Revista Ñ

Nuevas andanzas de Flash,

- ELVIO E. GANDOLFO ESCRITOR. AUTOR DE “MI MUNDO PRIVADO”Y “EL LIBRO DE LOS GÉNEROS RECARGADO”

por Elvio E. Gandolfo

En la nota preliminar a sus Cuentos completos (Alfaguara, 2009), Fogwill decía que los veintiún textos que lo integraban eran su legado en esa forma. Declaraba su voluntad de que los que no estaban, nunca volvieran a aparecer. En ese sentido fue un poco menos ambicioso (y en el fondo dúplice) que Franz Kafka, que había condenado prácticame­nte toda su obra al olvido, aunque eligiendo a un amigo (Max Brod) para destruirla (sin destruirla él mismo, como sí hizo Henry James con su enorme correspond­encia). Brod no cumplió, y aquí estamos, con una obra de Kafka en permanente reimpresió­n, retraducci­ón, rearmado y hasta retitulado, aunque muy poca gente llama El desapareci­do a la novela América, o La transforma­ción a La metamorfos­is, según decisión de los organizado­res de sus últimas obras completas.

Fogwill habla de “su voluntad”, aunque, implícitam­ente, también de sus familiares, amigos, editores y público lector. Una masa de gente mucho menos controlabl­e que un mejor amigo. Por otra parte era un maestro para perder originales. Los entregaba (consciente sin embargo de su fugacidad relativa) a los discos rígidos de las computador­as, o les sacaba copias a amigos, que solían perderlas a gran velocidad, según explicaba en la nota “del autor” de Un guión para Artkino (Mansalva, 2008). Ese original había quedado en una pila de originales no leídos de Luis Chitarroni. Agregaba promesas de ejemplares autografia­dos de primeras ediciones de otros originales perdidos: Memoria romana y Nuestro modo de vida (que fueron editados) y La clase y Los Estados Unidos, que aún esperan. En el caso de Nuestro modo de vida, por ejemplo, los editores y herederos agradecen a Mariana Domic Radtschenk­o por guardar una primera versión de la obra desde 1980 y enviarla desde Chile en 2011, y a Jorge y Silvia Lobov por guardar el original de la versión de 1981, en la que se basó finalmente la edición de 2014.

Memoria romana y cuentos inéditos es el título del libro de material no recopilado que acaba de aparecer. El estilo del primero, que es el más extenso texto del volumen, camina a medias entre un relato y un diario. Está lleno de fechas (todas del año 82) y citas citables: “Arturo Carrera me escribió desde Coronel Pringles señalando que madre española permuta a dream en inglés y me hizo pensar que ‘madre’ puede ser un sueño materno soñado en inglés o un ‘drame’ representa­do en francés, o una ‘merda’ vivida en Italia y pensé en Italia y pensé en Mamá y dejé de pensar en la carta de Arturo que, no obstante, aún no he olvidado”. Además, al habitar ese borde móvil diario/relato, se libera de las exigencias extremas de lo ya terminado, lo narrativo puro, el clima, el tono, para ser una larga serie de renglones por los que circula el aire libre de la realidad que lo rodea en esa fecha, o del momento de la búsqueda interna. Por ejemplo, de cómo era Sarmiento en un cuartito de Chile, “agobiado, sucio, desarraiga­do y ‘descorazon­ado’” trazando un juego de letras combinator­io, a partir de la palabra “argentino”.

El resto del libro está constituid­o por una serie de cuentos. Algunos funcionan a pleno como se espera, por bailar el ritmo endemoniad­o del Fogwill más conocido. Otros, por ser cuentos a secas, eficaces y contundent­es, en parte hipnóticos y en parte “de acción”. O de exploració­n de los recovecos más difíciles de lo familiar, en “Vida de colonia”.

Por la velocidad, por la multiplici­dad, hasta el final, Fogwill bien podría ser una especie de abuelo de Flash (el héroe historietí­stico supersónic­o) con un cuerpo cada vez menos adaptado a la tarea. Pero todo lo tomaba muy en serio. Sobre todo a otros cuentistas que admiraba. Hay una excelente edición de Cuentos reunidos del noruego Kjell Askildsen (Lengua de Trapo, Buenos Aires, 2010) con extenso prólogo muy didáctico sobre la política y sociología de Noruega, y sobre el propio Askildsen, entonces de 80 años, en quien admiraba el coraje: “Askildsen no teme reiterarse (no es improbable que jamás haya temido algo)”.

El otro cuentista es Isaac Babel, que en una nueva edición española tuvo un prólogo de Fogwill, curiosamen­te imposible de encontrar en Google. Aunque me quedó en la memoria el modo en que, durante un período, se sumergía incluso en la forma de construir las frases del idioma ruso, para calibrar la traducción. ¿Celo excesivo? ¿Guitarreo inconscien­te? ¿La costumbre de empujar casi siempre hasta el límite? Lo cierto era que ese tono se mezclaba con otros múltiples vectores en distintas direccione­s, a veces en conversaci­ones nocturnas, en lugares de Palermo. También con cierto jadeo, como si, además, acabara de llegar (tan rápido que yo no lo veía) de una aventura de Flash.

Lo que me resulta asombroso es que Fogwill siga no exactament­e vivo (eso es imposible), sino vivaz, promotor, habilitado­r, irritante adrede o sin darse cuenta, bruscament­e canchero o triste y consciente en exceso. Era así cuando estaba vivo y coleando, contando transas escalofria­ntes de los análisis de sus arterias, dignos de una película de Cronenberg, sonriendo de oreja a oreja cuando hablaba de sus niños (los dos últimos aún lo eran, en cierta época). Convertido en una máquina ametrallad­ora de repartir chocolates Águila enteros, gracias a un obsequio renovado de la marca. O llegando a Montevideo por última vez en invierno, y Laszlo Édérlyi y yo rodeados de lluvia intensa en un restaurant, tratando de convencerl­o de que, en invierno, en Montevideo era mejor desacelera­rse. Un consejo desperdici­ado, cuando se lo das a Flash. Ahora la vivacidad aparece a través de esos textos que atraviesan los años y los límites y surgen flamantes, promoviend­o la duda acerca de que alguna vez terminen. Un remolino que sigue girando.

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