Cansada de esos hombres
Premiados por las escritoras Piedad Bonnett y Soledad Puértolas, los impetuosos y oportunos versos de Luciana Reif arremeten contra el machismo y buscan arrojar luces sobre historias oscuras.
Hombres como mi padre, mi abuelo, mis novios, mis hermanos, vi sus cabezas llenas de grandes ideas como un plato de comida que rebalsa, lustré desde chica esos cráneos, soy el placebo de tranquilidad con el que después brillan fuera de casa.
¿Para eso caí en este mundo?
Como bolas de bowling enormes y pesadas, podría encerar y pulir sus labios, mi madre pasó la vida entera haciéndolo: la cabeza de él en altas ceremonias, la corona de flores tejida por ella delante de sus jefes, delante de su maestro, delante de su propio padre.
Vi la inclinación que tienen estos hombres al afirmar, el mentón hacia abajo, rozando el cuello, cuando dicen: sí, señor.
¿Alguna vez agradecieron el pecho materno, la comida siempre lista cuando llegan a sus casas?
Estoy cansada de ser la otra del éxito, estoy cansada de esos hombres, quiero brillar, no ser la luna que resplandece con luz ajena.
Podría arrojar con fuerza una por una sus cabezas, mis dedos apretando su nariz y su boca, deslizándose con gracia por el suelo encerado y pulido de la pista de bowling, podría verlos estrellarse contra los palos derribándolos con dolor, pero manteniendo la sonrisa imperial de quienes creen -como en una guerraque han vencido, que ahora son mejores que antes, pero después vuelven hacia mí y los lanzo de nuevo. Me mirás la espalda mientras estudio, yo en el escritorio, vos acostado en mi cama, acompañándome aunque no pueda correr ni un instante la mirada de la hoja. Tu presencia se mezcla con la del aire y ahí estás aunque no me hables, aunque no me distraigas. sé que puedo ceder y descansar un rato en tu pecho, pero me dirías que no, que siga estudiando, que con mi espalda te alcanza, que pasarías la noche entera mirándome estudiar, te quedarías ahí aunque yo apenas esté porque me hundo cuando me concentro, como hicieron los buzos tantos años en el fondo marítimo, pero no ignoraban que alguien les tenía la cuerda en la superficie para poder respirar. Mi padre me invita a cenar, no puedo creer que la vida lo haya transformado en un ser tan sensible, a veces pienso en cómo fue durante muchos años la persona capaz de ignorar el hambre o el aire asfixiante.
Pienso en el humo que arrojaba sobre nosotros como quien fuma en un cuarto diminuto y cerrado Él no fumaba, solo apagaba el cigarrillo sobre nuestros labios, la magia negra de lastimar sin que advirtiéramos cómo ni cuándo.
Ahora llora y pide perdón, vuelve atrás sobre la historia, reconoce lo sembrado: quise plantar flores, dice, pero no supe qué hacer con toda la mierda que traía encima, la dejé ahí, la dejé en el jardín, no sabía que iba a crecer tanto.