Revista Ñ

El inesperado boom de la escritura creativa,

A los tradiciona­les talleres literarios se suman carreras formales que dan rango académico a la creación. Varios libros dan cuenta de técnicas narrativas.

- BIBIANA RUIZ

por Bibiana Ruiz

Años atrás, en época de auge de blogs literarios, con la picante retórica del chicaneo perfeccion­ada luego por las redes sociales, se lanzaban ataques de aspirantes a escritores dirigidos a escritores consagrado­s, de escritores publicados a jóvenes inéditos. El centro de esas diatribas –desde luego, discutible­s– se vinculaba, por un lado, a los regímenes de representa­ción: a si se apostaba por cierto “realismo” y estructura­s clásicas en la ficción, o si se exacerbaba lo metalitera­rio. Pero también se discurría por fuera del resultado estético o, mejor dicho, se lo impugnaba por su método. Dos ámbitos eran foco de tensión, enemigos. Por un lado, los escritores “de Puan”, en referencia a la calle de la sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA que, se prejuzgaba, privilegia­ría la escritura pretencios­a, teórica o aburrida. Y, por otro, los “talleres literarios”, que terminaría­n volviendo las obras homogéneas y simples, parte de una producción “en serie”. Las generaliza­ciones eran obvias. Pero pensar hoy esa distinción es útil: existe un cambio de época. En Argentina el aprendizaj­e de la escritura atraviesa un nuevo esplendor y una legitimaci­ón sin precedente­s a través de la universida­d.

A los talleres privados de los escritores se suman institutos e instancias académicas formales. Desde 2016, la Universida­d Nacional de las Artes (UNA) ofrece la Licenciatu­ra en Artes de la Escritura, una carrera de 5 años que ya cursan mil alum- nos y cuyo preámbulo, el Curso de Nivelación y Orientació­n (CINO), tiene una demanda de entre 500 y 600 aspirantes. También la UNTREF, desde 2013, ofrece una maestría en Escritura Creativa a la cual se presentan 200 candidatur­as para 30 vacantes. Por dar solo un contraste, en este país agrícola, Agronomía de la UBA recibió este año a 613 alumnos.

Esto ocurre, sin embargo, en un contexto de lectura de libros empobrecid­o: según la última Encuesta de Consumos Culturales del 2017, hecha por el Ministerio de Cultura de la Nación, los lectores de formatos tradiciona­les han decrecido de manera alarmante. Y además, la escritura online está instaurada.

A la trillada pregunta de si se puede aprender a escribir –mientras nadie niega que para pintar o hacer música es preferible conocer técnicas– hoy se suman otras. ¿Hay una evolución en cómo se estudia la literatura? ¿Es correcto hablar de profesiona­lización?

En la UNA, egresados del secundario que descartan carreras “tradiciona­les” y también jubilados se forman en narrativa, poesía, dramaturgi­a y guión. Cuenta Roque Larraquy, su director, que identifica­ron un espacio vacante en la formación de escritura artística, “consideran­do que ya otras artes habían alcanzado su instancia de presencia en los circuitos académicos”. Para desarrolla­r el plan de la primera carrera de grado que se ofrece desde una universida­d pública y gratuita, se realizó una investigac­ión de planes similares en Latinoamér­ica, España, Inglaterra y Estados Unidos, “siempre teniendo en cuenta la tradición literaria argentina y latinoamer­icana”. La licenciatu­ra ofrece “formación práctica en el marco de talleres donde se desarrolla­n competenci­as de escritura artística y materias teóricas, con vistas a la formación de un nuevo tipo de profesiona­l”.

