Divina transgresión. Crítica de Jeannette, la infancia de Juana de Arco Saltar al abismo o resistir el vértigo, por Susana Villalba
La mística es la experiencia más inaccesible para todo hombre o mujer que no profese una fe. Incluso, la observancia sistemática de una creencia metafísica no garantiza ni siquiera imaginar las piruetas interiores que los místicos suelen transmitir con las descripciones de sus experiencias, no exentas en ocasiones de una intensidad física que puede invocar los placeres menos asociados con la vida de los santos.
El secreto erotismo de otros arrebatados de la fe está ausente en este retrato de Juana de Arco, solamente porque el tiempo elegido es, como sugiere el título, el tiempo de la infancia (y también los años previos a conducir el ejército francés en la batalla contra los ingleses). Sin embargo, excepto por una medialuna y un arco, posturas de gimnasia asociadas a la escuela primaria, no hay signos infantiles en el filme. Dumont se ciñe a la batalla interior (y musicalizada) que define la conciencia de la niña. Ha escuchado a Dios, sabe que tiene que subordinar su existencia a una misión trascendente y a su vez teme no ser una buena intérprete de los pedidos del creador.
Todo el filme no es otra cosa que la confrontación con ese dilema. Puede ser un soliloquio o la conversación cantada con una amiga, un tío, dos monjas y entes divinos, pero la inquietud es la misma: cómo saber si lo que tanto se desea se corresponde con la voluntad divina. Todo esto sucede bajo la égida de un musical doblemente anacrónico: la niña santa y sus interlocutores no entonan hits medievales sino armonías complejas que oscilan entre el rock sinfónico decadente de fines de los 80 y una especie de electrónica primitiva. A su vez, las simpáticas coreografías no son muy diferentes a las que pueden inventar hoy niñas y niños de 10 años para un acto escolar.
La progresión dramática, los números musicales y los bailes son cobijados por una rigurosa composición de los planos y una elección prodigiosa de locaciones. Es como si Dumont hubiera encontrado paisajes del siglo XV: el fulgor del cielo y los arroyos, la luz del sol y una vegetación austera pero todavía virgen de la violencia de la civilización constituyen mucho más que un fondo o escenario para que Jeannette cante y baile. Las panorámicas, los picados y contrapicados constantes erigen una atmósfera enrarecida. Lo espiritual anida en la prepotencia física de la creación.
La aventura vertical de Juana de Arco es inconmensurable para nuestra mentalidad contemporánea. Describirla como una desvariada psiquiátrica sería zanjar una cuestión humana mediante la autoridad epistémica de una ciencia no absuelta de motivaciones religiosas. Que una adolescente haya sido motivo de controversia política y teológica puede resultar hoy tan inverosímil como la existencia de los ángeles y los demonios, pero la Historia es indesmentible y el misterio de Juana de Arco resiste el paso del tiempo y la secularización radical del orden del mundo.