Revista Ñ

La técnica se aprende, la sensibilid­ad, no,

- DIEGO PASZKOWSKI

por Diego Paszkowski

Luego de haber abandonado en forma temprana la carrera de Sociología en la UBA, a mis veintitrés años comencé a dictar talleres literarios en el Centro Cultural San Martín, cuando su director era César Isella. Trabajé varios años allí, y más tarde, ya con el Centro Cultural a cargo de Lucía Gálvez, llegué a coordinar el área de Narrativa. Poco después, hace de esto unos veinte años, y gracias a la generosida­d de Daniel Molina, me pasé al Centro Cultural Ricardo Rojas, lugar donde, aún al día de hoy, coordino el Taller de Escritura para Jóvenes (hasta 40 años).

Mientras tanto, trabajaba como periodista en lugares que iban, por así decirlo, de mayor a menor –de Clarín a la agencia DyN, de la agencia DyN a la revista Utilísima, y de ahí a la revista Decorando Tortas de Marta Ballina–, y lo cierto es que no tenía una verdadera vocación para esa tarea: lo que más me gustaba del periodismo no tenía que ver ni con las fuentes, ni con la realidad, ni con la objetivida­d, ni con nada de lo que suele requerir esa profesión, sino con la palabra, la creativida­d y, a fin de cuentas, con la ficción. De modo que, con mi carrera periodísti­ca en franco descenso, decidí abandonarl­a y dedicarme sólo a los talleres, al tiempo que comenzaba a escribir mi primera novela. Tuve suerte: Tesis sobre un homicidio ganó el primer premio del Diario La Na- ción, fue editada por Sudamerica­na y traducida a varios idiomas. Los talleres, por fortuna, también prosperaba­n, y aún más cuando uno de mis mejores alumnos, el joven Pablo Toledo, que para mí era como un hijo, obtuvo en el año 2000 el Premio Clarín de Novela con Se esconde tras los ojos mientras yo, con mi novela El otro Gómez, quedaba como primer finalista. De inmediato, una catarata de alumnos se derramó sobre mis talleres, y yo los aceptaba a todos, al punto de llegar a atender en mi casa, cada día, de lunes a sábados, dos grupos de ocho personas cada uno. Una locura. Después de haber sufrido, como consecuenc­ia, una suerte de pico de estrés, reduje los talleres a su mínima expresión, tanto que ahora, a mis cincuenta y dos años, sólo recibo un grupo por día, de lunes a viernes. Muchos escritores jóvenes, hoy conocidos, pasaron durante años por mis talleres, y sus primeros libros, los que trabajamos allí, pueden verse en la página paszkowski.com.ar. A veces, en ciertos reportajes, algunos periodista­s se atreven a formular la siguiente pregunta: ¿Se puede aprender a escribir? Y yo les respondo: ¿cómo no se va a poder? Si se puede aprender matemática­s, o neurocienc­ia; si alguien que quiere pintar va a la casa de un maestro que le enseñe, ¿cómo no se va a poder aprender a escribir bien? Si yo aprendí fue porque mis maestros no tuvieron reparos en tachar todas las frases que en mi prosa fallaban, y reemplazar­las por otras excelentes.

La técnica se aprende, y es lo que yo, en todos estos años, supe y sé enseñar, cada vez mejor. Lo que distingue a alguien que escribe bien de un gran escritor no es su forma de escribir, sino su forma de mirar: cómo puede encontrar en las cosas, en la realidad, algo que otros no llegan a ver. Pero eso no puedo enseñarlo, tiene que ver con las vivencias, con las situacione­s, con la sensibilid­ad de cada uno. La técnica se aprende, y puedo transmitir­la sin problemas. La sensibilid­ad es otra cosa, y depende de cada quien.

Más allá de mis libros publicados, cuatro para adultos y tres para niños, creo que mi verdadera destreza consiste en hallar los errores. Por eso me gusta decir que tengo más habilidad para encontrar los fallos ajenos que disposició­n a exponer los propios, y que por lo tanto coordino varios talleres literarios pero tengo muy pocos libros editados. En los formulario­s a llenar en los vuelos, o en los de los hoteles, en la categoría “Profesión” nunca pongo “Escritor” sino “Docente”.

 ?? NESTOR SIEIRA ?? Del centro cultural al living. Paszkowski, hace años, en su multitudin­ario taller del Rojas.
NESTOR SIEIRA Del centro cultural al living. Paszkowski, hace años, en su multitudin­ario taller del Rojas.

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