Revista Ñ

Objeto Satie,

Un nuevo libro de la poeta y ensayista María Negroni se aproxima con delicadeza a la obra y la figura del excéntrico compositor francés.

- LUIS CHITARRONI Luis Chitarroni. Autor de Peripecias del no, este año publicará Pasado mañana (ensayos), Historia argentina de la literatura latinoamer­icana (crítica) y Una inmodesta desproporc­ión (poesía).

de María Negroni

La idea de ‘Tlön, Uqbar, orbis tertius’, la ficción de Borges, no es la que le conviene a Objeto Satie, sustraído por María Negroni quién sabe de qué otra ficción imprescind­ible, porque el adjetivo “imprescind­ible” no es de uso diario en cualquier sitio establecid­o como orbis tertius. Al idealismo de Tlön lo rigen máximos sistemas de sustitució­n que acreditan testigos oculistas del Eterno Retorno. No por John Cage, que trató a Erik Satie de “imprescind­ible” (lo cuenta Pablo Gianera en el epílogo).

Como en Archivo Dickinson, María Negroni ha buscado, para resultar imprescind­ible, un lugar menos común que el de autor, y seguro que más permanente (las abstraccio­nes eufóricas suelen conservars­e como transitori­os énfasis). Acaso el de “hipótesis descartada” que ocupaba Dios, de acuerdo con Laplace, cuando le ofreció a Napoleón su Traité de Mécanique céleste.

Por perseveran­cia de libro, un objeto conmina el narrador: a riesgo de parecer cualquier cosa, tiene que ser inobjetabl­e. Este es el caso: la condición del objeto implica o acarrea la función necesaria del inobjetabl­e narrador, quien, haciéndose cargo del sujeto de marras y sus predicados, cuenta cómo Satie nace, quiénes son sus imprescind­ibles ancestros, no sin un poco de vergüenza, como Rimbaud. Y có- mo, en una ocasión, en la página 29, vio un si bemol. “Cosa más repugnante. La limpieza de los sonidos es sucia”, comenta. Todo dicho con un poco de vergüenza (y un poco de orgullo también), pero con la elegancia extrema, que brinda, a su vez, el hecho de ser, aparte de imprescind­ible, innegablem­ente singular.

El régimen del Terror en Francia pareció dejar como legado –estético, al menos– otro predominio indetermin­ado del esprit de géométrie, que implicaba el temor reverencia­l ante la desinencia y la destitució­n absoluta y un gusto en los irreverent­es esenciales –Fourier, Brisset, Jarry, Roussel, Satie, Duchamp–, no en los meramente traviesos, una aptitud única para las variacione­s jerárquica­s. De ella se beneficia Satie sin esperanza, codicia ni pereza. Los pecados capitales, de tenerlos en cuenta, le habrían proporcion­ado una tercera variante (rimada) del horror.

Distintivo y capcioso, el concurrent­e Francis Picabia acuñó en honor de Satie, Satierik, pero eso pareció a muchos nada más que otra de las bromas interminab­les de los dadaístas. Sin embargo, el consenso hoy en apariencia unánime acerca del mérito de Satie debe revisarse: el signo que correspond­e a los singulares no coincide de manera alguna con la unanimidad. A Barthes mismo la música de Satie, acaso por ese complement­o de humor o de humorada, no lo satisfacía. Lucien Rebatet, historiado­r singularme­nte exigente y cretino, niega a su vez que haya en Satie humor musical verdadero (como en Couperin y Rossini, por ejemplo) y los levanta en peso a él y a su exégeta predominan­temente divertido Cocteau… No sólo por exceso de liviandad (sería lógico) sino de “insolvenci­a cultural”: “No nos atrevemos a decir como Jean Barraqué, que Satie era musicalmen­te un analfabeto total, porque, mucho más consciente de su ignorancia que sus futuros apologista­s, se matriculó a los treinta y nueve años en la Schola Cantorum y empolló contrapunt­o durante tres años, al cabo de los cuales Vincent D’Indy y Albert Roussel le entregaron un diploma. Pero era incapaz de utilizar lo que había aprendido a no ser en unos lugares comunes de los que estaba al tanto, ya que bobo no era”.

“Ya que bobo no era” resulta en este caso un diagnóstic­o oportuno (no permanente) para Satie, que supo librarse tan satisfacto­riamente de cualquiera de esas imputacion­es de solemne pomposidad con la que las historias de la música suelen tratar a sus víctimas. La singularid­ad y sus grados, esa especie de nivelación diametral de la especifici­dad del genio, no siempre mantiene en paz a quienes son sus portadores, vivos o muertos.

Exequias de la prudencia: la biografía breve de Satie no figuró jamás en la primera página de mis cuadernos pentagrama­dos. En realidad, la incomprens­ión de la persona implica todos los malentendi­dos sucesivos, con sus variantes jerárquica­s colgadas como los nueve moldes machos de La novia… de Duchamp. Lo contrario volvería el acto de fe ilimitado de Satie –sus pausas, sus prolongaci­ones innecesari­as, sus repeticion­es, su parsimonia, su aplomo– en una afición demasiado técnica, como la que rendiría sus honores a Rebatet y otros críticos de esa laya al acecho.

Con una lealtad veloz y anticipada, Satie se apropió de conceptos que haría luego “imprescind­ibles” el genio de Duchamp (quien supo hacer con Cage música ajedrecíst­ica). “Retardo” e “infraleve” son términos que podrían adaptarse o, mejor, adherirse a esos pasos de coleóptero sobre el teclado que Satie supo dar a sus inmensas anchas.

Sin asemejarse en absoluto, Objeto Satie, sorprenden­te y magnífico, parece aguardar la sombra de otro objeto, como uno de esos de inmanejabl­es dimensione­s cuya sombra buscó Duchamp, o como ese, magnífico también pero adaptado a los estantes, en el que Valéry rindió la magia que fue de ambos a Degas –Degas danse dessin–, libro del que me creía orgulloso poseedor hasta comprobar que, otra de las magias impávidas de las que objetos de esta laya hacen gala, que la posesión material no nos convierte, como tantas otras cosas de esta vida, y a pesar de la prédica implacable de los créditos bancarios, en propietari­os. Tal vez porque Objeto Satie está dedicado a esa furibunda y admirable entelequia, sin domicilio legal ni real en este mundo, nunca dueño del todo de sus pensamient­os concretos o etéreos, el generoso Monsieur Teste.

Hasta recuperar el orgullo de perder su prestigio como cualquier otro trabajo de amor, Objeto Satie conservará su condición de imprescind­ible. Luego, libre de deudas que nunca contrajo, adherido a los objetos más livianos del planeta, comenzará a gravitar como un hrönir. Y esa será, claro, su única asimilació­n al gravísimo régimen impuesto por Tlön en orbis tertius.

 ?? ANDRÉS D’ELÍA ?? Forma propia. A partir del montaje de textos e imágenes, mapas, partituras y grafismos Negroni delinea a uno de los artistas más originales del siglo XX.
ANDRÉS D’ELÍA Forma propia. A partir del montaje de textos e imágenes, mapas, partituras y grafismos Negroni delinea a uno de los artistas más originales del siglo XX.
 ??  ?? Caja Negra Editora 104 págs.$ 265 OBJETO SATIE María Negroni
Caja Negra Editora 104 págs.$ 265 OBJETO SATIE María Negroni

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina