Alina Traine en 47 cuerdas de alta tensión.
Un concierto de la arpista argentina en el CCK demuestra la vigencia de uno de los instrumentos más elegantes de la música clásica.
Entrevista con la arpista argentina
Tiene futuro el arpa clásica en el siglo XXI? Muchos años inmersa en los estereotipos clásico-románticos, envuelta en una atmósfera mágica y misteriosa, poblada de imágenes con intérpretes exclusivamente femeninas de vestidos largos y cabellos trenzados, el repertorio para arpa se mantuvo acotado prácticamente a los siglos XVIII y XIX. Luciano Berio, de los poquísimos músicos de su generación que escribió una obra para arpa sola, Sequenza II (1963), dio algunas pistas sobre las causas del rechazo: “El impresionismo francés nos ha dejado una versión bastante limitada del arpa, como si su característica más obvia fuera la de llamar la atención de las niñas con túnicas sueltas y largos mechones rubios, capaces de sacar de ellas nada más que seductores glissandi”.
Sin embargo, las cosas parecen ser distintas en el presente, con un amplio y variado grupo de compositores acercándose al instrumento con interés. Incluso, el cupo masculino de intérpretes está incrementándose en las aulas locales. Por lo menos así lo cuenta la joven arpista Alina Traine, de un talento y energía vibrantes, muy optimista acerca del presente y el futuro del instrumento.
“Creo que el arpa es un instrumento bastante actual. Tal como la conocemos hoy en día, con doble movimiento, viene
de 1880. Comparado con el repertorio que tenemos del siglo XVIII o XIX, que son obras muy lindas pero no de primera línea, en la actualidad hay compositores de mayor envergadura involucrados con el arpa. Hace unos días toqué un concierto para arpa y ensamble de Elliot Carter, una obra buenísima, de 2011. Martín Matalón acaba de escribir una pieza. Hace dos años estrené en la Usina, en el Ciclo de música contemporánea del San Martín, un concierto para arpa y orquesta de Alex Nante. También Harrison Birtwistle y Michael Jarrell escribieron para arpa, todos muy buenos compositores. En Francia hay muchísimos”.
Alina viene de una familia de músicos, madre violinista y padre guitarrista. Empezó a estudiar piano a los cuatro años, hasta que decidió que quería tocar el arpa. “En un museo vi un cuadro con una arpista, con un vestido delirante, y dije: ‘¡Eso quiero!’”, cuenta y suelta una carcajada contagiosa. Tenía ocho años cuando empezó a tomar clases con Lucrecia Jancsa, solista principal de arpa de la Orquesta Sinfónica Nacional.
No parecía haber dudas en el camino trazado por Alina. Pero después de terminar el secundario, dudó si quería seguir el mandato familiar y se anotó en el CBC para hacer la carrera de Filosofía. “Me duró muy poco. Me di cuenta de que en realidad lo que quería era dedicarme a la música y tomé la decisión de ir a la UNA (Universidad Nacional del Arte)”.
Apenas se recibió, Alina se presentó en un concurso en el que estaba como jurado Marielle Nordmann, una de las grandes arpistas francesas, y lo ganó. “Le dije a Marielle que quería ir a estudiar a Francia y ella me sugirió a una de sus alumnas, otra gran arpista francesa, y en unos meses ya estaba tomando clases con ella, en un conservatorio en las afueras de París. Estudié ahí tres años, terminé el año pasado, y ahora me estoy especializando en el repertorio contemporáneo. Dentro de poco me voy a Suiza, Basilea, a hacer un master avanzado. Es un programa muy profesional relacionado con la música del siglo XXI”.
Ninguna de las otras variantes del arpa –paraguaya, celta o andina, entre muchas otras– lograron tentar a Alina, que se mantuvo siempre fiel a la imponente y elegante arpa clásica, con sus marcos de madera y su mecánica de acero que soporta sus 47 cuerdas afinadas y de alta tensión.
El proceso de fabricación del arpa sigue siendo tan artesanal como lo era desde el reinado del Antiguo Egipto, por eso es un instrumento oneroso al que pocos pueden acceder. “El arpa sigue siendo elitista. Es muy cara y da mucho miedo embarcarse. Cuando le digo a los padres de mis alumnos el costo del instrumento, me dicen: ‘Dejá, lo anoto en violín’”.
Pero Alina, que acaba de llegar a Buenos Aires no sólo para visitar a su familia y tocar en un concierto la próxima semana, no se da por vencida y vino a presentar un plan piloto para que más personas puedan acceder al instrumento, a través de un programa de orientación pedagógica y social.
“Entré a la asociación Pop’harpe hace dos años, más o menos, cuando estaban empezando. En una semana explotó el proyecto y empecé como voluntaria. Ahora también trabajo para ellos. El objetivo de la asociación es promover el instrumento a través de la construcción de arpas de bajo costo. Estas arpas son muy simples. Se usa una madera muy económica y toda la caja de resonancia es de cartón. Suenan muy bien. La idea es que cada uno construya su arpa en dos días en un taller. Nosotros les damos todos los materiales y todas las herramientas, y cada uno hace su instrumento. Aunque tiene sus limitaciones –no se pueden hacer cromatismos y no tiene pedales–, podés estudiar unos dos años, sin ningún problema”.
A los creadores del proyecto –la arpista Veronique Musson-Gonneaud y el carpintero Pascal Bernard, que participarán en los talleres junto con Alina—, les llevó diez años de investigación materializar el objetivo básico: encontrar un instrumento con las mejores posibilidades sonoras. La calidad de sonido es tan estimulante que algunos compositores escribieron piezas para el ensamble de arpas de cartón integrado por Traine, Musson-Gonneaud y Claire Duchateau Malzac. Podrán escucharse el 31 de julio en la UNA.
Alina también se va a presentar sola, con un programa mayormente centrado en el siglo XX y XXI, “armado con todas cosas que me gustan. Son obras que siento que valen mucho la pena tocar y escuchar”, explica con entusiasmo. El programa incluye piezas de Marcel Tournier, Alex Nantew, Harrison Birtwistle, François Couperin, Oscar Strasnoy y Benjamin Britten.