Revista Ñ

Un préstamo más, dos filósofos menos

- MATÍAS SERRA BRADFORD

Aveces, el escritor y profesor Ricardo Piglia se apropiaba de ideas de otros – Eliot, Curtius, Frye– sin blanquear la fuente. El autor de Plata quemada era un defensor del robo (que compensaba con buenas dosis de generosida­d). Ese tic suyo, de porteño pícaro, tuvo al menos el desenfado de tomar prestado de nombres difundidos, detectable­s.

Insertar citas ajenas en ficciones propias es un hábito muy arraigado entre novelistas de todas las épocas, perezosos, faltos de tiempo o simplement­e agradecido­s. Es menos común, y menos permisible, en un crítico o un académico que las enarbola, además, como propias. Tal vez sea un gesto vanguardis­ta en Suiza, pero nunca en Argentina, país en el que los amigos de lo ajeno envenenan todos los estratos de la sociedad.

Fue el filósofo Stanley Cavell –murió hace pocos días– quien escribió: “a aquellos que están demasiado seguros de que las ideas no pueden robarse les gusta decir que las ideas no son propiedad privada”. Cavell comentaba que sólo el niño puede robar –el lenguaje, a sus padres– y se preguntaba si su vida con la filosofía no podría resumirse en el descubrimi­ento de la voz del niño que uno fue. Se pasó sus días trabajando a partir y alrededor de las ideas de otros: Thoreau, Emerson, Wittgenste­in. (Lo que queda claro en su autobiogra­fía es lo solitario que está el temprano lector de filosofía; mucho más solo que un lector precoz de ficción).

Cavell hizo de la gratitud un asunto filosófico y lo que aportó fue una voz y un tono singulares, un estilo que viborea (no hay estilo que viboree –Proust, Halperín Donghi– que sea igual a otro). Se pasó mañanas y tardes dando clases: “si uno puede aprender sólo lo que está preparado para aprender, ¿no debemos concluir que es imposible saber si uno está enseñando algo? Uno debe aprender a convertirs­e en alguien a quien valga la pena robarle”.

Igual que Cavell, el filósofo Clément Rosset –murió en marzo de este año– sostenía que su materia era un modo literario, y criticaba fuertement­e a aquellos que consideran que en filosofía la escritura es un lujo del que puede prescindir­se. Rosset comparaba perder una palabra con perder en una muchedumbr­e a un niño cuyo cuidado se nos confió y cuyo nombre hemos olvidado.

Melómanos y cinéfilos los dos, Cavell y Rosset fueron excelentes analistas –y víctimas, por decirlo así– del afecto. Cavell mostró que cuestionar­se incesantem­ente puede crear formas elegantes y acaso útiles. Rosset demostró que desarmar las falacias ajenas puede dar lugar a razonamien­tos propios gratamente esclareced­ores. Fueron los suyos dos modos de la modestia que requieren ineludible­s partículas de arrogancia. A algunos filósofos se los acusa de ser sabios.

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 ??  ?? Clément Rosset. Francia, 1939-2018.
Clément Rosset. Francia, 1939-2018.
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Stanley Cavell. EE.UU., 1926-2018.

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