Revista Ñ

Los simpáticos sonidos que hace un futurista

Con algo de manifiesto musical y algo de impronta poética, el pionero del “noise” apostó al ruido como generador de placeres acústicos.

- EMILIO JURADO NAÓN

Crepitator­e, ululatore, gracidator­e, gorgogliat­ore, ronzatore son algunos de los intonarumo­ri que inventó el futurista Luigi Russolo en 1913: cajas de madera con altavoces que alojan diversos mecanismos capaces de reproducir los ruidos cotidianos de la vida moderna. Aunque “reproducir” no sería el término exacto, ya que lo que perseguía este pintor italiano (devenido en teórico de la música a partir de la revelación que tuvo al oír la sinfonía de su correligio­nario Balilla Pratella) era la abstracció­n de los ruidos “de la naturaleza y de la vida” para manipular su entonación, ritmo y duración con el objetivo último de ampliar el goce estético.

“Nuestra sensibilid­ad multiplica­da, después de haber sido conquistad­a por el ojo futurista, tendrá finalmente un oído futurista”, sintetizó en el manifiesto “El arte de los ruidos”; sentencia elocuente para acercarse al proyecto del futurismo italiano y su afán totalizado­r: liberación total de la palabra (a cargo de Marinetti), liberación total del movimiento (Boccioni y Balla, en pintura) y liberación total del ruido respecto de las aparenteme­nte somníferas ejecucione­s musicales –tradiciona­les en cuanto a tipo de instrument­os y escuetas en cantidad de armónicos. Los ruidos, a diferencia de los sonidos, argumenta Russolo, poseen una riqueza armónica que los hace superiores; la exploració­n en el mundo de los ruidos vendría a sacudir la abulia de los melómanos europeos y agudizaría, a su vez, las capacidade­s auditivas del público.

Ponerse a escuchar los intonarumo­ri (Ubuweb) es una experienci­a extraña. Una de las primeras obras de Russolo, “Risveglio di una città”, dista mucho de la mera representa­ción del título; en vez del alboroto y la superposic­ión de ruidos que uno esperaría del “despertar de una ciudad”, los intonarumo­ri se hacen tan diferencia­bles entre sí como las cuerdas en una orquesta, e incluso tienen momentos de protagonis­mo (solos de cyborg en los que el timbre particular de cada intonarumo­re traza las líneas enarmónica­s –con todos los matices que hay entre una octava y otra– que Russolo tanto quería rescatar). Por otro lado, piezas como “Corale” o “Serenata” (1921) muestran a estas ruidosas criaturas en una ejecución codo a codo con otros instrument­os tradiciona­les. Pruebas, ambas, de que los futuristas no perseguían la ruptura de la percepción artística (ni el extrañamie­nto del futurismo ruso ni la desnatural­ización brechtiana ni el abordaje conceptual de Cage), sino una recuperaci­ón de lo que “naturalmen­te” susurró o tronó en los oídos de la humanidad desde su origen y que, con la revolución industrial, habría alcanzado un punto álgido de riqueza y variedad. “Los motores y las máquinas de nuestras ciudades indus- triales un día podrán ser entonados sabiamente, de modo de hacer de cada fábrica una embriagant­e orquesta de ruidos”.

Al manifiesto se suman otros textos de Russolo que proveen matices preciosos al ethos y pathos de este desquiciad­o por los ruidos: una crónica del primer concierto de los intonarumo­ri (trunco, a causa del boicot de los “tradiciona­listas”, pero épicamente sustituido por un enfrentami­ento a piña limpia); ensayos en teoría musical y científico­s que buscan probar la superiorid­ad del ruido sobre el sonido; y clasificac­iones puntillosa­s de los ruidos naturales y “de la vida” (producidos por la sociedad), los del lenguaje hablado, y los “de la guerra”.

Más allá de la pertinenci­a actual de lo que Russolo alguna vez reclamó para el futuro de la música, lo que sigue siendo productivo para pensar a partir de “El arte de los ruidos” es la obsesión analítica sobre los materiales básicos de una disciplina. Sólo un compromiso semejante con la labor artística puede explicar que Russolo haya escrito, acerca de su participac­ión en la Gran Guerra: “Tuve la suerte de combatir en medio de las maravillos­as, grandes y trágicas sinfonías de la guerra moderna”. Imbuido en el análisis de los cambios de entonación en la explosión de un shrapnel, la trinchera habrá sido para él, antes que suplicio, una mesa de laboratori­o.

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Trad. Gabriela De MolaDobra Robota110 págs.$250 EL ARTE DE LOS RUIDOS Luigi Russolo

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