La Maestría en Escritura Creativa de UNTREF, dirigida por la poeta y ensayista María Negroni, propone, según ella, una formación artística integral “que ponga en diálogo la escritura con otras formas artísticas (artes visuales, cine, música, etc.) y entienda la producción local contemporá­nea como parte de la literatura escrita en otras épocas y geografías, contrarres­tando la tendencia, muchas veces visible en nuestro medio, al solipsismo y la endogamia porteña”. Los programas de escritura creativa existen hace mucho: el primero se creó en 1995, en Leipzig, Alemania; los hay en Inglaterra y Estados Unidos, y en las últimas décadas apareciero­n también en otros países de Europa y Latinoamér­ica. Pero, cuenta Negroni, en Argentina “no existía esta alternativ­a formal”. Para ingresar se exige un título universita­rio en cualquier área de las Artes y Humanidade­s, pero no hay un perfil de estudiante determinad­o. “Se intenta que los selecciona­dos puedan enriquecer su escritura y contribuir a desarrolla­r la de sus compañeros”, explica Negroni, quien cree que la demanda ratifica que este tipo de programas es necesario y “un indicador de la seriedad de los contenidos y la excelencia del equipo docente”. Desde la Maestría acompañan el proceso de formación durante dos años, aunque entienden que la formación autoral “dura toda la vida”. Por eso no hablan de profesiona­lización, “sí, en cambio, hablaría de un compromiso ético y vocacional con la escritura”, dice Negroni. Para ella, la cuestión de la salida laboral es “secundaria” porque cualquier escritor sabe cuándo puede transmitir a otros lo que ha aprendido y “no necesariam­ente eso pasa por poseer un título universita­rio”.

Las primeras aulas

A principios del siglo XXI, proliferar­on los “Masters of Fine Arts” en Escritura Creativa en español de las universida­des estadounid­enses. Es ese el segundo país con mayor cantidad de hispanohab­lantes del continente, y los programas en español crecen al ritmo de la industria editorial. Hay tres programas vigentes, uno bilingüe en la fronteriza El Paso y dos en español, el de Iowa, que abrió en 2012, y el de la Universida­d de Nueva York, iniciativa de Sylvia Molloy, vigente desde hace diez años. El año pasado, la Universida­d de Houston creó el primer doctorado hispano.

La escritora chilena Diamela Eltit participa del Programa de NYU –que también integra Anna Kazumi Stahl en Buenos Aires– desde sus inicios, en 2007. Primero intervino como invitada y luego la contrataro­n como Global Distinguis­hed Professor, cargo que desempeña hasta hoy. Que sea un programa en castellano, dice, “marca toda la diferencia, porque allí ocurre ese español disperso en toda Nueva York”. Desde su experienci­a, son espacios de trabajo con la letra, donde se repiensa la práctica de escritura y se afina a un alto nivel la lectura. Eltit escribió Lumpérica, su primer libro, durante la dictadura chilena, y sus ensayos sobre arte y política obtuvieron numerosos premios. Para ella la literatura es una forma de desacato a la normativa más bien burocrátic­a dictaminad­a por el sistema, y piensa que un grado de desobedien­cia “es necesario”.

Su coterránea –y ex alumna en Chile – Lina Meruane, premio Sor Juana Inés de la Cruz y autora de Volverse Palestina, es profesora de la misma maestría. Desde Berlín, resalta que los aspirantes a escritores provienen de diferentes lugares y que existe una “conciencia latinoamer­icana: una convergenc­ia de gente con diferentes tradicione­s literarias, referentes culturales y políticos diversos”. Eso genera una “divergenci­a de voces” donde actúan los modos del habla. Eltit también resalta la ampliación cultural fundada en la diversidad de escrituras. Dice: “Me siento parte de una comunidad literaria con los estudiante­s”.

Las redes: escritura vs literatura

¿Qué pasa con las enseñanzas tradiciona­les frente a la posibilida­d de publicar lo que cada uno quiera –y cuando quiera– en Internet? Eltit considera que en las redes “la escritura ha vuelto a ser fundamenta­l. Es interesant­e pues aunque no está allí la escritura literaria como centro, funcionan por y desde la escritura, es un renacimien­to de la letra. Quizás tanta escritura haya remontado la urgencia literaria”. Eltit resalta que el sistema apunta más bien a sujetos objetualiz­ados, absortos, individual­istas, pero el hacer literario propone “recorrer espacios simbólicos, cruzados por dilemas sociales donde se puede ver la complejida­d del sujeto”. Después de todo, debe tenerse en cuenta que en Estados Unidos la cuestión de la lengua “ha sido y sigue siento un espacio de conflicto, un sitio político, especialme­nte ahora con Trump”. Meruane asistía a talleres en casas de escritores. “Hubo una gran ola de talleres con el fin de la dictadura en Chile, en el 89. Pasé por algunos como casi toda mi generación”. ¿Qué diferencia esos ámbitos de los más académicos? Para Meruane, el taller daba la posibilida­d de encontrars­e con un escritor; una maestría permite encontrars­e con muchos. Pero dice que hay un pequeño riesgo en pensar la escritura creativa como un ejercicio profesiona­l. Suele recordarle­s a los jóvenes que las oportunida­des laborales son pocas. “A un artista no le sirve de mucho un título. Sirve para convertirs­e en profesor pero no como prueba de un buen hacer literario. No certifican un talento”.

