Fattoruso, un piano entre el rock y el candombe, por Luciano Lahiteau
Uno de los grandes músicos uruguayos se presenta en Buenos Aires con doble formato: documental y concierto. Aquí anticipa ambos.
Los ojos de Hugo Fattoruso (74) se empañan al oír los elogios que sus colegas –de Chico Buarque a Jaime Roos, pasando por Fito Páez y Milton Nascimento– le ofrendan en Fattoruso, la película (Santiago Bednarik, 2017). La sonrisa le arruga las mejillas. Es una mezcla de timidez y orgullo que lo desborda, y que lo deja sin habla. De su agenda, en cambio, puede hablar con total soltura: su gira por la Patagonia con Daniel Maza termina justo antes del estreno en el CCK, que se completa con un concierto de piano en la Sala Sinfónica (sábado 16, a las 20 hs).
Después, regreso a Montevideo para preproducir el disco del Trío Oriental – nueva piel del Cuarteto, sin Leo Amuedo que “está siempre a mil”–, un paso por Buenos Aires para grabar el sucesor de Sin corbata (PAI, 2017) y más tarde la decimotercera gira japonesa de Dos Orientales, junto al percusionista Tomohiro Yahiro, esta vez con Albana Barrocas, su pareja, como tercer integrante. “Volvemos el 10 de septiembre a la medianoche y el 11 cruzo para acá porque me invitó a tocar el Quinteto Astor Piazzolla, que es una gloria”, dice mientras se besa el montoncito que ha hecho con sus dedos. “Así que más contento que yo, imposible”.
Mientras tanto, el sello británico FarOut está por lanzar Hugo Fattoruso y Barrio Opa, un LP que Hugo registró junto a su hijo Francisco y el guitarrista Nicolás Ibarburu, entre otros, para hacer una revisión tangencial del mítico trío Opa, con la que tiene planes de girar por Europa en 2019. También se dio tiempo para participar de la grabación de cuatro temas de Billy Bond y La Pesada para ayudar al bajista Alejandro Medina.
–¿Cuál fue tu aporte en la nueva versión de La Pesada?
–Toqué piano en dos temas y acordeón en uno. Fue una sorpresa; yo pensé que era una reunión para… qué sé yo, ni pregunté qué era. Me invitaron y dije sí, voy. Y después, cuando vi que era en ION me imaginé que algo iban a grabar. El día anterior me mandaron cinco temas y me dijeron: “Elegí un par”. ¡El día anterior! Pero bueno, ta, es Billy y es mi amigo. Fui su bajista cuando se deshicieron Los Shakers, en el 68. Él era muy compinche con mi hermano Osvaldo, iban de aquí para allá.
–¿Qué sensaciones te produjo encontrarte con la generación para la que fueron tan importantes Los Shakers? –Nos dimos un fuerte abrazo porque hacía años que no nos veíamos. Yo seguí otro camino, musicalmente hablando. Pero al fin y al cabo es lo mismo. Y toqué algo que no tocaba hacía mucho tiempo.
–Este año se cumplieron 50 años de La Conferencia Secreta del Toto’s Bar, el último disco de Los Shakers. ¿Cómo ves hoy aquel disco que tuvo tanto valor para lo que vino luego?
–¡Puf! ¡Mirá! Hace tiempo que no escucho ese disco, pero sé que el grupo hizo lo que pudo. Ya no hablo mucho de Los Shakers pero… éramos inocentes, adolescentes. Y yo soy medio adolescente todavía. Hacíamos las cosas de una manera muy sana, sin mucha planificación.
–Pero temas como “Candombe” fueron particularmente importantes para integrar al rock con las músicas locales. –Sí, ahí fuimos arrimando un poco nuestra genética montevideana. A pesar de que no había tambores. Fue traer a nuestro trabajo algo que está en nuestros corazones, el candombe. –¿Qué te produjo ver tantos años de carrera comprimidos en la película de Bednarik?
