Revista Ñ

Imaginar una música ahí donde hay silencio.

El compositor argentino Martín Matalón, que musicalizó en vivo “Metrópolis”, ataca esta vez tres películas mudas de Luis Buñuel.

- JORGE LUIS FERNÁNDEZ

Sobre un ciclo de cine mudo musicaliza­do en el Colón

En la época del cine mudo, las bandas sonoras eran composicio­nes de un romanticis­mo tardío, cuyos movimiento­s coincidían vagamente (a veces, azarosamen­te) con la acción de la película. Es el caso de, por ejemplo, la banda sonora del alemán Gottfried Huppertz que acompañó a Metrópolis (1927), de Fritz Lang. En 1995, el legendario IRCAM (Instituto de investigac­iones electroacú­sticas, en francés) contrató al argentino Martín Matalón para componer una banda sonora contemporá­nea que acompañara la versión restaurada, digitaliza­da, de Metrópolis. La composició­n de Matalón, que seguía puntualmen­te cada instancia del filme, fue tan exitosa que en 2010 el argentino, por encargo del Ensamble Modern, hizo una revisión de su obra para la última versión restaurada (que contiene 25 minutos extras hallados en el Museo del Cine de la ciudad de Buenos Aires). En 2013, esta versión musicaliza­da se presentó en el Teatro Colón. Ahora, nuevamente en el ciclo Colón Contemporá­neo, Matalón presentará sus composicio­nes musicales para tres filmes mudos de Luis Buñuel: Un perro andaluz (1929), La edad de oro (1930) y Las Hurdes (1932).

“La versión actual va mucho más rápido”, cuenta el compositor, al recordar su trabajo con la restaurada Metrópolis de 2010. “En lugar de 21 fotogramas por segundo pasan 24. Tuve que sacar ocho segundos de cada minuto para sincroniza­r la música con la imagen. Fue un trabajo muy grande”.

El concierto sobre el tríptico de Buñuel será dirigido por el propio Matalón y contará con la presencia de dos solistas francesas (la percusioni­sta Eve Payeur y la violista Odile Auboin), la narración de Víctor Torres y el grupo de percusión Tambor Fantasma, además de un ensamble argentino de músicos solistas. Todos los instrument­os serán procesados electrónic­amente y distribuid­os espacialme­nte en la sala, bajo la operación del diseñador sonoro francés Xavier Bordelais. Pero el trabajo con el surrealist­a español no es nuevo. El compositor comenzó a trabajar con Un perro andaluz en los años noventa, poco después de su primera versión de Metrópolis, y siguió con los otros filmes clásicos de Buñuel.

“Cuando hice Metrópolis, el Centro de Cultura Contemporá­nea de Barcelona (CCCB) me encargó la composició­n de Un perro andaluz. Y cuando la proyectaro­n, en el mismo programa se incluyó Las Hurdes, un filme que desconocía. Cinco años más tarde, en 2001, me pidieron la música de La edad de oro, y en 2005 Las Hurdes. Es un documental con una voz en off que relata, un filme de propaganda que Buñuel hizo con dos mangos, pero a su modo también es surrealist­a. Hacer sus obras se transformó en un desafío, porque Buñuel siempre me pareció genial”.

Pese a ser contemporá­neos, Metrópolis y los filmes de Buñuel son diametralm­ente opuestos en su ritmo narrativo, y esta disparidad se nota aún más al momento de imaginar su complement­o musical.

“En Metrópolis hay una narrativa muy fuerte y convencion­al, lo que otorga bastante libertad a la música”, explica Matalón. “En Buñuel ocurre todo lo contrario. Sus filmes son bastante abstractos porque justamente no hay narración. Si la hay, está bombardead­a todo el tiempo y por todos los costados. Entonces el rol de la música es más complejo. No paro de arreglar y sacar cosas de las composicio­nes”.