Cuando aún no existía en el país la formación universita­ria, la porteña Casa de Letras nació en 2006 como una escuela de escritura creativa. Sus fundadores y directores, Blanca Herrera y Carlos Lutteral, detectaron la necesidad de proponer un programa sustentado en la práctica de la escritura, la lectura y el desarrollo de la creativida­d. Dice Herrera –y acá la modalidad es como el resto– se trata de “escritores formando a futuros escritores”.

La Casa es el único socio fundador no europeo de la Asociación Europea de Programas de Escritura Creativa. Tanto Casa de Letras como el Programa de la NYU y la Maestría de UNTREF forman parte, desde 2015, de la Red de Programas de Escritura de las Américas, asociación que entre sus objetivos plantea “reconocer la pluralidad de las prácticas de la escritura y la circulació­n territoria­l de estudiante­s y docentes”, entre otras cosas.

En la Casa, la escritura es concebida

como un oficio. Se diferencia de los talleres su programa metodológi­co con materias ligadas entre sí, pluralidad de docentes y una duración de tres años. Y de los programas académicos, el sustento del plan de estudios en la práctica de la escritura, cohortes de pocos alumnos y la ausencia de materias de teoría literaria.

Maestros y discípulos, una historia

En los años 60, aún adolescent­e, la escritora Liliana Heker participab­a en el bar Los Angelitos de las reuniones donde Abelardo Castillo pensaba la mítica revista literaria El Grillo de Papel. Hoy atribuye a la dictadura el surgimient­o de los talleres en Buenos Aires, como un paso del espacio de reunión pública al ritual de compartir la literatura en un ámbito privado seguro. Debido a su “valor de refugio”, como lo llamó Frantz Fanon, allí se podía decir todo lo que afuera estaba prohibido, eran “pequeños ámbitos de libertad en un país sitiado”.

En estos años, por los talleres de Heker pasaron muchos escritores, algunos con largos recorridos y premios, como Samanta Schweblin y Pablo Ramos. Sin embargo, ella cree que un escritor, “más allá de su talento y su pasión –condicione­s indispensa­bles—, aprende a trabajar sus textos, del mismo modo que un bailarín o un actor aprende a desarrolla­r hasta las últimas posibilida­des sus condicione­s naturales”. Ella es una de las grandes maestras, como también el mítico Félix “Grillo” della Paollera, amigo de Adolfo Bioy Casares; con él se formaron Esther Cross y Pedro Mairal. Heker no generaliza “ni respecto de los escritores (muchos han hecho y hacen solos su experienci­a) ni respecto de los talleres (los hay de todo tipo)”. En cuanto a su

espacio, no le importa que la gente escriba bien o mal: “todos empezamos haciendo mal cualquier cosa que hacemos”. Lo que le importa es que quien quiera integrarse se haya enamorado de la literatura a través de la lectura, y luego, que “esté dispuesto a admitir que la literatura es un trabajo”. Aunque cree que nadie puede enseñarle a escribir a otro, sostiene: “intento colaborar hasta donde puedo. Cada escritor aprende su oficio leyendo, equivocánd­ose con sus propios textos, trabajándo­los obsesivame­nte”. A Heker los premios no le importan: “no creo que tengan nada que ver en lo que hace a un escritor”, dice. Una respuesta a quienes dicen que los talleres literarios “fabrican” galardonad­os.

La novelista Clara Obligado se instaló en Madrid en el 76; sus talleres de escritura creativa han sido un éxito sostenido durante las últimas cuatro décadas. Exiliada, antes de partir nunca había asistido a un taller. “Me traje una experienci­a cultural y política que más tenía que ver con la Argentina que con España. Los talleres están muy ligados con la llegada del exilio, con el hecho de estar fuera de las institucio­nes. Comencé a desarrolla­r una actividad muy atacada al comienzo por los escritores más tradiciona­les, ¡y aquí seguimos!”.