–El equipo de Coralcine trabajó mucho, tenían mucho material. Así que cuando empezaron a editar, tuvieron que cortar cosas maravillosas. Yo le dije a Santiago: “Por qué no hacés una película con todo lo que estás sacando?”. Porque entrevistó a muchos músicos que le decían “¿Para Hugo? Sí, pará”. Y les tocaban tres o cuatro temas. ¡Geraldo Azevedo les tocó diez! Es muy interesante. Yo miré el film apreciando el trabajo de ellos. A mí no me miré, miraba qué pasaba alrededor de Hugo. Porque nunca lo pude ver; yo siempre estoy en la partitura, en el teclado. Así que… imaginate, aparece mi hermano, que ya no está, mis hijos y nietos, en fin…
–También aparecen formaciones con las que no grabaste tanto, como Los Pusilánimes. ¿Hay cosas que te hubiese gustado grabar y no pudiste?
–Sí, puede ser. Con Los Pusilánimes grabamos un disco que nunca salió, en el estudio de Fito Paéz. Hay algo registrado en un CD que se llama Qué suerte, pero después se puso mejor el grupo.
–¿Cómo nació el proyecto de Hugo Fattoruso y Barrio Opa?
–Es una tangente del Opa original. Este amigo, Joe Davis (director de FarOut), al que no conocíamos, quería que grabáramos todos los temas de Opa de nuevo. “¡No!”, le dije yo. “Ya grabó ese grupo, yo grabo temas nuevos”. Pero él insistía en que hiciéramos algo de ese estilo, así que ta, hicimos esto, por ese lado.
–¿Cómo se produjo el disco?
–Primero Joe me mandó mails, nos fuimos comunicando por ahí. Después Skype, combinamos, y se vino para grabar a Sondor, en Montevideo. Vino con su ingeniero, David Brinkworth, que cuando vio al que trabaja con nosotros, Gustavo De León, no hizo nada. Yo le pregunté qué le parecía el trabajo de Gustavo. “He’s a monster”, me decía (se ríe). Brinkworth vive en Río de Janeiro y lo quería mezclar allá. A mí ya no me gustó mucho, pero él insistió. Y cuando me mandó las mezclas dije “Me voy para Río”. No entendió de dónde viene la cosa. Así que me fui a Río y trabajé tres días con él, y casi quedó terminado. Después terminamos por mail: él me mandaba la mezcla y yo le decía el minuto y el instrumento que estaban mal. Quedó bien, pero es la última vez que grabo así: en la mezcla tengo que estar. –¿Son todos temas nuevos?
–Todos nuevos. Y uno que pudimos llamarlo como corresponde, que es “El romance del sordo”. Cuando yo lo compuse y lo grabó este señor Moreira en su vinilo Fingers (NdR: en la película se cuenta cómo Airto Moreira habría estafado a sus músicos de entonces, entre los que estaban Opa y Rubén Rada), por un gran error lo llamaron “El romance de la muerte”, Romance of Death. Yo les decía que no, que era deaf (sordo). Intenté cambiarlo pero nunca pude. Eso fue en 72, o sea que tengo ese mal sabor en la boca desde entonces. Así que sale “El romance del sordo” como debe ser, porque la historia del tema es que a esa melodía no la escucha nadie más que este sordo que va por la calle, es exclusivamente de él. Y como no toca ningún instrumento queda encerrada.
–En la película se subraya tu capacidad para interpretar y dar color a las composiciones de otros, ¿cómo se hace para ser un músico personal, con estilo, al abordar obras ajenas?
–La composición me gana; me conmueve. Yo me meto y, ta, parece que sale bien porque así lo dicen ellos. La composición le gana a todo el mundo.
–Pero debe haber algunas que te conmueven menos que otras.
–Puede ser, pero me conmueve cómo el compositor ordenó las notas, me emociono. Entonces, cuando participo se debe notar.