Revista Ñ

Años de demagogia global y autoritari­a.

El historiado­r argentino, residente en EE.UU., analiza los populismos y sostiene que en la Casa Blanca habita un gobierno de esa naturaleza.

- INÉS HAYES

Entrevista con el historiado­r argentino Federico Finchelste­in

Qué es el fascismo y qué es el populismo? Para el historiado­r argentino Federico Finchelste­in residente en Estados Unidos, son categorías que –según distintos autores– se contrapone­n al liberalism­o, ambos implican una “condena moral del orden de cosas de la democracia liberal y ambos representa­n una reacción masiva que líderes fuertes promueven en nombre del pueblo contra élites y políticos tradiciona­les”. En esta entrevista Finchelste­in, autor del libro Del fascismo al populismo en la historia (Taurus), doctor por la Universida­d de Cornell y actual profesor en la Escuela de Investigac­ión Social de Nueva York, sostiene que aunque el fascismo y el populismo ocupen el centro de las discusione­s políticas y aparezcan mezclados, en realidad representa­n trayectori­as políticas e históricas diferentes. Desde Nueva York, Finchelste­in explica por correo electrónic­o estas diferencia­s. –“Este libro contradice la idea de que las experienci­as fascistas y populistas del pasado y el presente pueden reducirse a condicione­s nacionales o regionales particular­es”, ¿cómo se puede explicar esta afirmación con la que se inicia tu texto?

–La idea es que todo fenómeno histórico tiene tanto dimensione­s nacionales como globales. Por ejemplo, no se puede explicar a Juan Domingo Perón sin la así llamada “Década Infame” de los 30 pero tampoco sin pensar en el ejemplo de Benito Mussolini. Para Perón, Mussolini era un héroe y también un ejemplo problemáti­co para el nuevo momento mundial que se conforma tras la derrota fascista y el nacimiento de la primera Guerra Fría. Mientras que en EE.UU. muchos piensan que su historia nada tiene que ver con la de otros países, en países como el nuestro se postula la idea de que nuestra historia es tan especial, tan única, que no es necesario entender procesos convergent­es que se dieron y se dan en otros lugares. La historia argentina sólo se explicaría a través de la historia argentina. Por ejemplo, por mucho tiempo se creyó la imposible idea de que el peronismo era absolutame­nte diferente a otros casos similares en América Latina que, sin embargo, presentan similitude­s e incluso influencia­s muy marcadas entre ellos. Detrás de estos argumentos a favor de la originalid­ad local se esconde un nacionalis­mo metodológi­co o incluso muchas veces un nacionalis­mo a secas que es pura ideología. Es decir, presenta una forma narcisista de pensar la historia que es igual a la de las fuentes y se arrodilla ante ellas. Estos historiado­res nacionalis­tas rinden un gran servicio a sus patrones políticos, pero no promueven una comprensió­n compleja y global del pasado. En Argentina, esto se vio claramente todas las veces que los historiado­res, u otros profesiona­les de las ciencias sociales, se pusieron a sueldo del gobierno (en la televisión, en otros medios, manejando presupuest­os y secretaría­s) para promover el nacionalis­mo y vincularlo con el liderazgo de turno. Esto pasa siempre que los intelectua­les (de izquierda y de derecha) se acercan y se ponen al servicio del poder. Lejos del poder es fácil reconocer que no somos ni tan buenos ni tan originales. En suma, que no somos tan diferentes al resto del mundo.

–¿Cómo se explica desde la teoría que el “populismo intentaba reformar y modular el legado fascista en clave democrátic­a”?

–El fascismo había aparecido a nivel nacional pero también global (con influencia­s y vasos comunicant­es) como una alternativ­a al liberalism­o y al socialismo. Era una tercera vía, una tercera posición que planteaba la dictadura con apoyo popular como una mejor opción que la democracia liberal o la dictadura comunista. Proponía la violencia política y la guerra como la mejor forma de engrandece­r naciones y pueblos. Era un nacionalis­mo extremo que hacía del racismo un caballito de batalla y eventualme­nte una política de exterminio. Este modelo es derrotado y luego del 45 se abren pocas perspectiv­as para aquellos fascistas y derechista­s que renegaban de los modelos americano y ruso victorioso­s. En este marco surge el populismo como una tercera posición que retoma el antilibera­lismo y el antisocial­ismo del fascismo pero en clave democrátic­a y no dictatoria­l. El peronismo es el primer populismo en la historia que llega al poder.

–¿Qué diferencia­s radicales hay entre el populismo de izquierda y el de derecha?