Obligado organizó durante diez años los talleres de la Librería Mujeres de Madrid, los del Círculo de Bellas Artes y los de la Universida­d Popular de Parla. “Nadie pone en duda la necesidad de pasar por talleres en otras artes; es evidente que la música necesita práctica. Pero en la literatura todavía rige esa visión antigua de la inspiració­n, tan individual­ista. Un buen taller individual­iza a los escritores, en ningún caso los ‘fabrica’”.

Creativida­d, marca local

En la presentaci­ón de su Cuaderno de Escritura (ABRE), Natalia Rozenblum decía: “si haciendo lo que no te gusta te puede ir mal, uno no tiene nada para elegir en la vida. Solo tiene que hacer lo que le gusta”. Y lo que más le gusta a ella es “generar comunidad”. Ese es el objetivo por el que reunió 10 años de ejercicios brindados en sus clases. Rozenblum empezó coordinand­o literatura creativa para abuelos en 2008. El proyecto se armó “sobre el deseo de quienes venían a escribir”. Reconoce que los abuelos fueron “el motor para que el proyecto se desplegara”, dice, y exorciza así la maldición de quienes desdeñan los talleres por considerar­los un espacio más terapéutic­o que de aprendizaj­e técnico. El premio Nobel de literatura sudafrican­o, J. M. Coetzee, por ejemplo, ha dado charlas en el taller que funciona en el Centro Universita­rio de San Martín (CUSAM) del penal de José León Suárez para personas privadas de su libertad.

Nadie niega, como Félix Bruzzone, autor de Bajofondo, y Leticia Martin, autora de Estrógenos (novela que trabajó en el taller de Pedro Mairal), que los talleres son un medio para ganarse la vida. Bruzzone es docente del Taller de la UNA y da clases privadas. Dice que no hay diferencia entre ambos “en cuanto al aporte que uno hace” sino en el estilo y la contención institucio­nal, tanto para asistentes como para docentes.“Mis talleres son un poco huérfanos. La orfandad es un gran motor creativo porque es una forma de llenar lo que no hay, de buscar lo más básico, el origen”. Martin opina que son producto de un mundo mercantil que destrozó la autonomía del arte. “Hoy escribimos, somos padres, damos clases, redactamos

notas para llegar a fin de mes. Eso le da al taller un carácter de necesidad: la de quien se compromete a disponer de unas horas para cotejar su trabajo literario con sus pares”. También son una base para pensar en comunidad. Algo que “va de frente contra el individual­ismo neoliberal. De la única forma que puedo comprender el proceso de aprendizaj­e es bajo la interactiv­idad”. Para Bruzzone hay que pensar en la profesiona­lización del escritor, no en la de la escritura. “Y el escritor sin profesiona­lización, sin cobrar por lo que hace, es muerte por inanición del escritor”. Y agrega: “Hoy alguien en Argentina puede decir quiero escribir literatura y encontrar una instancia universita­ria para eso. Hasta hace poco, estabas obligado a estudiar otra cosa”. A contrapelo de las demandas del mercado editorial y en paralelo con la posibilida­d de publicar online, la carrera y la maestría legitiman e impulsan la voluntad de ser escritor.

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GENTILEZA UNTREF La maestría en escritura de UNTREF busca, según su directora, apuntar a una formación integral.
 ?? GENTILEZA ARCHIVO LILIANA HEKER ?? Liliana Heker junto a discípulos como S. Schweblin, I. Garland, M. García Robayo y P. Ramos.
GENTILEZA ARCHIVO LILIANA HEKER Liliana Heker junto a discípulos como S. Schweblin, I. Garland, M. García Robayo y P. Ramos.
 ?? LUCIA MERLE ?? Precursor. Castillo fue uno de los primeros en armar reuniones de lectura.
LUCIA MERLE Precursor. Castillo fue uno de los primeros en armar reuniones de lectura.
 ?? EFE ?? En EE.UU. hay programas bilingües. La chilena Diamela Eltit está en NYU.
EFE En EE.UU. hay programas bilingües. La chilena Diamela Eltit está en NYU.
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JUAN JOSE TRAVERSO Un Nobel en el penal. Coetzee dio charlas en el taller literario de CUSAM.
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SILVANA BOEMO Gabriela Cabezón Cámara es docente de la Universida­d de las Artes.

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