Flora y fauna
La gente que pasaba por la puerta se detenía a mirar. Le llama la atención la multitud. Es que adentro ya no quedaba lugar y entonces los que fueron el lunes a la inauguración de la nueva librería de Eudeba se desparramaron en la vereda para seguir conversando y sacándole fotos al edificio, que parece nuevo.
No es para menos. Eudeba es una de las pocas editoriales argentinas a las que no le queda grande la etiqueta de “mítica”, y el origen de esa medalla está desde luego en los años de oro de su historia. Fundada en 1958, su primer director fue el gran Boris Spivacow, y la editorial universitaria se propuso entonces una tarea titánica: llevar los libros de producción intelectual y académica al público masivo. Produjo proyectos emblemáticos –“Libros para todos” y “Libros al precio de un kilo de pan”– y sacó a la calle los famosos carritos en los que se vendían libros a precios accesibles. Así, crecieron los lectores y muchos de los títulos de la editorial se convirtieron en best-séllers. Vista desde hoy, la historia parece inverosímil. Pero todavía no habían llegado las dictaduras más fuertes y el sistema cultural argentino era amplio y sólido.
Spivacow se fue en 1966, con el golpe de Onganía y Eudeba, a partir de entonces, tuvo una suerte dispar. Para el aniversario número 60, las autoridades actuales hicieron una fuerte inversión para remodelar y modernizar el edificio donde funciona la editorial y la librería, sobre la avenida Rivadavia, frente a la Plaza de los Dos Congresos.
Este lunes se cortó la cinta de ese nuevo espacio. Entre la gente que se acercó a festejar había autores de la casa, editores, políticos, críticos, lectores. Fue un día de celebraciones, no solo porque la remodelación fue larga y costosa, sino también porque, en tiempos en que las librerías están más cerca de cerrar que de abrir, la inauguración de un espacio amplio y luminoso dedicado a los libros parece más bien un milagro, un maravilloso anacronismo.
Con un estilo moderno, de espacios blancos por donde se filtra la luz natural, los libros de las múltiples colecciones de Eudeba están exhibidos hasta el techo, en elegantes estanterías de madera clara. Por la derecha se entra a la librería y por la izquierda a la editorial, que también se renovó. Y bajo el suelo, una postal de otro mundo: el vasto depósito, con libros de todas las épocas, uno de los patrimonios secretos de la Buenos Aires libresca.
Los libros más antiguos del catálogo se fueron yendo con el tiempo en movidas que replican los viejos métodos de Spivacow: subastas callejeras, cajas de libros a cinco pesos, ofertas imposibles de rechazar. Sin embargo, hacia el fondo de ese sótano larguísimo, quedan algunos libros de la primera época, que son como testigos silenciosos de un mundo editorial que ya no existe.
Durante algún tiempo, Eudeba pareció convertirse en lo que sus fundadores no querían que se convirtiera: una casa editora de nicho unversitario. Por eso, las últimas renovaciones siglo XXI –la apertura de nuevas colecciones, por ejemplo, de las que la inauguración de su nuevo edificio es el punto de culminación– son un paso imprescindible para que el sello no quede preso de la melancolía por los tiempos pasados.
Por lo demás, la ubicación de la librería-editorial, en un punto tan estratégico de la mancha urbana, justo frente al Congreso al que en las últimas semanas la ciudadanía acudió de forma masiva para ampliar derechos, nos recuerda la extraordinaria relación entre ciudad y libros que siempre tuvo Buenos Aires.