Lectores
El texto con el que Roger Koza comienza su artículo “Dos predicadores se saludan” (“La paradoja es inevitable para el orden del discurso religioso. Aquello que se cree desborda el lenguaje, pero sin este ni siquiera puede esclarecerse el misterio de la fe que se enuncia con palabras”, Ñ 766) parecería estar aludiendo a las expresiones con las que hace medio siglo Paul Ricoeur distinguía entre la fe, que “se anuncia como Palabra de Dios por medio del testimonio del creyente” y la religión que “se manifiesta” al que no cree “como un cierto acontecimiento del lenguaje”. De esa manera, como sostenía el artículo “Lenguaje metafórico, fe y religión” (Revista de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Morón, N° 19-20), Ricoeur “diferenciaba así ‘la fe’, en tanto experiencia que transmite quien la posee mediante un testimonio personal de cómo ha actuado en su vida la Palabra de Dios, de ‘la religión’, que se da a conocer como un hecho lingüístico, entre tantos otros, ante la conciencia de quien no comparte esa fe”. Esta distinción es la que hace posible que cualquier fenómeno religioso, en tanto manifestación observable, pueda ser analizado filosófica o científicamente por quienes no tienen una fe determinada, algo que debemos aceptar quienes sí creemos. Pero quienes no son creyentes deberían comprender que más allá de las manifestaciones visibles de la religión que estén sometiendo a análisis hay una fe que debe ser respetada. Esto contribuye a un mejor diálogo, tan necesario en nuestra sociedad del siglo XXI, entre los que creemos y los que son indiferentes en cuanto a la fe. Raúl Rocha