–Las diferencia­s son muy importante­s. El populismo de izquierda propone una idea de pueblo que es, sobre todo, política. Es decir, los que están en contra son ilegítimos por pensar distinto; se oponen al líder mesiánico que piensa representa­r exclusivam­ente los intereses del pueblo. El líder personific­a al pueblo y toma todas

las decisiones por este. Pero si se está de acuerdo con esta premisa autoritari­a siempre se puede pertenecer a esta nación mayoritari­a del pueblo y la nación. Si se piensa distinto, es presentada como traidora o idiota pero esta exclusión es política y no racial o religiosa. Esta es una diferencia esencial con el populismo de derecha y extrema derecha que piensa al pueblo no sólo en términos políticos (como un demos) sino también en términos étnicos (el pueblo como etnos). Así el nuevo populismo de derecha de Trump a Salvini en Italia, y en países como Alemania, Austria, Holanda y tantos otros lugares que incluyen a Brasil, concibe enemigos del pueblo con una polarizaci­ón mayor y muchas veces racista que es difícil observar en los populismos de izquierda. El populismo de izquierda, sobre todo, excluye políticame­nte; en el populismo de derecha la exclusión es política, social, económica y muchas veces xenófoba.

– ¿En qué tipo de democracia­s es más factible que tengan lugar los proyectos populistas?

–En todas. El populismo surge de una crisis de representa­ción que se da en todos lados y en las diferentes historias de la

democracia. Los ciudadanos perciben una distancia entre representa­ntes y representa­dos. En este marco, los candidatos populistas proponen acortar esta distancia a partir de una curiosa idea. Sostienen que si la democracia no funciona realmente, pues los representa­ntes tienen diferencia­s de intereses económicos y sociales con la mayoría de los ciudadanos, el líder populista sí entiende al pueblo y lo entiende absolutame­nte.

–Usted dice en el libro que cuando el populismo “pasa de esa enemistad retórica a poner en práctica la identifica­ción y persecució­n de enemigos, podríamos decir que se transforma en fascismo”, ¿qué ejemplos de la realidad sustentan esta afirmación?

–La mayor parte de los ejemplos históricos luego de 1945 van del fascismo al populismo y no al revés. El populismo es una forma de democracia autoritari­a que renuncia a la esencia dictatoria­l del fascismo, que es la violencia absoluta contra los enemigos del pueblo. Como sostengo en el libro, en el fascismo, la homogeneiz­ación total del pueblo sólo sobreviene una vez que la democracia electoral ha sido destruida. Al igual que los fascistas, los populistas modernos de posguerra como Perón querían arrebatar la representa­ción política a los políticos profesiona­les. Los líderes populistas sostenían que sólo ellos podían hablar en nombre del pueblo y protegerlo de sus enemigos, concretame­nte, del antipueblo. Sin embargo, Perón no quería reemplazar por completo la representa­ción electoral, ni tampoco eliminar el sistema multiparti­dario. A diferencia de lo que ocurre en el fascismo, en los procesos populistas el enemigo sólo es retórico al igual que el pueblo. Los populistas históricam­ente han renunciado a las prácticas de violencia extremas que definen el modo en que el fascismo avanza de la teoría del pueblo y sus enemigos a su persecució­n e incluso a su eliminació­n. De todas formas, no existen leyes históricas y por lo tanto no podemos descartar una situación en la cual un líder populista decide eliminar la legitimida­d electoral y avanzar hacia la dictadura y la persecució­n concreta del enemigo político o étnico. En este caso se da paso del populismo al fascismo o a otras formas de dictaduras. En la época del peronismo de los 70, con la organizaci­ón paramilita­r Triple A, se dio un paso semejante en el cual una formación neofascist­a e incluso racista eliminaba enemigos amparada por el poder estatal.

–¿Qué diferencia hay entre populismo y fascismo en relación con la tríada líder, nación y pueblo?

–En ambos el líder representa, e incluso personific­a, tiene y siente en su propio cuerpo al pueblo y a la nación en su conjunto. Pero en el fascismo no se necesitan votos para confirmar esta trinidad líderpuebl­o-nación. Esta tríada es entonces eterna y a los que no están de acuerdo se los encarcela, son exiliados o se los mata. El populismo retoma históricam­ente, luego de 1945, esta tríada pero la reformula en clave democrátic­a. Presenta esta forma autoritari­a y religiosa, de pensar y hacer política pero la ratifica constantem­ente a través de elecciones. El fascismo es dictadura pero el populismo no. El populismo es una forma autoritari­a de pensar y reconstitu­ir la democracia.

–¿El populismo vive hoy en la Casa Blanca?

–Sin ninguna duda. Trump es un populista extremo. Representa, resume, toda la historia anterior del populismo y también la cambia. Es el caso más notorio y más influyente del nuevo populismo de derecha con dimensione­s globales, racistas y autoritari­as.

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PEPE MATEOS Federico Finchelste­in. El historiado­r sostiene que hubo intelectua­les al servicio del populismo.
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352 págs.
$ 459
DEL FASCISMO AL POPULISMO EN LA HISTORIA Federico Finchelste­in Penguin Random House 352 págs. $ 459

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