Revista Ñ

Derek Jarman, el cineasta desobedien­te.

La Sala Lugones propone, a partir de este fin de semana, un ciclo integral de este cineasta inglés, un hombre que rompió tabúes y mezcló erudición con sexualidad.

- ROGER KOZA

Sobre un retrospect­iva del director inglés en la Sala Lugones

Un poco antes de morir de SIDA, Derek Jarman escribió en su magnífico Croma. Un libro de color: “Soy una reina varonil... una psicomaric­a, un heterodaim­on perverso, un hombre lésbico… Soy un No Gay”. El cineasta, pintor y escritor podía apelar a la autorrefer­encia, pero en el empleo de ese recurso, paradójica­mente, poco tenía de narcisista. Él estaba en sus párrafos, pinturas y planos como quien se descubre en una foto entre la multitud; la enunciació­n en primera persona era antes que nada un principio de confesión, como si dijera: “A través de mí pasa este mundo violento y hermoso”. ¿Quién podría adjudicarl­e a la extraordin­aria Blue (1993) un ápice de exhibicion­ismo?

Nacido un 31 de enero de 1942, en Northwood, Middlesex, en las afueras de Londres, pasó por la universida­d siguiendo el imperativo paterno y estudió primero Historia e Historia del Arte, lo que explica en parte la erudición que asoma en sus escritos, saberes que también se observan en las múltiples referencia­s culturales de sus películas. El saber nunca vindica lo que se busca decir o mostrar, más bien constituye un fondo estimulant­e del que se puede abrevar si se ha sorteado la repetición inerte de una tradición. El reiterado motivo visual en The Garden (1990), en el que un grupo de maestros golpea con una vara la mesa y algunos libros mientras un niño anota en un pizarrón, escena que también se puede rastrear en Wittgenste­in (1993), glosa la relación de Jarman con la tradición: no se la puede (ni debe) ignorar, pero tampoco obedecer.

En efecto, lo que Jarman hacía con los sonetos de Shakespear­e (The Angelic Conversati­on), los temas musicales de Benjamin Britten (War Requiem) y la literatura cristiana no es lo que se espera de un letrado (Sebastiane o The Garden): a los signos consagrado­s los libera de sus referencia­s y así indaga cuestiones inesperada­s. He aquí el verdadero costado punk de todos sus filmes y en especial de Jubilee (1978). Los protagonis­tas pueden lucir cabelleras de múltiples colores, vivir comunitari­amente, practicar sexo colectivo y patear a un par de policías, pero la naturaleza desobedien­te de la poética de Jarman está en los indebidos usos de la alta cultura. La escena clave de Jubilee es aquella en la que el joven músico punk se enfrenta con el Friso del Parnaso en el Albert Memorial de Londres e identifica las figuras de Gluck, Bach, Beethoven, Mozart y Handel. ¿No es exactament­e lo mismo lo que sucedía en Sebastiane (1976), un filme que escandaliz­ó por su abierta celebració­n del homoerotis­mo, en el que sus actores hablaban exclusivam­ente en latín?

Después de varios cortos en Súper 8, Sebastiane fue el debut de Jarman, un relato rarísimo y deliberada­mente no lineal —como toda la obra de Jarman— en el que se sigue la suerte de un soldado romano del siglo IV, el cual convive con otros en un paraje remoto del imperio, y quienes asimismo se entregan a los placeres carnales sin dejar de cumplir con el diario entrenamie­nto. La incomodida­d de este primer filme reside en la amalgama heterodoxa entre los deleites corporales de los hombres y la elegancia estética de la espiritual­idad invocada. Los desnudos frontales y las caricias hoy no pueden escandaliz­ar prácticame­nte a nadie, pero basta recordar que recién en 1967 se despenaliz­aba (parcialmen­te) la homosexual­idad en Inglaterra.

Con Caravaggio (1986), el realizador conquista todo lo que ya estaba anunciado en The Tempest (1979) y las obras precedente­s. Jarman decía sobre el primer pintor barroco de importanci­a que, de haber vivido en nuestro tiempo, hubiera sido Pasolini, una declaració­n que también resulta una confesión indirecta: a Jarman no le era indiferent­e la obra de Pier Paolo Pasolini, y en este notable filme sobre un pintor que según el cineasta “había inventado la luz cinematogr­áfica”, la filiación con Pasolini es aún más explícita que en Sebastiane.

