Flora y fauna
En su antigua etimología persa, la palabra persona se vincula con la máscara teatral, phersu. Así, el rostro, la humanidad y uno de los recursos más antiguos de la representación están íntimamente relacionados; a ellos el artista Pierre Huyghe suma una nota sobre los desastres ecológicos, la evolución de las especies y nuestro vínculo con los ancestros primates. En este caso, a través de FukuChan, la funámbula estrella de su obra, un mono esclavo. A partir de un video viral de YouTube, que promocionaba cierto restaurant de Tokio con el número de un mono con una máscara actuando de mesera, el artista francés lo filmó en una casa sucia y abandonada, en un paisaje posapocalíptico. En un loop perfecto y abismado de apenas 20 minutos, condensó milenios de relación ex- plotadora entre el hombre y la naturaleza, elevando incluso la cuestión de género (¡una mesera!) a metáfora de la especie. Untitled (Human Mask) –Sin título, la Máscara humana– se proyectó en “Inminencias”, las Segundas Jornadas de Arte y Estética que, con la dirección de la crítica Graciela Speranza, transcurrieron el viernes y sábado pasados en la Universidad Di Tella.
El video se inicia con un paseo aéreo, grabado con un drone, en la abandonada Fukushima, la ciudad japonesa arrasada por un terremoto con tsunami y un accidente nuclear –todo ello relacionado-. Ese paisaje se convierte en postal ominosa de lo que podría ocurrirle al planeta bajo el Antropoceno, la presente era geológica en que el hombre se ha convertido en el principal factor de cambio y destrucción ambiental. Con la gigantografía decorativa de un bosque en la pared y ante un gato doméstico, el mismo Fuku-Chan que divertía a los clientes repartiendo los cubiertos vaga aquí de un cuarto a otro con su máscara y su peluquita. Este esclavo no se revela: los dedos prénsiles, demasiado humanos, pueden aislar un solo pelo de la peluca y escrutarlo a contraluz, y sus pies tamborilean rítmicamente como si tarareara. Presa del tedio y la inadecuación de los animales explotados para un auditorio insensible, fatalmente vuelve a abrir una heladera y a servir comida. Ejercicio disciplinario, su baile giróvago es repetido aunque el amo no esté a la vista: el gato real se desinteresa muy pronto, mientras el gatito chino de la suerte parece ahora un adorno fosilizado en una era anterior. Solo progresa la corrupción en un bolsa abandonada con alimentos, en la vajilla sucia, en el goteo de un agua que presuponemos corrupta. La obra de Huyghe es de gran intensidad lírica y tiene un doble predicado. Obliga al espectador a ponerse en el lugar del animal en el momento en que este –en su eslabón más próximo, el animal semejante– actúa como persona. Al mismo tiempo, Fuku-Chan invierte el género teatral reservado a los no-humanos. Más allá de los campos de trabajo, en los que fueron empleados como mano de obra o prótesis de fuerza bruta, los animales han sido actores cómicos, fenómenos de circo en el espejo de la sátira, mientras la tragedia se reservaba a las personas. En la obra de Huyghe el mono personifica la tragedia con una máscara neutra, que no llora ni ríe.
Parisino y nacido en 1962, Huyghe lleva trabajando en montajes de distintos soportes desde los años 90. Ganó el Nasher Prize en 2017 y el premio Kurt Schwitters en 2015. Entre sus constantes están las intervenciones para deshabituar la percepción en las instituciones del arte. En una de ellas, Para documenta 13, en 2012, creó Untilled, un jardín que incluía un desnudo femenino clásico con una cabezota de panal (y miles de zumbantes abejas), una enramada perteneciente al lote de robles plantados allí mismo por Joseph Beuys en 1982, más un galgo blanco y famélico que deambulaba –¿un crítico fantasma, un testigo?– con una pata pintada de rosa.