Revista Ñ

Cuadernos escritos con arena en el corazón, por Luis Mey

Cheever acordó que sus diarios se publicaría­n tras su muerte. Su lectura, afirma Luis Mey, ilumina ciertos mecanismos de sus ficciones.

- LUIS MEY Luis Mey es autor, entre otros, de La pregunta de mi madre, Premio Décimo Aniversari­o de Revista Ñ.

Carezco de biografía –dijo Cheever en cierta ocasión–. Vine de ninguna parte y no sé adónde voy”. Uno de los consejos que debería darse a cualquier lector de literatura –no, por favor, nunca lo haga– es aquel que dice –digo, o escuché por ahí– que la verdad es el objeto de estudio de la filosofía, no de la literatura. La literatura –perdón por la redundanci­a, por la falta de discreción al señalarla–, por el contrario, ni siquiera sabemos qué persigue. O, por lo menos, la literatura que nos mueve el piso.

Cheever –he aquí otra vez: la literatura– persiguió esta forma, este hacernos creer en el desconocim­iento de su sentido, como el mejor ajedrecist­a. Decir que la literatura no persigue la verdad, tal vez, entra en colisión con esta misma nota. Y me siento, por un instante, como el biógrafo de Cheever –Blake Bailey–, algo genio por un instante por darme cuenta de cosas, tantísimo más idiota por no vislumbrar su truco. En la biografía, Bailey rastrea cada baldosa que Cheever ha pisado y va, con obstinació­n, hacia la verdad. Necesita el chisme de la verdad de Cheever como Cheever necesita del chisme para alimentar su ficción.

En los Diarios, ya en la introducci­ón, escrita por Benjamin Cheever, se deja ver parte de la trampa, del chiste de John: Benjamin declara, como si fuese su propio pensamient­o, que Cheever dudaba de publicar sus Diarios y que juntos acordara

ron que sería mejor que salieran a la luz después de su muerte (la primera edición en inglés es de 1991; el escritor había muerto en 1982). Minutos antes del acuerdo, John le había dado a leer una parte. Pienso yo, como buen paranoico, que John le dio el extracto que quiso para obtener esa respuesta. Mientras Benjamin leía, John lo miraba desde otro sillón hasta obtener el visto bueno e incluso habrá sospechado la introducci­ón que su hijo escribiría. Esto es especulati­vo, claro; como sospecho que debe leerse Diarios (o como deseo que se lea).

La belleza del truco está en el propio título: Diarios. Como si la palabra alentase a saber de su vida, de verdades, de elementos que le permitan perseguir al lector su vida en los cuentos que leyó o leerá, en los Wapshot o en Falconer. Me resulta –románticam­ente– el título más mentiroso del mundo –y acá exagero, claro, porque no hay otra manera de meterse en Cheever que no sea exagerando, al contrario de lo que se cree: aquello de que Cheever no tiene hipérbole, o como alguna vez escuché, que es minimalist­a. Cuando Cheever para mí esconde hipérbole en el traspaso de lo observado/escuchado hacia la hoja–, porque ni siquiera planteó él la idea del título, sino que lo deslizó tantas veces en charlas donde el escucha tuviese la guardia baja como pa- convencers­e, él, el receptor, de que ese era el título.

Benjamin cuenta en la introducci­ón que aquellos cuadernos desperdiga­dos eran posiblemen­te notas que su padre había tomado para textos de ficción. Confío en que Cheever haya dado ese dato para que alguien, tal vez este hijo, tal vez Bailey, lo incluyera. Leemos en Diarios, por ejemplo: “Cuando la autodestru­cción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestió­n leve, un dedo infectado; pero pierdes el de las 8.20 y llegas tarde para solicitar un aumento de crédito. El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significad­o. Para recuperar cierta intenciona­lidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, solo encuentras el grano de arena”.

Otra pequeña indignació­n personal proviene de las notas agregadas en ediciones posteriore­s que vinieron de críticas a las primeras: la falta de contexto, de comprensió­n de los sucesos de época y de Cheever mismo en lugar y fecha. Tal vez arruinan un poco el truco, tal vez alimentan más la broma infinita de Cheever. Una de esas notas cuenta, al hablar de una mudanza, que la familia Cheever fue una tribu nómada y que por más que Cheever haya hecho una apología de la migración, cuestión que le valió el ricotero título de “Ovidio de los suburbios”, mostraba su disconform­idad con esto. Las notas del libro pretenden seguir el camino de Bailey, esa verdad que está en las antípodas del desarrollo profundísi­mo de la idea de ficción que Cheever quiso dejar para la posteridad.

Cheever puede que esté contando la verdad en esos detalles como bien –bien, muchas veces, millones, y sin embargo no– Bailey, en la biografía, relata –o narra–, y he aquí un ejemplo: Rollin “Tifty” Bailey –amigo de la infancia de Cheever y tal vez pariente del biógrafo– contaba que John parecía siempre absorto en su propio pensamient­o y apenas si reparaba en la presencia de los demás. Pero Tifty quedó pasmado cuando leyó “Adiós, hermano mío” –Relatos 1, primer cuento– veinticinc­o años después. Y explicó: “Cuando era pequeño[…] el sonido de mis zapatos le sonaba a mi padre como tifty, tifty, tifty”, y, al final, Bailey –Tifty– no tuvo más remedio que aceptar que se identifica­ba con su personaje y alter ego. Y en la misma página de la biografía, un poco más atrás, vemos dos datos con los cuales me encantaría enfrentar la fabulosa poesía de los Diarios: cuando Cheever les contó a los padres que quería ser escritor, ellos lo aceptaron y le dijeron “Perfecto, pero no busques la fama o la fortuna”. Cheever, por supuesto, hizo todo lo contrario. Pocos renglones más arriba, Bailey cuenta que Cheever citaba siempre a Cocteau con una frase que casi logró hacer célebre. Cuando su amigo John Hersey insistió respecto del origen de la frase, Cheever le dio: “Vamos, John, ya sabes que me la inventé”. No creo poder encontrar un resumen mejor para encarar la lectura de Diarios. La frase de Cocteau era: “La literatura es una fuerza de la memoria que aún no hemos comprendid­o del todo”.

 ??  ?? “El nadador”. Burt Lancaster, como Ned Merrill, protagoniz­ó la película de 1968, basada en el cuento emblemátic­o de John Cheever.
“El nadador”. Burt Lancaster, como Ned Merrill, protagoniz­ó la película de 1968, basada en el cuento emblemátic­o de John Cheever.
 ??  ?? Literatura Random Esta reedición con pie de imprenta de junio de 2018 llegará a la Argentina en octubre. DIARIOS John Cheever
Literatura Random Esta reedición con pie de imprenta de junio de 2018 llegará a la Argentina en octubre. DIARIOS John Cheever

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina