Historia material de la violencia humana.
En una muestra instalativa que reúne una serie de videos, el artista Enrique Ježik explora el lado más sórdido de la condición humana.
Sobre las instalaciones de Enrique Ježic en Osde
Las obras de Enrique Ježik nos enfrentan con el lado violento, cruel, destructor, perverso del ser humano. Sin retóricas que atenúen el impacto, ni finales con halo redentor, frente a ellas nos involucramos sin forzarnos en lo que imágenes y sonidos nos señalan, porque interrogan el pensamiento y movilizan nuestra percepción.
En una pantalla cuatro cortadoras de acero lanzan chispas sobre un hombre que traza círculos en una placa metálica. Cuatro contra uno. El agredido resiste mediante una acción cercana a un rito que logre un conjuro salvador. Sus movimientos rápidos contrastan con la aparente impasibilidad de quienes manejan las máquinas. Por momentos, el torrente de chispas en ese espacio oscuro hace desaparecer la figura del artista-performer, y nos preguntamos si habrá resistido el embate.
Otra gran pantalla muestra una mano golpeando de manera continua un costillar de res. La acción se interrumpe apenas un instante para cambiar de martillo. El ruido de los golpes deviene un motivo acústico tan impactante como la imagen. El costillar se mantiene en el lugar y, de
pronto, nos encontramos tratando de dimensionar el dolor que siente su carne.
La muestra En defensa propia ofrece un conjunto de trabajos realizados entre 2001 y 2018, en diversos escenarios y sobre distintos conflictos. La gran sala del Espacio de Arte Fundación Osde se unifica a través de un sonido perturbador y una oscuridad interrumpida por la luz proyectada por las propias obras.
La curadora de la exposición, María Teresa Constantin, escribe: “nos interesa pensar las obras expuestas no como unidades expositivas aisladas sino como un espacio, el de la sala de arte, ocupado por
el conflicto. Un territorio donde prácticas performáticas, videos, instalaciones, fotografías y sonido son atravesados por un fleje que conduce la disputa entre territorios de poder, dominación, violencia, resistencia y destrucción”. Una propuesta acorde a los rasgos de la poética del artista y esclarecedora para el espectadorparticipante.
En “Ejercicio de percusión”, un grupo de policías antidisturbios ingresa en un museo de México D.F. y arrincona al público. De forma incesante, golpean sus escudos con sus bastones ejecutando lo que podríamos denominar el ritmo de la represión. En la mayor parte de los trabajos, el sonido constituye una dimensión significativa fundamental y protagónica en relación con cada obra y el conjunto. “El sonido ocupa el espacio y puede modificar su percepción. Puede también afectar anímicamente a quien lo escucha. En esta exposición aprovecho esas características para generar un ambiente ríspido, quizá agresivo, al dejar que los audios de todos los videos se contaminen mutuamente. Una especie de cacofonía que funciona como un choque físico a la vez que inmaterial”, explica Ježik a Ñ.
Desde mediados de los años 90, el artista también trabaja con la palabra, con su significación y visualidad. En 2014, presentó la instalación “Declaración formada por treinta y siete esculturas”, en el Centro Cultural Haroldo Conti, donde cada letra de una frase del artista Max Liebermann sobre el nazismo adoptó la tridimensionalidad de la escultura. El artista lo denomina “consignas transplantadas” de un momento histórico a la actualidad para dar cuenta de su vigencia y traslación semántica. En un video de la presente muestra, un cincel graba sobre una placa de metal una frase del militar prusiano Karl von Clausewitz. Cada martillazo imprime una letra en nuestra memoria visual y auditiva.
La instalación “Traigamos la catástrofe” nos sitúa frente a esa frase del economista francés Frédéric Lordon. Sobre el piso se recuestan grandes letras de chapa corroída. Una caja alargada de madera que guarda trozos de caños divide el texto a manera de renglón, e impide nuestro paso. Trinchera, campo minado, muro divisorio. Para poder completar la frase necesitamos estar del otro lado.
Hace 27 años, Ježik se radicó en México. A fines de los 90 buscaba en el video y en la acción ir más allá del objeto escultórico y reflexionar sobre la violencia de manera directa. “Esto confluyó con un regreso a una práctica escultórica en la que las herramientas tenían que ser otras. Opté por incidir brutalmente sobre ciertos elementos y las armas y la maquinaria vial resultaron ser las herramientas adecuadas para ese fin”, contó.
Una excavadora destruye las ventanas de un espacio de exhibición para desgarrar unos bloques de concreto ubicados en el interior, donde otra máquina los cambia de lugar. El punto de partida de esta videoinstalación es la reflexión sobre las agresiones externas y su apoyo desde el interior con respecto a la invasión soviética de Praga en 1968 y al proyecto de Estados Unidos de instalar radares de alerta en la República Checa. Los dos canales de video ofrecen una perspectiva simultánea del adentro y el afuera. A la salida de la instalación nos detenemos en una loza que yace “lastimada”. La grúa se va, la imagen se funde a negro.
Al analizar “el carácter material, intensamente físico y singular, de sus imágenes”, el ensayista y sociólogo Eduardo Grüner escribe, en el texto del catálogo de la muestra, sobre las varias dimensiones filosófico-políticas de la obra de Ježik. Señala que el artista nos deja a los espectadores “la responsabilidad de extraer –o mejor todavía, de producir– nuestras propias conclusiones. Y de someter a crítica cada acontecimiento horroroso particular de la historia, bajo la forma de una materia insubordinada”.