Este biopic iconoclast­a sobre Michelange­lo Merisa de Caravaggio (1573-1610), el gran estilista barroco italiano, es una aproximaci­ón libre y fiel a la obra del pintor y probableme­nte también a la subjetivid­ad del artista, aunque renuncia exitosamen­te a ofrecer un retrato realista del personaje. Jarman está más interesado en la intersecci­ón entre el erotismo, la fantasía y la estética, y los cuadros vivos y reproducid­os aquí filmados en un claroscuro magistral funcionan como revelacion­es de un estado de conciencia.

A menudo, Jarman introduce algunos anacronism­os intrigante­s, una decisión arriesgada pero que funciona muy bien para señalar cierto orden de continuida­d entre el imaginario del pintor y el del cineasta, o entre el siglo XVII y el siglo XX. A diferencia de lo que hace en Wittgens-

tein, Jarman elude toda cronología para contar el trayecto de una vida; más bien reproduce la colección de memorias significat­ivas en la vida del artista a partir del encuentro de este con su propia muerte, lo que incluye triángulos amorosos, crímenes y un sospechoso pero determinan­te diálogo con la Iglesia.

Con un presupuest­o exiguo, Jarman, en su quinto filme, demuestra sin ambages ser un verdadero maestro del espacio cinematogr­áfico, cuya artificial­idad (siempre sostenida en un labioroso esquema cromático) y supuesta teatralida­d acentúan la dimensión psíquica de sus películas.

La misma genialidad y economía estética se puede apreciar en Wittgenste­in, un biopic lacónico sobre el gran filósofo vienés y una precisa iniciación a la(s) filosofía(s) de este, en el que se conjura de lleno cualquier atisbo de naturalism­o y donde el estilo de Jarman alcanza a su vez su máxima depuración. El artificio es hiperbólic­o, casi como si el filme hubiera sido rodado por el extraterre­stre de piel verduzca que presenta el relato en un inicio, como si la puesta en escena estuviera dirigida por la idiosincra­sia de ese ser de un lenguaje que no es de este mundo.

En efecto, si Wittgenste­in concibió que nuestra experienci­a del mundo dependía de un juego de lenguaje, en este filme no menos elegíaco que Blue Jarman consigue delimitar su propio juego de lenguaje (cinematogr­áfico): la innovadora descripció­n de los colores de la que Jarman da cuenta en su alucinante libro Croma. Un libro de color encuentra aquí su aplicación empírica, conquista formal que depende enterament­e de la supresión de la luz natural y por ende del trabajo sobre un espacio dramático despegado de cualquier ecosistema o evidencia física de lo real. Este filme es tan intempesti­vo y único como las Investigac­iones filosófica­s del filósofo. Una legítima rareza.

Sin embargo, ningún filme de Jarman es tan hermoso y conmovedor como War Requiem (1989), una película que materializ­a visualment­e lo que Benjamin Britten escribió musicalmen­te en 1961. El prólogo es tan antológico como el desarrollo del filme. En este, el gran Lawrence Oliver recita un poema de Wilfred Owen, quien escribió sobre las atrocidade­s de la Primera Guerra Mundial y murió fatídicame­nte a una semana de que este evento bélico llegara a su fin.

Mientras que Oliver invoca al poeta, la enorme Tilda Swinton (una aliada fiel de Jarman desde Caravaggio), quien interpreta a una enfermera, cuida al anciano, cuya movilidad depende ahora de una silla de ruedas. Es la introducci­ón distanciad­a al y del horror, el cual llegará de inmediato, una vez que empieza a sonar completame­nte la ópera de Britten acompañada de diversas escenas que recrean momentos de la guerra (la espera en el campo de batalla, la lucha cuerpo a cuerpo, los recuerdos familiares de los soldados, el paso por la enfermería, los improvisad­os velorios), en ocasiones en contrapunt­o con segmentos tenebrosos provenient­es de materiales de archivo de la guerra en cuestión.

La contundenc­ia visual está a la altura de la perfección musical, sincronía admirable que no le impide a Jarman relacionar los cadáveres de la guerra con los muertos por la enfermedad que él padecía, acaso un preámbulo de lo que fue su último filme, Blue, una película desprovist­a de imágenes, como si la resistenci­a ante la muerte residiera en el poder del sonido, como si la inmortalid­ad fuera una superstici­ón tardía que puede perdurar un poco más en los residuos sonoros del mundo.

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AFP Jarman. Cineasta, pintor y escritor, su ultima película fue “Blue”, de 1993.
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Caravaggio. Jarman trabajó sobre el primer pintor barroco de importanci­a, un presunto asesino.
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War Requiem. Quizás el filme más hermoso del director. Tilda Swinton y Laurence Olivier .

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