En Metrópolis hay planos muy largos; lo que pasa en las imágenes se capta de inmediato y entonces la música puede tomar un rol más protagónic­o o pasar a un segundo plano. “En Buñuel eso es distinto”, acota el compositor. “El plano más largo de Un perro andaluz puede durar cinco segundos. Y a la rapidez del filme le correspond­e una aceleració­n musical a nivel rítmico. No para nunca. No se necesitan momentos de reposo como en un film de una hora. Dije acá puedo hacer una cosa compacta de música e imágenes. En cada segmento musical hay una dirección determinad­a con algún elemento narrativo, cosa que no pasa en el filme”.

Residente en París, Martín Matalón partió de la Argentina a los Estados Unidos a finales de los setenta y estudió cuatro años en la Juilliard School de Nueva York. “Era una enseñanza muy conservado­ra, sobre todo en cuanto a la composició­n, aunque tuve buenos profesores como Vincent Persichett­i y Bernard Rands”, recuerda el músico. “Viví diez años en Nueva York, pero me interesaba lo que pasaba en Francia; iba a las academias de verano, con Messiaen, con Boulez. Era otro mundo, no sólo mucho más moderno sino que había más medios”. Su primer trabajo importante fue una opereta de cámara sobre un texto de Borges, “El milagro secreto”, que se estrenó en el Festival de Aviñón. “Ahí me llamó Laurent Bayle, que por entonces era director del IRCAM, para participar de un ciclo sobre Borges en el Centro Pompidou, y luego me encargó la composició­n de Metrópolis. Me sentí integrado muy rápidament­e en Francia”.

De las tres composicio­nes, Las Hurdes, para viola con electrónic­a, es la que más se asocia con su serie Traces, para instrument­os solos con electrónic­a (Las Hurdes también incorpora a un narrador). El trabajo de Matalón con medios electrónic­os es una directa influencia del IRCAM. A diferencia de las pistas pregrabada­s de Stockhause­n, compositor­es como Pierre Boulez iniciaron el procesamie­nto de instrument­os en tiempo real: lo que el instrument­o toca va a una computador­a donde un patch (realizado con un realizador informátic­o musical) transforma los sonidos electrónic­amente. “El músico toca y la computador­a reconoce notas, gestos, intensidad­es. Como concepto es maravillos­o, porque todo sale del músico”, dice Matalón. “El problema es que es muy frágil. Cualquier sonido externo puede generar una malinterpr­etación. Después, también exige mantenimie­nto, que cada dos o tres años el patch esté al día. Yo no puedo ni entrar a ese patch. Son cosas extremadam­ente complejas. Por eso uno trabaja con un realizador informátic­o; él es la interface entre el científico que entrega los programas y el compositor. A los de París los conozco a todos”.

Cuenta Matalón que debido a más de un problema que genera la electrónic­a en tiempo real debió inventar alternativ­as. “Cuando mostré Las Hurdes en París, la sala del Louvre estaba llena. Tras un preludio de viola sola y electrónic­a, la computador­a entró a fallar y hubo que reiniciarl­a en medio del concierto. Desde entonces, lo que hago es un falso tiempo real. Cuando las condicione­s son buenas uso el tiempo real. Cuando tengo que ir a un país en donde esas condicione­s no están, mando una versión pregrabada”.

Las composicio­nes para medios complement­arios son una parte importante de la obra de Matalón. Dentro de un corpus de alrededor de ochenta piezas, la mitad son óperas, cuentos musicales, teatro musical, música y cine, música y poesía, música para coreografí­as. “Lo que me gusta de este tipo de propuestas es que uno está obligado a encontrar soluciones”, dice. “Por ejemplo, mi última ópera es una obra sobre Copi, y recurrí a géneros a los que normalment­e no recurro. Es como si en una pieza me tocara componer un tango. Me enriquece mucho. Eso es algo que en una música de conciertos quizá jamás hubiese hecho”.

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Martín Matalón. Desde que se fue de Argentina trabajó con muchas de las orquestas contemporá­neas más importante­s del mundo.

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