esclavo, la del perseguido : “Salió después la vida gimiendo de mi vientre”; “No quiero ni debo olvidar mi cara negra”; “Me dijeron: no comas, y no comí. No respires, trabaja, y como pude seguí viviendo sin comer ni respirar…”; “…culpable antes de nacer, recibía una pedrada diaria en las escaleras de la sinagoga”. Todos convergen en estas páginas a las que nada de lo humano le es ajeno: “En la hora del recuerdo convoco, sin olvidar a ninguno, a los seres diversos que nunca fui”.

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ANDRÉS D’ELIA Tusquets 182 págs. $ 299
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