Los límites cada vez más difusos de la fotografía.
La mirada de un fotógrafo argentino sobre el riquísimo universo visual que abre un festival con 90 exposiciones y 530 artistas.
Sobre PhotoEspaña 2018
No soy periodista cultural ni crítico de arte, tampoco especialista en imágenes. Erróneamente Wikipedia me declara arquitecto (para indignación de mi esposa e hija que sí lo son). Fotógrafo autodidacta, aún no he incursionado en el mundo digital, y sigo apegado de forma compulsiva a mis Leica, a la película Kodak tri X y al papel Ilford. No estoy en ninguna red social pese a trabajar en medios. Desde hace un tiempo me atrevo un poco con las palabras, cuento cosas que me pasaron o que vi, hablo un poco de fotografía. Mis gustos son limitados pero trato de no ser sectario. Si algo no me agrada o no lo entiendo, me callo. Los artistas me consideran un reportero y los reporteros, un artista. Estoy en una campaña –quizá totalmente inútil– de aplicarle a la fotografía la regla bastante sabia que se usa en literatura, de dividir la forma de encararla como ficción o no ficción.
Anduve por Madrid hace un par de semanas, invitado a PhotoEspaña. En tres días visité más de veinte exposiciones. La idea de los organizadores del festival más convocante del mundo es abrirse a nuevas expresiones. Parece que ya no alcanza con un soporte fijo y plano: el video, la instalación y hasta la pintura forman parte de este universo al que podríamos llamar visual. Así lo demandan internet y la era digital en la que todos nos hemos convertido en creadores de imágenes. Tampoco alcanzan ahora los tradicionales lugares para exponer. Espacios híbridos llaman a los nuevos lugares de exhibición: pueden ser tiendas de ropa, antiguos depósitos, lugares públicos y al aire libre. Lo importante es llegar a mucha gente. Masividad con calidad.
Este año el premio a la trayectoria se lo han dado al camerunés Samuel Fosso que, huyendo de los estereotipos sobre creadores africanos, construye una obra extraña en base a autorretratos. Con maquillaje y ropa adecuada, pasa de ser Angela Davis a Cassius Clay, Martin Luther King, Heile Selassie o Mao. Para su última obra se convirtió en el primer Papa Negro. Si un argentino lo logró, por qué no uno de nosotros, dice riendo.
Siguiendo cierto espíritu festivo, una de las grandes muestras se llama Players. En ella, Martin Parr y Cristina de Middel rastrean los archivos de la agencia Magnun, buscando diversión y alegría de vivir en este mundo. Liderados por Elliot Erwitt, 43 miembros de la agencia –Richard Kalvar, Alex Weeb, Bruno Barbey, Susan Meiselas y la argentina Alessandra Sanguinetti por nombrar algunos–, representantes de todas las épocas de la mítica cooperativa, logran que el público salga de Fundación Telefónica después de ver la muestra con una sonrisa que dura horas.
Al menos, hasta llegar al círculo de Bellas Artes. El Siglo Soviético –que se expone allí– es sin duda un plato fuerte. Se muestran cientos de imágenes de la URSS desde 1917 hasta fines de los años sesenta –pertenecientes a la colección Lafuente– que abordan la Revolución Rusa bajo la mirada de grandes figuras como Rodchenko o Khaldei, junto a otros nada conocidos en Occidente pero de una maestría desgarradora. Vanguardia artística devenida a veces en mera propaganda, conserva sin embargo frescura y unidad a lo largo de las décadas. Si para muchos Vida y Destino de Vasili Grossman es la gran novela del siglo XX, esta exposición es su correlato visual.
Cecil Beaton es una figura clave en la cultura inglesa, su personaje en la exitosa serie The Crown lo muestra como alguien sumamente frívolo y conservador, pero los retratos de estrellas de la cultura y el espectáculo del siglo XX son cálidos y audaces.
La eslovena Maria Svarbova y su exquista serie Swimming Pool cuelgan en la finísima tienda Delpozo, donde debe competir con vestidos que cuestan hasta 6.000 euros.
Alcobendas es una ciudad dormitorio a media hora de Madrid. Municipio con mucho dinero por albergar barrios de la alta burguesía, tiene un museo ultramoderno y luminoso dedicado a las artes visuales. Aquí conviven una retrospectiva de la gran mexicana Graciela Iturbide y la experimental Never Ending Handbook, del andaluz Juan de Junco, alguien que dice no ser ni fotógrafo ni escritor pero logra ser ambas cosas a la vez.
Es posible que en esta periferia se encuentre el alma del festival, tradición y modernidad. Ficción y no ficción.