Apoteosis de la ficción sónica,
por Rafael Cippolini
Imaginen un extenso relato donde el protagonista es el sonido, o mejor dicho, un sonido específico, que define la trayectoria de muchos músicos, a la vez que delinea una pesquisa de continuidad y reflujo entre estilos que abarcan poco más de cincuenta largos años. Y mientras tanto, va conformando una lengua propia, exhuberante de neologismos que son pura evocación, toda resonancia, identidad y época. Kodwo Eshun, londinense adolescente en las décadas del ochenta y noventa, publicó justo antes que comience nuestro siglo el imprescindible Más brillante que el sol, que acaba de editar en castellano Caja Negra, y que lleva por subtítulo “Incursiones en la ficción sónica”. Es precisamente su condición ficcional la que puede acercarnos a otro modo de escuchar los más de doscientos cincuenta álbumes (de Ornette Coleman, John y Alice Coltrane y Herbie Hancock a Lee Perry, Funkadelic, Cypress Hill y Tricky), que estructuran su índice tomando como punto de partida y rol protagónico lo que denomina “la ciencia del breakbeat”, esto es, cuando se aísla y traslada ese momento sonoro en que “desaparecen la melodía y la armonía, y los beats, la batería y el bajo siguen avanzando”, territorio clave de las estrategias del DJ y el remix.
Es un libro que va mucho más allá de un relato de tendencias y subculturas musicales, que sólo por default puede leerse como una cartografía musical de lo que Eshun denomina Futurismo Afrodiaspórico. Más brillante...invita en todo momento a repensar el modo en que aún concebimos la dinámica y conformación de las tradiciones, de las herencias, de las influencias, de la formación de singularidades y, muy especialmente, lo que en la Era Digital y en el ámbito de las escrituras circulantes podemos seguir entendiendo como ficción. Así Eshun se hace eco de aquel campo de conocimiento inventado por Sun Ra y bautizado Mitociencia, al que referencia una célebre aseveración de Paul Virilio en Pure War.
En 1997, apenas unos meses antes de la publicación original de este volumen, Marc Augé propuso en La guerra de los sueños una serie de hipótesis sobre los distintos repartos e imbricaciones entre ficción y realidad que empezaban a delinear ese otro campo bélico que es hoy nuestro presente. Semejante sincronía no es casual, salvo que Eshun parte de una narrativa del cuerpo que resulta mucho más radical: “Creo que la psicodelia rítmica, en todas sus diferentes variedades, busca abrir un frente en una guerra cinestésica. Me interesa la noción de que el sistema nervioso está siendo remodelado por los beats para un nuevo tipo de estado, para una nueva condición sensorial”.
Este es el paso: la evidencia de un escenario cultural y tecnológico donde la ficción ya no es medida o límite de representación, sino que sus narrativas son más que nunca condicion básica de percepción, de contacto con el planeta. Ya no existe entorno no contaminado por lo digital. No es casualidad que Eshun se apropie de aquella célebre definición de McLuhan: los seres humanos son los órganos sexuales del mundo de las máquinas.